PLASTICA › JULIO CHáVEZ HABLA DE SU MUESTRA J.H.C. 2014, QUE PUEDE VERSE EN LA GALERíA RUBBERS
El protagonista de Farsantes estuvo ocho años sin mostrar su obra plástica, que comprende dibujos de formas reconocibles hechos en los ’80 y esculturas abstractas en madera más recientes. “Mi producción pictórica va a tener que pelear con la actoral”, admite.
› Por María Daniela Yaccar
Dos personas miran fijamente a Julio Chávez. Eso es todo lo que sucede: no le hablan, lo observan como obnubiladas. El no se siente incómodo. Se acostumbró, en el último tiempo, a que lo miraran más que antes. “Es como si estuviera viendo un ratito de éxito de un nieto. Me agarra sólido”, reflexiona en la charla con Página/12. Esta faceta, la del actor popular, contrasta –en una primera impresión– con su carrera paralela, por ahora menos conocida: el actor que la rompió en Farsantes, que ganó un Martín Fierro, dibuja, pinta y hace esculturas. Lo concreto y lo abstracto, lo popular y lo elitista conviven en una misma persona. Esto pareciera sorprender a los que visitan la Galería Rubbers, en la paqueta zona de Recoleta. “¡No sabía que hacías esto!”, le dice una admiradora. La frase se repite en el libro de visitas, plagado de comentarios de los que lo siguen en teatro y en televisión, y que descubren este otro talento del protagonista de Red.
En el pasillo de Rubbers se pueden ver dibujos que el actor creó a fines de la década del ’80. Algunos son muy simples, y en eso radica su belleza: lápiz negro y rayas, muchas rayas, que crean un paisaje, una persona, un cuerpo desnudo, un gato. En la sala contigua se ve otra cosa, muy distinta, de los últimos años: esculturas en madera, con detalles en colores vivos. La muestra, con curaduría de Nora Dobarro, se llama J.H.C. 2014, por Julio Hirsch Chávez: el primero es el apellido que figura en su documento, el otro es el que eligió en los ’70. “Cuando los perritos nacen, tienen que pelear para chupar la teta. Mi producción pictórica va a tener que pelear con la actoral”, compara Chávez, vestido muy canchero (jeans y campera negra) y sorprendentemente tímido al comienzo, al punto de no mirar a los ojos a la cronista. Ha expuesto sus trabajos en Frankfurt, en Caracas y en Miami.
–El lenguaje de la pintura enriquece a mi actor. Conviven maravillosamente las actividades, también con la escritura y la dirección. Son ocupaciones interconectadas. Y me agarran en momentos coincidentes: como actor y como artista plástico tengo mayor claridad. Cuando hablamos sobre la administración del trabajo o sobre la mirada de las personitas, puede llegar a ser más complicado. Me importa salir de las dos variables. Siempre me presenté como Julio Hirsch en la pintura, pero decidí en esta oportunidad producir una suerte de matrimonio: que se junten Chávez e Hirsch, y convivan hasta el final. La pintura tiene algo particular: hay muy poco para decir. En cambio, la palabra forma parte del trabajo del actor. Un signo pictórico es una construcción que, con suerte, espero yo, produce una cierta inquietud como algo orgánico. La idea y el impulso están en construir una forma hasta el punto en el que la encuentro orgánica: esto significa que representa la vida o que contiene el alma de un algo.
–Sí, pero hay unos bocetos que empiezan a marcar algo que tiene que ver con las esculturas. En 2003 hice la muestra Mueblecitos inútiles, y ahora retomo después de casi ocho años de no mostrar nada. Ese parate se debió a mi trabajo como actor, y a que cuando hice mi exposición en Sonoridad Amarilla me sentí alienado y cansado de la supuesta obligatoriedad de insertarme en el mundo de la administración pictórica: conocer gente, buscar críticos, contactarme con colegas, entrar en concursos. Cosas muy importantes para el quehacer y que forman parte de la tribu, que me produjeron una intoxicación. Me detuve en un momento importante. Porque los mueblecitos empezaron a inaugurar mi tesis. Ahora retomo y pego un salto violento entre los mueblecitos y estas esculturas, entrando en una forma más abstracta y lineal. Son como dibujos en el aire.
