Viernes, 20 de julio de 2012 | Hoy
PLASTICA › MAÑANA COMIENZA LA BIENAL INTERNACIONAL DE ESCULTURA
Doce artistas del mundo han sido seleccionados entre 210 inscriptos de 54 países para trabajar con mármol travertino sanjuanino una obra con “La profecía” como temática. Todos ellos competirán a cielo abierto y enfrentarán el desafío de largas jornadas laborales.
Por Silvina Friera
El hijo del sereno de la plaza 25 de Mayo tuvo una intensa epifanía: “Resistencia es el centro de la Tierra”, le sopló una voz. Fabriciano Gómez, de pantalón cortito, con el asombro desparramado en las cejas, aún no sabía que en el mismo lugar donde trabajó su padre, muchos años después, organizaría concursos de escultura a cielo abierto. Allá por los años ‘50, ni siquiera imaginaba cómo se ganaría el pan de cada día en un futuro por entonces remoto. El despertar de la vocación sucedió lejos de su ciudad natal, en Ushuaia. Estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio cuando construyó su primera escultura de nieve; rastros evanescentes de ese hallazgo fortuito que la memoria recupera en el preciso instante en que traza un balance existencial. El joven Fabriciano estudió en la Academia de Bellas Artes del Chaco, donde egresó como profesor de Dibujo, Pintura y Escultura. Más acá en el tiempo, recorrería Europa, Asia y toda América con sus obras. Entre los numerosos reconocimientos y “mimos” que recibió, menciona la Medalla de Oro que obtuvo en 1994, en las Olimpíadas de Arte de Lillehammer (Noruega). “Qué maravilla las coincidencias de la vida, ¿no? El hijo del sereno haciendo arte en la plaza que cuidó su padre, en esta Resistencia que ahora más que nunca estoy convencido de que es el centro de la Tierra”, dice Fabriciano a secas, como lo llaman al presidente de la Fundación Urunday. Esa institución es la organizadora de la impactante Bienal Internacional de Escultura, que empezará mañana en el Domo del Centenario y se extenderá hasta el 28 de julio: un encuentro popular y multitudinario que convoca a artistas de todo el mundo en la Ciudad de las Esculturas.
“En la Bienal anterior ocupamos la mitad de lo que es el MusEUM –Museo de las Esculturas Urbanas del Mundo–, hoy estamos incorporando la otra mitad. Un espacio nuevo genera nervios, tensión, mucha energía. Pero cuando las cosas salen bien, uno está contento. No hay cansancio. Y si hay, es pasajero –minimiza Fabriciano la adrenalina de la trastienda de esta especie de mundial de los escultores, que arrancó en 1988–. Lo que sucede en Resistencia es que el pueblo colabora y eso es bueno; nos hace bien espiritualmente. Si vamos a hablar con cien empresarios o comerciantes, los cien nos ayudan. Cuando hablo de empresarios, me refiero a los dueños de barcitos. Todos estamos atentos a este fenómeno.” Doce escultores del mundo han sido seleccionados entre 210 inscriptos de 54 países para trabajar con mármol travertino sanjuanino la obra que cada uno considere que manifiesta una aproximación a “La profecía”, el tema aglutinante de esta edición. “Según el calendario maya, en diciembre van a suceder cosas –comenta el escultor a Página/12–. Yo espero el cambio del hombre; que deje de enriquecerse y pueda compartir algo de lo que tiene. La solidaridad va a salvarnos, sin duda. Pero tenemos que intentar generar una cultura del trabajo, porque hay que mojarse los pies para tener un pescado en las manos. Y lo bueno es ganarse el pan de cada día, que es la única manera que tenemos de justificar la existencia.”
La danza de artistas internacionales que esculpirán obras inspiradas en “La profecía” incluye a Néstor Vildoza (Argentina); Im Ho Young (Corea del Sur); René Negrin Méndez (Cuba); Mahadev (Anand); Prebhudesai (India); Alessio Ranaldi (Italia); Baku Inoue (Japón); Wang Lan-Biao (Taiwan); Elias Naman (Siria/Italia); Mario López (Portugal); Carlos Monge (México); Aldo Shiroma Uza (Perú) y Fernando Pinto (Colombia). La feliz muchachada competirá a cielo abierto y enfrentará el desafío de largas jornadas laborales, desde las 8.30 hasta las 19. Cada artista tendrá boxes equipados con cámaras. Los curiosos sin chances de seguir la faena en vivo y en directo contarán con la posibilidad de acompañar las peripecias de las formas según pasan los días a través de Internet. Seis escultores argentinos pondrán manos a la obra en una competencia paralela de tema y materia libre: Claudia Aranovich (resina poliéster), Edgardo Madanes (mimbre); Víctor Ricardone (madera); Darío Kleer (cemento directo), Julia Farjat (metal y madera) y Karina Favaro (mármol y madera). “Cada uno trabajará con diferentes materiales para que la gente vea que el artista tiene plumitas en sus manos. Y que puede volar”, afirma Fabriciano.
