Martes, 18 de junio de 2013 | Hoy
PLASTICA › TRES GRANDES MUESTRAS DE AI WEI WEI EN LA BIENAL DE VENECIA
El artista y activista chino presenta una serie de obras en las se ocupa de las consecuencias de la revolución cultural; de las víctimas del terremoto de 2008 y escenifica su propio encarcelamiento en el año 2011.
Por Fabián Lebenglik
Uno de los artistas más exhibidos en esta edición de la Bienal es el chino Ai Wei Wei (1957), que cuenta con tres grandes muestras, en diferentes partes de la ciudad.
La presencia de este plástico chino y sus obras aquí es todo un acontecimiento, dado que en la edición anterior hubo un notable activismo artístico y político en esta ciudad (especialmente durante los días inaugurales) para pedir por la liberación de este artista, que había sido atacado y secuestrado en el aeropuerto de Beijing en abril de 2011, aunque luego el gobierno reconoció que había sido detenido por “delitos económicos”. En parte por las protestas internacionales, el artista fue liberado a fines de junio.
Ai Wei Wei vivió en Estados Unidos entre principios de los años ochenta y comienzos de los noventa. Es hijo de uno de los grandes poetas chinos, Ai Qing, primero mimado y luego castigado por el régimen (hasta su muerte, en 1996).
Wei Wei participó del diseño del Estadio Nacional de Beijing, donde se jugaron los Juegos Olímpicos en 2008. Su activismo político, junto con sus investigaciones artísticas sobre las consecuencias de la revolución cultural china, lo colocaron en tensión creciente con ciertos sectores del Estado. Su estudio fue demolido por las autoridades chinas, aduciendo que no cumplía con las normas de construcción. Y cuando el artista anunció que denunciaría el atropello, sufrió arresto domiciliario, durante 2010. Por su parte, Wei Wei había denunciado oportunamente la mala construcción antisísmica de las escuelas de Sichuán, que se derrumbaron como consecuencia del terremoto de 2008, en el que murieron más de 70.000 personas (entre los que había miles de niños).
La obra de Wei Wei se fue haciendo cada vez más conceptual y política y parte de esta obra es la que se muestra ahora en Venecia.
La primera es en el pabellón alemán, que en esta oportunidad intercambió pabellón con Francia. Pero además del intercambio de espacios y en el contexto del aumento de las restricciones a la inmigración en buena parte de Europa, los alemanes decidieron exhibir en “su” pabellón (el francés) a los artistas Dayanita Singh (de la India), Santu Mofokeng (de Sudáfrica), Romuald Karmakar (alemán, hijo de padre iraní) y Ai Wei Wei.
De este último se exhibe en la sala central una gran instalación, “Bang”, compuesta por 866 banquetas de tres patas, ensambladas hasta formar una maraña compleja de enormes proporciones, que ocupa la totalidad del espacio aunque permite su recorrido por dentro, de un modo laberíntico. Se trata de una estructura rizomática que intenta ser una metáfora de los desenfrenados y proliferantes crecimientos urbanos, así como un reflejo de los saltos modernizadores forzados. La obra toma sentido cuando se la recorre, porque allí el artista logra esa relación entre el individuo y el “sistema”.
“Ai Wei Wei no sólo examina los mecanismos del arte internacional, los mercados de antigüedades y la exportación asociada de los valores culturales y los conocimientos históricos –explica la crítica Susanne Gaensheimer–, sino que también refleja el choque al que se sometió a la sociedad china entre viejas y nuevas ideas, respecto de los valores y los procesos de una rápida modernización.”
Las banquetas que componen este impresionante rizoma fueron construidas por artesanos tradicionales, contratados por Ai Wei Wei. Las banquetas son réplicas de aquellas que durante siglos formaron parte del mobiliario cotidiano de los distintos estamentos sociales chinos. Todos tenían al menos una de estas banquetas en su casa, que además pasaba de generación en generación.
Otra de las obras del artista se puede ver en la Isla de la Giudecca, frente a San Marco, en el complejo La Zitelle (como parte del Zuecca Project Space). Se trata de una instalación de enormes proporciones que lleva el nombre de “Disposición”. Aquí Ai Wei Wei construyó una especie de “oleaje” oxidado, que no solo es bello e inquietante, sino que su materia prima la constituyen cientos y cientos de varillas de acero, recuperadas de entre los escombros de las escuelas de Sichuan que se derrumbaron durante el terremoto de 2008.
La tercera gran exposición del artista está en la iglesia de Sant’Antonin, en la zona poco turística de Castello, a mitad de camino entre San Marco y los Arsenales. Es una instalación especialmente planeada para este espacio, dentro de la iglesia, en la que el artista cuenta su vida en la cárcel, hace dos años.
La obra se titula “S.A.C.R.E.D.” (“s.a.g.r.a.d.o.”) y cada letra supone un momento de su detención (Super, Accusers –acusadores–, Cleansing –-limpieza–, Ritual, Entropy –entropía–, Doubt –duda–). Lo que se ve al entrar a la iglesia son seis inmensas cajas que tienen un par de ventanucos cada una, en diferentes partes. El visitante se ve obligado a espiar por esos ventanucos y allí descubre que cada gran “caja” tiene en su interior una escena hiperrealista, muy detallada, de esculturas y objetos que reproducen cada una el interior de la celda a la que había sido confinado Ai Wei Wei. En cada caja se ve la camita, el armario, la mesa, la silla, el bañito y tres personajes en distintas actitudes: el artista y dos guardias del ejército, uniformados, que lo custodian de cerca y vigilan en cada movimiento: mientras se baña, están con él dentro del baño; mientras duerme; mientras come y, por supuesto, cuando lo interrogan. Esta “confesión” del artista, junto con la secuencia del interrogatorio, todo situado en el espacio “confesional” de una iglesia, no solo resulta coherente sino también una metáfora del Estado Gran Hermano. En este sentido, y para acompañar las denuncias que el propio artista había hecho respecto del espionaje y seguimiento continuos de los que viene siendo víctima luego de su libertad bajo fianza, Wei Wei montó el año pasado una cámara web en su casa, que trasmitía las 24 horas su intimidad. Pero el experimento duró pocas horas porque rápidamente las autoridades desconectaron la transmisión.
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