–Empiezo a unir pedacitos de maderita. Soporto la indefinición y el vértigo de ver lo inorgánico que voy armando en un comienzo. Queremos crear verdades, pero no nos bancamos a veces los puntos de partida, las mentiras: los elementos que juntos, después, van a construir una verdad. Empiezo probando. Lo que se va construyendo empieza a despertar en mí un presentimiento de forma. Entonces la obra tiene que bancarse que la corte, la quiebre, la parta y la pegue... Hasta que llega un momento en que siento que hay algo orgánico y ella manda. Y es obediencia pura: intento colaborar, pruebo, me retiro. La obra está diciendo “yo soy así”, y en ese momento la dejo. Y vuelvo al día siguiente, porque a la obra hay que respetarla, pero hay algo que no puede hacer: mirarse a sí misma. Después, las obras se van completando. Cuando ves que salen cinco, seis, ves que hay un asunto y una tentación de darle nombre a eso. Pero hago el esfuerzo de no enunciarlo. Vienen las personitas y dicen: “Aparatos de música”. Entiendo de dónde viene eso. Y digo, “Ah, sí, puede ser”. No lucho para que eso no sea, ni tampoco me voy a ocupar de que se redondee. Si hago lo que sugiere, deja de ser lo que sugiere.
–Sin lugar a dudas. Las artes escénicas siguen siendo menos abstractas que las plásticas. Por lo menos en lo que hago yo, porque también existen la danza teatro o el teatro de imagen. Rothko es un abstracto padre de la abstracción, del expresionismo abstracto estadounidense. Así empieza Red: él pinta un plano de color y dice que es “una enorme boca que comunica un alarido desesperado de algo profundo”. El gran problema de Rothko es que para él era eso, para otros era un viaje particular y para otros era un atorrante. La escultura también está en relación con la pregunta: “¿Y eso qué es?”. La pintura es más elitista que las artes escénicas. Y la escultura ni hablar.
–Es a veces traumático, pero no por negativo: es fuera de lo común. Acaba de venir una señora que no conozco y me regaló un libro que pertenecía a su abuela. Es de Van Gogh, Cartas a Theo. Esa señora es un ser que se ve que me tiene aprecio y me da esto. Si lo rechazo es una guarangada, pero aceptarlo... andá a saber si es justicia. Estoy haciendo un ejercicio de aceptación del afecto. Uno tiene algo de fetiche: el otro construye alrededor tuyo un algo. Bueno, es un rol social: antes se los endiosaba de una manera increíble; antes de antes se los consideraba ciudadanos de cuarta categoría; hoy somos elementos “mediatizables”; y tal vez dentro de cuarenta años seamos obreros de una comunidad que piensa.
–Forma parte. Si vas al Tigre, sabés que a las siete de la tarde hay mosquitos. Hay otras cosas que suceden en la televisión y por eso uno se queda. Hemos podido hacer cosas muy lindas como Tratame bien, El puntero, Farsantes: momentos que me alegran porque sostienen las artes escénicas. Entonces, si te saludan más, no te vas a quejar. Me da vergüenza dedicarme mucho a pensar en eso. Prefiero decir: “Dios mío, ¿cómo debe ser sentir que tenés muchas cosas para expresar y no tenés un puto lenguaje para comunicar lo que te pasa?”.
–Parte, tal vez, de una zona de dolor. Uno acciona para entrar a una de alivio. Puede no traerte felicidad, puede incluso producirte dolor. Pero el dolor de lo dicho no tiene nada que ver con el dolor de lo callado. El hombre tal vez llora porque no puede volver a la naturaleza, porque está separado de ella. Y hace arte porque lo alivia de sentirse que no está en casa.
* J.H.C 2014 permanecerá abierta hasta el 28 de junio en Alvear 1595, de lunes a viernes de 11 a 20 y sábados de 11 a 13.30. Red se presenta de miércoles a domingos en Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660.
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