Martes, 10 de enero de 2012 | Hoy
PLASTICA › EXPOSICIóN DE RóMULO MACCIó EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
El pintor presenta hasta fines de febrero una muestra en la que avanza sobre su obra con notable impulso, contrastes visuales, ideas y provocaciones, a las que suma desafiantes combinaciones de colores usados muy libremente.
Por Fabián Lebenglik
Cada nueva exposición de Rómulo Macció es un interesante desafío para el visitante. El pintor y dibujante, desde hace más de cincuenta años, siempre avanza con y sobre su obra, con notable fuerza, contrastes visuales, ideas, provocaciones, combinaciones de colores desafiantes y libertad plena. Hay una condición impulsiva y juvenil que se advierte de entrada y un tuteo con la pintura que siempre es plancetero. Ahora, en su exposición del Centro Borges presenta veinticuatro obras, entre dibujos y pinturas.
Aparecen temas como la belleza, las relaciones, la ciudad, el paso del tiempo, la vejez, a través de 24 telas que podrían pensarse como una para cada hora del día, para abarcar entera una jornada pictórica.
Los contrastes de figuras y colores siempre resultan aventurados en Macció: el artista elige no ir por lo seguro sino jugar, tensar, contrastar. Y las formas pasan por distintos tratamientos, desde la abstracción y la figuración, pasando por la neofiguración.
Ciertas obras –aunque no solamente las ciudadanas, en las que se ve el Obelisco porteño y un cúmulo de autos alrededor– revelan un vértigo en el trazo que al mismo tiempo que generan movimiento suponen tensión.
En otras, el juego de reflejos espejados o que evocan agua (como Bocones o Narciso), también trabajan sobre cierto dinamismo autorreferencial, alrededor de la imagen como repetición y variación, en versiones deformantes. Aquí está presente el tópico de las metamorfosis, tanto de la propia imagen, en forma lúdica, como en versión vital y acuciante, en el caso de las facciones y el cuerpo que envejecen. Este proceso tan inevitable como impiadoso, el pintor lo ve como un imperativo del tiempo: “El tiempo ordena a la vejez destruir la belleza”, se titula uno de los cuadros en donde el rostro y la mano de una mujer se transforman en algo monstruoso.
En las obras de imágenes urbanas, la nube de autos retratan a la ciudad como máquina que en la marcha no deja, o impide, ver presencias de personas.
En la obra Cosas del bosque, la actitud de Caperucita y el lobo está más cerca de la truculenta versión original que del cuentito edulcorado. Para acentuar esta sensación, el artista anotó un epígrafe revelador al lado de su firma, a modo de consigna: “No todo es como se cuenta”.
A través de sus cuadros, Macció es muchos pintores a la vez que a lo largo de cincuenta exhibe un de-sarrollo absolutamene propio, no sólo de una muestra a otra, lo cual sería, quizás, esperable; también aparecen variaciones de una serie a otra, de un cuadro a otro y dentro de un mismo cuadro. Gracias a estas variaciones y transformaciones que a veces parecen romper con un lenguaje previo, que luego retoma, el artista construye estilo como una relación del presente con el futuro, en donde el futuro siempre se actualiza. Esto se comprueba cuando vuelve a mostrar cuadros pintados en años anteriores, porque renueva la mirada del espectador y arma nuevos contextos, nuevas muestras, otros recorridos, distintas antologías. Así, cada combinación produce una doble mirada, tanto retrospectiva como presente.
Macció no sólo construyó una obra sino también un espectador a la medida de su obra, siempre dispuesto a encontrar algo inquietante y perturbador, algo que busca una extraña belleza, que pide una nueva mirada.
Durante más de cinco décadas Macció pasó por el surrealismo, por el informalismo, la neofiguración, la figuración, la abstracción... Y su nombre, inevitablemente, está ligado a los de Noé, De la Vega y Deira, cuando juntos hicieron la Otra figuración (1962-1965). Aquel fue uno de los momentos más relevantes de la historia de la pintura argentina, tanto por la relación de sincronía con el arte internacional como por su conexión con los demás campos de la cultura.
A la entrada de la exposición del Pabellón II del Centro Borges, un texto de presentación cuenta que “en alguna oportunidad, Rómulo Macció confesaba sus admiraciones al elogiar ‘el romanticismo del Caspar David Friederich, la extravagancia de Otto Dix, la pincelada lírica de Miguel Carlos Victorica, el punto de vista de Francis Bacon y la libertad de Matisse, Picasso y Klee’(...): ‘A mí modo de ver, la creación artística parte de un oscuro núcleo; su falta de finalidad es su aventura, y su valor es incierto”.
(Centro Borges, Viamonte y San Martín, hasta fin de febrero.)
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