PLASTICA › LA NUEVA EXPOSICIóN DE MARCELA ASTORGA EN LA GALERíA GC
Una artista que genera “acciones” en casas a punto de ser derrumbadas muestra en estos días los resultados de sus rescates, que van de la estilización a la crudeza. Fotografías, instalaciones, collages y objetos.
› Por Fabián Lebenglik
Marcela Astorga (Mendoza, 1965) utiliza los conceptos de “piel” y “frontera” en varios sentidos. Hay en su obra una politización de esos conceptos, que se vuelven núcleos de sentido y asocian su trabajo con la historia, la política, la sociedad y la subjetividad.
Esa politización –en principio de los cuerpos, pero también de los objetos que constituyen sus contextos– remite a las funciones, historia de los objetos e imágenes que utiliza. A través de su obra, la artista amplía los sentidos de la piel como membrana, protección, frontera, límite, y así siguiendo.
Hace más de una década que Astorga reflexiona sobre las “cuestiones de piel” y no precisamente desde perspectivas superficiales. En todo caso, las superficies que utiliza revelan múltiples huellas que evidencian el modo en que el tiempo y los acontecimientos se inscriben sobre las superficie de esos objetos.
Hace diez años (y aun hoy, en una de las obras exhibidas), Astorga usaba el cuero como material de referencia de la historia argentina. El cuero como metáfora de la economía y la política. Y también como superficie emblemática (“sacar el cuero”, “cuerear” a los enemigos) y metáfora de las sucesivas carnicerías argentinas, cifradas en la trama del cuero.
La relación con el cuerpo (especialmente los “escarmientos” políticos y padecimientos sociales sobre los cuerpos) siempre ha sido evidente en buena parte de sus trabajos.
En este punto hay una serie de obras actuales que conforman un conjunto de collages. En la galería se exhibe una sola de estas piezas, en las que se ven secciones de cuerpos tomadas de las revistas, y que la artista recorta y recombina al punto de que los fragmentos corporales se vuelven otra cosa, una pura acumulación indiferenciada. Se trata de un trabajo en el que la recomposición de Astorga señalaría el verdadero sentido al que aspira el ojo de los paparazzi y la voracidad publicitaria.
En su obra más reciente, el sentido se amplió y pasó de lo político a lo social, y de lo social a lo cotidiano, existencial y subjetivo.
La artista lleva a cabo una serie de acciones sobre casas viejas a punto de ser demolidas. Perfora sus techos para producir una suerte de constelación, de modo que cuando el sol cae a plomo, al mediodía, por las perforaciones se filtran haces potentes de luz solar que ilumina los ambientes oscurecidos, a punto de transformarse en escombros.
De esas acciones Astorga rescata varias cosas para evocar la historia derrumbada: vidas y acontecimientos que se intuyen en los materiales. Las “constelaciones” de interiores permiten obtener unos registros de imágenes muy sugestivos y embellecidos, que iluminan los espacios. Esas fotos conforman al mismo tiempo un proceso de estetización sin ocultar la desolación de aquello que está a punto de perderse para siempre.
Por otra parte, la artista conserva algunos de los escombros y los “trata”, con gasa, a mitad de camino entre la estetización y la curación. El arte como reflexión, denuncia, registro y reparación simbólica.
En la muestra es posible ver este doble tratamiento a las obras. Por una parte, piezas crudas, dramáticas, como el colchón sobre el que hay una placa pesadísima de cemento, que resulta asfixiante. Por otra, las fotografías aludidas o el caño plateado del que brotan cables de acero a modo de fluido. Este último sería una versión artificiosa y diseñada de la canilla del patio, con la que se encuentra siempre, en cada casa.
La pieza más impactante de la muestra, junto con el colchón, es una enorme tela bellamente deshilachada, que cuelga del techo a modo de pantalla, en el centro del lugar más destacado de la sala. Un acolchado rojo al que la artista, con infinita paciencia, fue descosiendo todas las hebras rojas. Así, “descompuesto” en sus elementos, queda la tela cruda, como si se hubiera desangrado, con las fibras rojas en el piso.
“Me gusta mucho –dice Marcela Astorga a este diario– la teoría de las cinco pieles, del artista austríaco Hundertwasser: él enumeraba la piel, la ropa, la casa, el contexto y la ciudad. Y puede decirse que tengo siempre presente esto en mi obra. Me parece una definición muy lúcida y acertada.”
Según escribe Viviana Usubiaga en el texto de presentación de la muestra: “Adentrarse en la exposición turba el andar como la contemplación de un paisaje habitado por el desasosiego luego de un acto de destrucción. No obstante, sus dosificadas intervenciones sobre los despojos pronto nos instalan en el umbral de la reparación de nuestro ánimo. Es que Astorga maneja certera y sutilmente ese límite difuso entre el cobijo y la intemperie que domina nuestras experiencias individuales, urbanas, sociales”.
Casi toda la muestra gira en torno de los materiales y objetos que provienen de las viejas casas a punto de ser demolidas. Así, los escombros rescatados y “curados” conforman luego una acumulación sobre una base de madera rústica o se yerguen orgullosamente sobre otra base de madera lustrada, para camuflar un despojo en una escultura convencional.
“Astorga –dice Usubiaga– se asume como una artista, mujer latinoamericana que literalmente busca romper los límites para hacerlos permeables, para transmutar las imposibilidades y limitaciones en actos constructivos. A la vez nos enfrenta a los elementos de quienes sobreviven, despojados, en nuestras veredas, dentro de una ‘Argentina que se desarma y arma cíclicamente’.”
En medio de todos estos procedimientos, acciones y estetizaciones de los materiales se filtran las pequeñas historias de vidas y circunstancias: historias intuidas y adivinadas.
* En la Galería GC, Esmeralda 978, hasta el 13 de julio.
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