Martes, 21 de febrero de 2012 | Hoy
PLASTICA › SE INAUGURA UNA MUESTRA DE PABLO SIQUIER EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA
El artista inaugura pasado mañana una exposición de cinco obras de escala monumental que incluye murales, ambientaciones y una enorme instalación escultórica hecha de varillas de hierro. Recorrido por una artesanía de gran escala.
Por Fabián Lebenglik
Mañana para invitados y el jueves para el público en general, se inaugura en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta una muestra de murales e instalaciones monumentales de Pablo Siquier (Buenos Aires, 1961), con curaduría de Elio Kapszuk.
La exposición se compone de cinco obras contundentes, de enormes dimensiones, muy diferentes entre sí –en concepción, materiales, realización, visualidad y formatos–, que representan distintos aspectos del trabajo del artista. Las cinco son, al mismo tiempo, “históricas” y actuales, y en conjunto se complementan y potencian.
Los dos murales pueden funcionar como entrada; uno de ellos está realizado en vinilo autoadhesivo –pegado directamente sobre la pared del fondo de la sala– y tiene más de trece metros de ancho por casi seis metros de alto. El otro mural, enfrentado, está dibujado a mano con carbón sobre un gran panel construido especialmente. Este inmenso dibujo tiene más de siete metros de ancho, por casi cinco de altura.
Desde hace poco más de una década, Siquier viene realizando murales y arte público. En una enumeración rápida, sus obras de grandes dimensiones se pueden ver en las paredes exteriores del edificio Los Molinos, en Puerto Madero (dos murales). También en el aeropuerto de Rosario. Hay otros dos murales en la Estación Carlos Pellegrini del subte (uno de los cuales se reproduce aquí, en la pared del fondo). Otro en el Sanatorio Güemes; otro en el restaurante Calcio (de Buenos Aires). El más ambicioso fue el que realizó en el Palacio Velázquez del Museo Reina Sofía de Madrid (en 2005): un impresionante mural de cincuenta y cuatro metros de ancho por cinco de altura.
Las otras tres enormes obras que forman parte de la muestra son dos instalaciones/ambientaciones (una hecha de centenares de varillas de madera ensambladas, pintadas con puntitos; la otra, un recinto cuyas paredes están recubiertas del piso con formas hechas de telgopor que lucen como molduras escalonadas, de distinto ancho y profundidad) y todo esto se corona con la pieza más impactante de la muestra: una gigantesca escultura de varillas de hierro que resulta de llevar al volumen las intrincadas geometrías del artista y ocupa el lugar central de la exposición.
Siquier siempre proyectó en su obra un fuerte anclaje arquitectónico que interactúa con los espacios, pero en esta muestra es más notorio porque lo volumétrico tiene mayor despliegue y escala.
A pesar de que toda la obra está construida especialmente para este espacio, la exposición también contiene una evocación retrospectiva. En este sentido, tal clave evocativa tiene que ver con la circularidad conceptual de su obra, más allá de formatos, tamaños y escalas.
Aquí puede trazarse un recorrido (temporal y circular) que va desde las opacas y coloridas geometrías de los años ochenta hasta llegar a las pinturas en blanco y negro, los dibujos, murales y ambientaciones de hoy. Pueden verse todas las etapas de la obra del artista, pero como si se tratara de un sinfín.
Sin embargo, a pesar de que en rigor la pureza visual de la producción de Siquier busca no contaminarse de otros lenguajes, podría decirse que cada obra tiene su historia.
Siquier exhibe en sus obras mecanismos obsesivos y milimétricos, que generan la ilusión de la planificación perfecta y el control total. En apariencia, el azar no forma parte de las piezas, pero esto es puro efecto residual y engañoso. Hay, sí, una rigurosa planificación y un virtuosismo evidentes; también gran precisión, pero al mismo tiempo, y especialmente en la instalación de maderas y en el gran dibujo hecho con carbón, una buscada respiración, que va de la precisión al desborde y que ofrece sensaciones tanto visuales como corporales, dado el despliegue y la escala, recorribles.
La instalación/ambientación de maderas ensambladas y pintadas con puntos es la realización de una obra que el artista tenía pensada y bocetada hace veinticinco años, pero nunca había podido realizar hasta ahora. Las diferencias sutiles en las medidas de las maderitas; el pulso, tamaño y color de los puntitos, las angulaciones y ritmo del ensamblado producen una relación hipnótica en el juego perceptivo dado por la repetición y la variación. La condición de lo realizado artesanalmente pero luego ensamblado como si se tratara de una pieza industrial genera este especial efecto para mostrar que la imperfección y la perfección son contiguas y secuenciales. En este punto, en que el artista intenta hacer una arqueología de sí mismo, el componente decorativo resulta muy abstracto y transcultural, abarcando varias culturas antiguas especializadas precisamente en lo decorativo.
La enorme escultura de hierro trefilado, de trece metros de largo por cuatro de ancho y tres metros de altura, que ocupa el centro de la sala, se desprende directamente de sus inquietantes geometrías a modo de una corporización enigmática. Si bien esta obra inmensa está hecha de varillas y su transparencia causa un efecto de acumulación de líneas y de laberinto visual, la presencia del hierro, que mancha y se oxida, que por momentos brilla pero también luce opaco, produce una sensación carcelaria, sin salida. El carácter buscadamente hermético de su obra también está logrado aquí.
Esta gran instalación escultórica demuestra que sus dibujos proyectados (generados en la computadora) suponen la tridimensionalidad y se proyectan desde cualquier punto de vista.
La luz como concepto sigue siendo crucial en los trabajos de Siquier. Así establece un juego de sombras y contornos como si lo que realmente resultara visible fuera el resultado de las proyecciones de sombras de objetos corpóreos ausentes.
El enorme dibujo en carbón insiste en su carácter de afirmación arquitectónica ultrabarroca y desquiciada, al mismo tiempo que combina lo monumental con lo manual y artesanal, lo perfecto y lo precario; lo sólido y al mismo tiempo etéreo y fugaz.
La obra de Siquier afirma al mismo tiempo un hermetismo engañoso que mientras sugiere el borramiento del sujeto, simultáneamente lo afirma en la respiración, el ritmo y la huella manual de sus ejecutantes que puede rastrearse en cada trabajo. Y esta contradicción se verifica en el carácter perfecto/imperfecto que dan, alternativamente, la distancia o la cercanía que el espectador guarde con la obra.
* En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, desde el jueves 23 de febrero hasta el domingo 8 de abril.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.