Martes, 27 de junio de 2006 | Hoy
PLASTICA › ENTREVISTA CON FERNANDO BOTERO
El pintor antioqueño señala que el eje de la exposición que se inaugura hoy en Buenos Aires es la dura realidad colombiana.
El arte se podría pensar tan universal como el esperanto o como un dispositivo que relaciona personas, obra y sensaciones de forma más rápida que las aerolíneas. Esta puede ser una de las variadas formas de definir esta expresión de la actividad humana, uno de los pilares fundamentales en la historia del mundo. A Fernando Botero en sus setenta y cuatro años de vida se lo ha intentado describir, quizá, tantas veces como al arte: el pintor de los “gordos”, el artista vivo latinoamericano más importante, un hito en el mercado de las subastas, un estudioso de la pintura y un trabajador incansable. Botero es un ciudadano del mundo (habita por temporadas en varios países), circunstancia que no le ha impedido conservar e imprimir su mirada latinoamericana en todas sus obras, a través de temáticas cotidianas, colores brillantes y texturas bien definidas. Hoy a las 19 se inaugura, en el Museo Nacional de Bellas Artes (Avda. del Libertador 1473), una exposición compuesta por más de cincuenta pinturas y dibujos en los que el artista muestra su visión sobre la violencia en Colombia. En el momento de la entrevista telefónica con Página/12, el pintor antioqueño estaba en su estudio de escultura en la Toscana italiana donde pasa los veranos desde hace treinta años.
La expresión “el hábito hace al monje” es una frase significativa al observar la historia de Botero, que desde muy pequeño forjó su afición por los colores y las formas. En el inicio pintaba acuarelas, y casi sin darse cuenta comenzó a viajar de un país al otro para conocer “in situ” las obras maestras de los grandes pintores. Hoy, que es un artista consagrado, continúa tan atareado como en sus inicios: “Soy un trabajador infatigable, trabajo siete horas al día. Sábados, domingos y días de fiesta. No distingo un día de otro. No he encontrado nada que me produzca más placer que trabajar, haciendo mis esculturas y mis pinturas”.
Bogotá era antes otra de las paradas en el calendario “boteriano” hasta que un día sintió que corría peligro: en medio del traslado de una de sus esculturas, paradójicamente La paloma de la paz, la pieza cargada de dinamita explotó en el aire. En otra oportunidad entraron a buscarlo a su casa de la ciudad; el pintor no estaba. Desde ese momento ya no volvió al país. Todavía tiene la esperanza de poder regresar y pasar sus últimos días en su querida Colombia. Ese fue uno de los estímulos para pintar la realidad de la violencia en su tierra.
–¿Qué lo llevó a realizar la serie de obras que se van a exponer en Buenos Aires?
–La violencia en Colombia es un gran drama nacional, todos hemos sido víctimas en mayor o menor grado de este drama, obviamente los más afectados han sido los muertos y los heridos. El hecho de que uno no pueda vivir en su tierra es destacable. Antes pasaba meses al año en el país y ahora no lo puedo hacer porque soy una víctima indirecta. El tema estaba presente y un día tuve la madurez para enfrentarlo, tenía que decir algo sobre ello dejando un testimonio de este momento dramático de la historia de Colombia. Así fue que pinté como ochenta obras, que se donaron al Museo Nacional de Colombia. Espero que el día de mañana cuando la gente vea estas obras recuerde lo sucedido, que cuando recobremos la paz no olviden el horror en que vivimos. Colombia, debo decir, está mejor ahora. El peor momento fue obviamente el de los capos de la droga como Pablo Escobar. Igualmente seguimos teniendo muchos problemas: secuestros, ataques, problemas de guerrilla y drogas. América latina se quedó un poco atrás del resto del mundo, pues el mundo está evolucionando a una velocidad extraordinaria y nuestra región está un poco rezagada en general.
Botero donó una parte importante de su colección pictórica. “Tenía una colección bastante importante de arte, no solamente de mis cuadros sino de obras de importantes artistas del siglo XX y XIX. Cuadros impresionistas, ‘picassos’ y ‘chagalles’, todos los grandes maestros. Más de cien obras. Un día resolví que era bueno regalar ese acervo para hacer un museo, ya que los jóvenes de mi país no tienen dónde mirar obras de pintores conocidos. Así fue que se hizo el Museo Botero Bogotá, que tiene más de doscientas obras hechas de mi mano y otras cien de artistas internacionales. Ha sido muy visitado y para mí es una gran satisfacción.” La muestra de la violencia es parte de lo donado al Museo Nacional de Colombia. Fue autorizada por su creador a circular por el mundo, expuesta en las principales ciudades colombianas y en importantes museos y galerías de Europa y Estados Unidos.
Las obras de Botero tienen un carácter marcado por el espíritu latinoamericano y por los grandes maestros del arte. Con su estilo indaga en el volumen y parodia el ideal de belleza renacentista. Con todo esto no deja de ser un artista tradicional o fiel a su momento de eclosión, que fueron los años setenta. En la actualidad, dentro de las exposiciones de otros artistas se puede ver una búsqueda de estilo muy diferente al camino que transitó Botero; las “vedettes” de la era tecnológica son la imagen y las fusiones de soportes. “Ahora el arte está muy malo. Debo decir que en la actualidad no tengo ningún artista al que admire, porque el arte está pasando por un momento muy dramático. Parece más interesado en conseguir un choque que en exaltar al hombre. El arte debe ennoblecer al espectador y darle placer, y hoy en día ése no es el objetivo, el punto está más bien en una denigración o en dar una sensación de agresividad contra el hombre y la humanidad.”
Acostumbrado a viajar, el colombiano elige en cada país una técnica diferente: óleo sobre lienzo en París y Nueva York, acuarelas y pasteles en Montecarlo, dibujos y bocetos en México y grandes esculturas en Italia. Aun llevando esta forma de vida no se ha olvidado de sus inicios y recuerda su infancia con cariño: “La situación en la que me crié no era la más propicia para un artista, porque nací en Medellín, una provincia muy alejada del resto del país y de todos los países. Allí no había museos, ni galerías, ni coleccionistas. Sólo unos pocos pintores que prácticamente se morían de hambre, sobrevivían gracias a las escuelas primarias donde daban clases de dibujo. Por lo tanto a uno no se le presentaba un panorama muy alentador. Cuando empecé a pintar pensé que esto iba a ser mi suerte, se ha transformado en la gran sorpresa que me ha dado la vida. Empecé pintando acuarelitas de toros, después naturalezas muertas y paisajes. Así me fui enamorando de la pintura poco a poco”.
Informe: Suyay Benedetti.
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