Martes, 15 de abril de 2014 | Hoy
PLASTICA › RICARDO GARABITO. LA DONACIóN EN EL MUSEO DE ARTE LATINOAMERICANO
Medio siglo de trabajo condensado en 31 pinturas, dibujos y esculturas donados al Malba por un gran artista argentino.
Por Fabián Lebenglik
Después de su gran retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2007 y de una antología de dibujos y pinturas en el Malba hace tres años, Ricardo Garabito (1930) comenzó a ser un poco menos el artista secreto que había sido hasta entonces. Con más de medio siglo de trayectoria (comenzó a exhibir su trabajo a comienzos de los años ‘60) hizo sólo doce exposiciones individuales. En 1982 y 1998 realizó dos exhibiciones antológicas: en la Fundación San Telmo y en el Centro Recoleta, respectivamente. Su bajo perfil contrasta con la mundanidad que suele rodear a las artes visuales.
En estos días, el artista presenta una notable exposición en el Malba, que se compone de trece pinturas, seis dibujos y doce esculturas, fechadas entre 1965 y 2007: 31 obras que Garabito donó al Museo Latinoamericano de Buenos Aires.
El refinamiento y calidad de su obra lo colocaron en el lugar del artista de culto.
Nacido en Trenque Lauquen, el pintor y dibujante se mudó a Buenos Aires a los dieciocho años. Su formación se desarrolló durante los años cincuenta, cuando frecuentó la Asociación Estímulo de Bellas Artes y estudió con Horacio Butler.
Su primera exposición fue en 1963 en la galería Rubbers. Desde entonces su obra forma parte del patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, The Jack S. Blanton Museum of Art The University of Texas at Austin y del Banco de la República de Colombia, entre otras colecciones públicas y privadas argentinas e internacionales.
Sus pinturas de mediados de los años ‘60 muestran a un pintor de raíz popular, con personajes y situaciones que podrían caracterizarse como del entorno barrial. En obras como Retrato (de hombre con daga) y La soprano, Garabito evoca una versión personal del realismo expresionista que funciona a modo de crónica del barrio, en donde se cruza el artificio y la verosimilitud.
En el ensayo incluido en el volumen publicado por El Ateneo en 2007, Marcelo Pacheco escribe sobre la mirada pictórica de Garabito: “No hay juicios, pero tampoco complicidad. La celebración es evidente, pero también la distancia”.
Una mirada equidistante, en parte cercana, pero también distante, en todo caso ambigua, que en parte se explica por algunas de sus fuentes: “Uno no puede hacerse el ingenuo –explica Garabito en una entrevista que Lucrecia Palacios Hidalgo realizó para Radar hace tres años–. Se es o no. En ese momento, la galería El Taller mostraba ingenuos-ingenuos. Ana Sokol, que era una peluquera; José Torre Zapico; Valerio Ledesma, que era mozo. Iba mucho allí y me deslumbraba. Me gustaba la fuerza y la autenticidad de esas obras. No había trampa. Los ingenuos pintan lo que creen que es realismo. Tienen torpezas, pero son expresivas y humanas. ¡Se equivocan tan bien! Es la perfección del error”.
A fines de los años ’60 el artista da otro paso y toma mayor distancia, se vuelve crítico. Exhibe en su obra los cambios sociales de la década, pero al mismo tiempo su mirada revela una ironía sutil. Una distancia que no muestra tanto como lo que sugiere. Cada cambio en su obra implica una variación en la actitud, pero también en los procedimientos técnicos y pictóricos: el color varía su aplicación e intensidad, las formas y la figuras presentan nuevos tratamientos y modulaciones; la cantidad de pigmento, el cambio formal (pero también económico) del chapadur al lienzo. Pero siempre sus figuras humanas son reveladores del lugar social que ocupan.
Y en las década del ’80 y ’90 su pintura gana aún más en ironía y teatralidad, actitudes que pueden verse, por ejemplo, en Hombre con pantalón amarillo, en el desnudo Mujer con dos baldes y en la triplicación de personajes, como en Cecilia por 3, donde el contexto es tan artificioso como escenográfico. Sus naturalezas muertas resultan también un campo donde se expanden los sentidos: desde Mercadería con ocho ciruelas, pasando por Naturaleza muerta con tres botellas y cinco naranjas, hasta sus dos Calabazas..., adquieren un tono que oscila entre la ironía, lo metafísico y la alusión sexual.
Los dibujos delicadísimos constituyen un capítulo aparte y también las esculturas, especialmente las de cartón y papel pintado, que se salen de lo que uno podría esperar del artista, para explicitar aquello que en las pinturas se oculta: en conjunto configuran una suerte de “jardín de las delicias” en clave sexuada, donde cada pieza exhibe una tipología de vegetación amenazante, quizá carnívora, liberada de las sutilezas de las figuras humanas. (En el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 9 de junio.)
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