El caudal de la programación de esta movida artística ratifica el asombro. El Premio Desafío está dirigido a estudiantes de 17 escuelas de Bellas Artes de todo el país, que tallarán piezas sobre madera dura, durante 48 horas continuas, estimulados por la consigna de animales de su región. Los pueblos originarios realizarán una obra colectiva con la participación del escultor Juanjo Mosca. Las rarezas son obstinados deseos arcaicos que estampan una huella en el horizonte cultural. Unos cuantos golosos se preparan para hincar el diente a la copia en chocolate, en tamaño real, del Meteorito El Chaco, que moldeará el maestro pastelero Lindor Brauer; 300 kilos de meteorito chocolatado que prometen ser la vedette de la Bienal. En las aguas del río Negro, el artista salteño Fabián Nanni ejecutará una serie de diez obras flotantes en fibra de vidrio. Alejandro Arce, en cambio, demostrará que la arena, en vez de escurrirse entre sus dedos, puede ser la matriz de las piezas que diseñará sobre los animales que en el Chaco son especies en riesgo de extinción, como el yaguareté, el oso hormiguero, el tatú carreta, el chancho quimelero, el aguará guazú, el gato onza, el ocelote, el ciervo de los pantanos y el tapir. Además, en el marco de esta edición, se hará el I Encuentro Nacional de Artesanos Argentinos con más de cuarenta artesanos de distintas provincias del país, entre los que se destacan el soguero Alcides Cararo (Santa Fe) y los plateros Diego y Pablo Ferreira, profesores de la mítica Escuela de Platería de Olavarría (Buenos Aires), entre otros.
¿Qué implica para los escultores cincelar sus materiales “a cielo abierto” durante ocho jornadas? “El compromiso del artista está puesto en trabajar frente a la atenta mirada de la gente –explica el presidente de la Fundación Urunday–. ¿Por qué digo compromiso? Normalmente, el escultor está en su bola de cristal, encerrado en su taller, quizá escuchando música mientras con suerte alguien le cebe un mate. Pero aquí tiene que trabajar delante de 10 mil personas, como un obrero más. La presencia de la gente genera un gran de-safío porque el escultor está dejando la verdad al desnudo y la gente gratifica su espíritu.” Fabriciano admite que es muy difícil esculpir los materiales cuando miles de ojos están observando hasta el más mínimo detalle. “Yo lo hice durante veinte años, pero marcaba mis tiempos cuando quería hablar o no. Me ponía los protectores en los oídos y el barbijo. Y si estaba trabajando con mármol, lo hacía de espalda a la gente y no paraba la máquina hasta que me cansaba. Recién entonces me daba vuelta y me ponía a charlar. Lo interesante es que la gente disfrute de lo que está viendo nacer.”
Algo anda naciendo en esas seis hectáreas desde donde llega la dulce voz de Fabriciano con una pronunciación libre de yeísmo. Es un parto revoltoso, una batahola de metales que chocan, maderas que se precipitan, algún bloque de cemento que aterriza como si fuera el fin del mundo. La confabulación sonora ahoga las palabras del escultor. Cuando se lo vuelve a escuchar, pide disculpas y aclara: “Todo ese ruido de fondo es el movimiento que se está generando aquí”. La serenidad que transmite, en medio de tamaña convulsión, resulta insólita. “Trabajamos para hacer del arte un bien de todos, porque soy consciente de que el arte, sin lugar a dudas, es elitista. Yo no podría comprar un Pettoruti, en este sentido hablo de elitista. No todo el mundo puede ir al Colón. Pero aquí es diferente, éste es un espacio abierto que da placer –subraya–. Otra de las cosas bellísimas es que la gente le convida a los artistas chipá, alfajores y tortas. Estos artistas nos están trayendo su cultura y nos están legando algo. Los escultores vienen a Resistencia, trabajan ocho días y se van. Pero las esculturas quedan en la ciudad.”
