Martes, 14 de agosto de 2012 | Hoy
PLASTICA › RETROSPECTIVA DE LA ARTISTA YAYOI KUSAMA EN NUEVA YORK
La muestra más popular de Nueva York en estos días –con largas filas de más de una cuadra– es la retrospectiva que muestra más de seis décadas de obra de una de las más importantes artistas japonesas contemporáneas.
Por Fabián Lebenglik
La muestra más popular y multitudinaria por estos días en Nueva York es la retrospectiva de una de las más importantes artistas contemporáneas de Japón, Yayoi Kusama, que se presenta en el Museo Whitney hasta el 30 de septiembre: el público forma una fila que según el día puede extenderse una cuadra y media, o más, bajo un sol y calor impiadosos.
El Museo Whitney, que está dedicado al arte norteamericano del siglo XX y privilegia las exposiciones de artistas vivos, siempre está buscando un diálogo con el aquí y ahora. La célebre bienal que organiza también va en este sentido y allí se cruzan todas las artes, no sólo las visuales. Kusama –que atravesó todas las tendencias y técnicas artísticas durante más de seis décadas– vivió y trabajó muchos años en Estados Unidos, y aquí desarrolló una parte importante de su carrera.
Por eso las muestras temáticas y retrospectivas del Whitney, planificadas con mucho tiempo, investigación y rigor, tienen una gran convocatoria. En el caso de la retrospectiva de Kusama, con fuerte promoción en la vía pública, la muestra tiene el impulso publicitario y el apoyo extra de un sponsor habituado a moverse e invertir en el arte contemporáneo: Louis Vuitton. Los tres locales de Manhattan, de una impresionante visibilidad –el de la 5ª Avenida y 57, a dos cuadras de la entrada principal del Central Park; el local del Soho y el de Chelsea, barrio donde se encuentra la mayor densidad de galerías de arte del mundo, que se cuentan por centenares y ocupan completos enormes edificios– están especialmente ambientados por la artista, con un despliegue y una producción deslumbrantes, al punto de que logran transformar esos locales en extensiones de la exposición del Whitney.
Lo mismo sucede con la ambientación de la entrada, recepción, escaleras, restaurante, que están decorados por gigantescos y llamativos globos rojos que cuelgan del techo, pintados con el típico diseño de puntos de la artista.
Kusama, que nació en la ciudad de Matsumoto en 1929, pasó parte de su adolescencia, como muchos de los compatriotas de su generación, trabajando forzosamente para sostener la situación del país durante la Segunda Guerra Mundial.
Más allá de su formación en técnicas artísticas tradicionales, la artista se interesó especialmente por las vanguardias europeas y norteamericanas. El imaginario de la artista en los primeros tiempos –apenas terminada la guerra– estaba relacionado con evocaciones apocalípticas, en el contexto de un país devastado. Como no conseguía materiales artísticos, en lugar de lienzos usaba la tela de las bolsas de semillas del negocio familiar y hacía un preparado de pintura de paredes y arena.
Durante los años ’50, Kusama enfocó su trabajo en la forma y el color a través de distintas técnicas en centenares de obras sobre papel: acuarela, tinta y pastel, entre otras, para dibujar y pintar una naturaleza de ensoñación, con un trabajo obsesivo de la superficie, ondas, puntos, ojos y parte de lo que se iría conformando como su vasto repertorio.
Pero los intereses de la artista, sus obras y actitudes transgresoras, sus cuestionamientos al sistema y al lugar de la mujer en la cultura japonesa, la llevaron a mudarse a Estados Unidos a mediados de la década del ’50. A través del contacto con otros artistas consiguió una muestra en una galería. Viajó a la Costa Oeste norteamericana a fines de 1957, y en abril del año siguiente se instaló en Nueva York.
Comenzó entonces a pintar telas de grandes dimensiones que la crítica describió como de un gesto obsesivo y meditativo. Sus repeticiones y la serialidad de algunos de sus diseños pictóricos se consideran anticipatorios del minimalismo y del arte conceptual.
La materialidad de su trabajo y el efecto óptico de muchas de sus obras siempre convocaban de manera real o virtual la sensación de espacialidad. La artista comenzó entonces a dedicarse también a la escultura. El procedimiento era la repetición, pero en este caso, por tratarse de volúmenes de formas orgánicas proliferantes y repetidas, la propia artista habla de “Acumulaciones”. Se trata de acumulaciones tan obsesivas como inquietantes, por sus formas, tamaños, escalas, cantidades, crecimiento compulsivo (ver foto central).
A comienzos de los años ’60, sus primeras esculturas acumulativas fueron exhibidas junto con obras de Andy Warhol, Claes Oldenburg, James Rosenquist y George Segal, como parte de la avanzada pop. Por entonces, Kusama estaba conectada con la vanguardia neoyorquina.
Sus formas proliferantes pronto tomaron referencias cruzadas tanto al sexo como a la comida. Casi como un síntoma, tres de los aspectos salientes que su obra toma o acentúa en EE.UU. son el consumo, la compulsión y la acumulación.
Uno de los artistas que apoyó inicialmente a Kusama fue Donald Judd, quien colaboró con la artista japonesa en la primera muestra que ésta presentó en la galería de Gertrude Stein, en 1963.
Cada vez más la artista hacía referencias al cuerpo y empezaba a integrar autorretratos fotográficos en sus obras, comenzando por los collages. A partir de entonces, en paralelo con su obra, Kusama empezó a documentar la realización de sus obras, a fotografiarse y filmarse a sí misma y generar performances como obras, con un claro manejo de su propia imagen. Al mismo tiempo, sus obras y actitudes comenzaron a politizarse y a criticar también el lugar de la mujer en un medio como el del arte norteamericano.
Sus posturas ideológicas y de vida resultaron convergentes con el naciente hippismo, al cual la artista se sumó naturalmente, al tiempo que su trabajo se volvía cada vez más exclusivamente performativo y cada vez más experimental. En la enorme exposición del Whitney, junto con las obras se incluye una gran cantidad de documentación de este período, volcado al hippismo, las performances nudistas, pinturas corporales y así siguiendo.
A comienzos de los ’70, la artista vuelve a Japón. Y retorna también a la obra en papel y a las técnicas mixtas. La intensidad de su carrera la llevó a un estado de fragilidad y a la autointernación en un hospital que adoptó como hogar. Junto con la carrera como artista visual, comienza a escribir: publicó su autobiografía, varias novelas y un poemario.
La retrospectiva se cierra con una bellísima instalación a la que se puede entrar de a una persona por vez, a un cuarto oscuro, con agua, espejos y centenares de pequeñas luces que multiplican un cosmos sin fin.
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