El hombre de a pie no necesita caminar demasiado por Resistencia para toparse con esculturas de todos los tamaños y formas que se quieran imaginar. La ciudad ostenta 552 esculturas en calles, plazas y parques, 38 pidiendo pista para ser emplazadas y 20 más que quedarán una vez finalizada esta edición de la Bienal. “Muchos se sienten orgullosos de vivir en ‘la ciudad de las esculturas’ porque esto no termina en las 600 obras. Tenemos el patrocinio de la Unesco y estamos poniendo la semillita, que está empezando a largar sus primeros gajos, para que algún día vengan a ver qué está sucediendo acá, en qué condiciones estamos y qué posibilidades existen de que seamos patrimonio cultural de la humanidad. Hay que pensar que la Unesco tiene más de 80 mil pedidos anuales. Pero por lo menos estamos intentando que esta ciudad, que es la capital de una de las provincias con más necesidades de la Argentina, se la reconozca como una ciudad cultural, que no es poca cosa. Los pueblos trascienden a través de su cultura. La semilla está bien puesta, la plantita está empezando a crecer; nosotros le ponemos tutores para que se mantenga firme y bien consolidada”, augura Fabriciano.
Antes de hurgar en el arcón de las anécdotas –esas joyas que los chaqueños hacen circular de boca en boca–, conviene apuntar que la historia de Resistencia como urbe de las esculturas empezó cuando Aldo y Efraín Boglietti, dos hermanos artistas, crearon El Fogón de los Arrieros, a principios de la década del ’60. La dupla concibió un plan para cambiarle la cara a la capital chaqueña y convertirla en una ciudad-museo de esculturas y murales. Poco a poco llegarían obras de Perlotti, Leguizamón Pondal, Pettoruti, Fioravanti y muchos otros más. Una de las primeras esculturas, Despertar, es una mujer desnuda creada por Lucio Fontana (1899-1968), que Fabriciano describe como “un bronce bellísimo de dos metros, con unos senos muy voluptuosos, unas caderas contundentes, unos glúteos exuberantes”. Los adjetivos del presente prefiguran el escándalo pretérito que desató la mujer de bronce entre los pudorosos vecinos. “Cuando Aldo y Efraín Boglietti la emplazaron, un cura se quejó por la obscenidad. ¿Entonces cómo reaccionó la gente? Como Christo, el escultor que hace siete años hizo una intervención en el Congreso de Berlín y enteló todo el Reichstag –compara el presidente de la Fundación Urunday–. Hace cincuenta años, en Resistencia, el público hizo algo parecido. Después del sermón del cura, empezaron a vestir a la estatua con corpiños, corset de yeso, delantales... A mí me parece bello porque es una manera de intervenirla. Quiere decir que la obra de arte existe; está diciendo ‘yo estoy aquí’. Después se la limpiaba y ordenaba.”
–En el pasado, la mujer desnuda fue una escultura transgresora. ¿Qué es hoy una escultura transgresora? ¿Por dónde pasa la transgresión?
–Tendría que irme... A ver... ¿a qué escultor? Cuando las cosas no se pueden expresar con palabras, hay que encontrar ejemplos. Marcel Duchamp fue un transgresor cuando presentó El mingitorio. Sin embargo, hoy está en un museo como una obra de arte, aunque considero que no tendría que estar en un museo; pero en su momento esa obra fue transgresora. La piedad, de Donatello, también fue transgresora, era vista como una pordiosera. Me cuesta pensar qué es una obra transgresora y eso que he participado en el 80 por ciento de los emplazamientos de las esculturas que hay en Resistencia. Recuerdo una conversación con un artista italiano que decía que no existen obras feas. Lo dejé hablar mucho tiempo y en un momento me di cuenta de que le gustaba el vino. Le dije que coincidía con él, aunque por supuesto no era cierto. “Me atrevería a decir que así como no existen obras feas tampoco existen vinos malos”, le dije. Ahí saltó el italiano: “¡No, no diga eso; hay buenos y malos vinos!”. Y creo que en las obras de arte también hay buenas y malas. La transgresión va a existir siempre, pero es efímera.
Por las grietas del silencio despunta una emoción: la certeza del encuentro con una verdad. “Vine al mundo para esto –dice Fabriciano, laborioso canceriano de 68 años, nacido en 1944–. No podemos pasar por este mundo sin dejar nuestra huella, por más pequeña que sea. Creo que he cumplido casi todos mis objetivos en la vida. Tengo la plena certeza de que Resistencia va a ser una ciudad universal.”
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