Miércoles, 22 de octubre de 2014 | Hoy
PLASTICA › PENSAMIENTO Y DESAFíOS DE LOS NUEVOS CURADORES
La “narración de historias” a través de la forma de presentar una muestra se convirtió en los últimos años en una actividad más visible y autónoma, al punto de que ya existe una carrera en una universidad pública, y el rol del curador se extendió más allá del campo artístico.
Por María Zentner
En 1991, en una reseña de un libro sobre hipertextos para la revista Artforum, Brian Eno escribió: “Podría decirse que la curaduría es el nuevo gran trabajo de nuestros tiempos: es la tarea de reevaluar, filtrar, digerir y conectar, todo a la vez. En una época saturada de artefactos nuevos e información, el curador, el hacedor de conexiones es, quizás, el nuevo narrador de historias, el meta-autor”. Casi un cuarto de siglo después, esas palabras resuenan con una actualidad pasmosa. Quizá porque Eno siempre fue un visionario. Quizá porque en esa inquietud y efervescencia que opera sobre el mundo del arte, el trabajo del curador se fue haciendo cada vez más visible. Se curan exposiciones de artes visuales en museos, galerías de arte, ferias y bienales, sí. Pero el verbo “curar” se escucha cada vez más a menudo, relacionado, inclusive, con prácticas que no tienen conexión con el campo artístico. En los últimos años en la Argentina, la curaduría fue adquiriendo cada vez mayor autonomía, se separó de sus “primas” –la crítica y la Historia del Arte– y se estableció como espacio independiente. El correlato institucional fue la creación de una carrera de grado en una universidad pública: en 2014, el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) estrenó la Licenciatura en Curaduría en Artes (ver aparte). ¿En qué consiste la actividad del curador? ¿Cómo se relaciona con el público? ¿Y con los artistas? ¿El trabajo del curador es obra? ¿Se puede curar cualquier cosa? Aquí, un grupo de jóvenes curadores ensaya algunas respuestas a estas preguntas.
“La curaduría es pensar muy concretamente cuáles son los dispositivos y los espacios de exhibición existentes y generar algún tipo de movimiento, operación o jugada que permita introducir algo distinto. Se puede pensar cómo generar un itinerario particular de producciones artísticas y culturales con el objetivo de producir, o dar a ver lecturas distintas pero concretas para un aquí y ahora específico. Activarlas para darles una legibilidad que uno considere interesante en el presente en que se esté trabajando”, define Federico Baeza. Este licenciado en Artes, docente e investigador fue el ganador de la última edición del Programa Jóvenes Curadores con el proyecto curatorial El fin del arte, una pieza teatral de Rafael Spregelburd que formó parte de arteBA 2014. Para él, curar arte también consiste en “jugar con los dispositivos de los espacios de exhibición para generar un movimiento interesante que amplíe sus posibilidades”. En ese sentido, el museo y sus salas se abren como nuevos desafíos que plantean límites expandibles: lugares hacia donde dirigir la energía para encontrar nuevos caminos.
Javier Villa curó Habitat Sequences/Secuencias de un hábitat, instalaciones de Gabriel Lesteren que se exhiben en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (San Juan 350) hasta el 24 de noviembre: una serie de salas de estar fragmentadas y suspendidas en un infinito negro en el que las luces se encienden en un loop y van focalizando diferentes zonas que alternan iluminación, semipenumbra y total oscuridad. En su opinión, la curaduría se trata de proponer puntos de vista: “Es comunicación, diálogo, orden en el espacio. El espacio es el eje. Eso crea una estructura y un discurso particular alrededor. Construir una experiencia física y perceptiva que no se suele tener en la vida cotidiana”. Para ello, sostiene que es fundamental avanzar y descontracturar la experiencia estética, sacudirla de la tradicional propuesta del museo como actividad pasiva de contemplación: “Hay una cuestión muy clara en nuestra contemporaneidad y es que la percepción del tiempo es completamente distinta. Hoy en día, entrar en un museo y ver cuadro tras cuadro, de manera lineal, sobre las paredes, no apela a nadie. No apela a un sujeto hiperconectado, a un mundo en el que el tiempo se convirtió en una cuestión de simultaneidad. Entonces, si no cambiás las formas de tener una experiencia con la obra de arte, la gente va a seguir prefiriendo mirar la tele antes que venir al museo porque le estás hablando con un lenguaje que ya está caduco”, asegura.
“Pensar las producciones de hoy atravesadas por la historia. No pensar que esa obra surge de un contexto específico de producción, sino que es atravesada por un pasado enorme y un montón de imágenes que circulan muchas veces inconscientemente, desde la memoria. El curador piensa a través de las obras”, define Santiago Villanueva, curador de Bellos jueves, actividad que se realiza los últimos jueves del mes en el Museo Nacional de Bellas Artes (Libertador 1473), en la que la propuesta es justamente esa: trabajar con producciones jóvenes y ponerlas en relación con las tradicionales salas, encontrar nuevas maneras de ver (y de pensar) a partir de la intervención de las colecciones del museo.
Mariana Reyes Franco es la directora de La Ene –Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo–, que funciona en la Galería Patio del Liceo (Santa Fe 2729), un espacio crítico que se propone como alternativa desde donde reflexionar acerca del arte en la actualidad. Para ella, un curador es un mediador que opera en diversas direcciones. Entre el artista y el público y entre el artista y el medio: “Somos los encargados de que las cosas fluyan, que sucedan sin tergiversar intenciones ni claudicar posiciones políticas, personales y éticas”.
Mediadores. Articuladores. Organizadores. Los curadores se erigen como un link necesario entre los artistas y las instituciones. Pero, ¿qué pasa con el público? ¿Cómo es la relación? ¿Qué tipo de espectador es el destinatario de estas maneras de pensar, ordenar, actualizar, trascender las producciones artísticas contemporáneas?
Acercar la obra a un público más masivo sin dejar de complejizarla es el eje en el que están todos de acuerdo. “En los últimos diez años, el público que viene a ver artes visuales se amplió de manera fenomenal. En ese sentido, sí creo que la función del curador es encontrar la manera de darles la palabra a esos nuevos públicos que están apareciendo. Hay cierta instancia pedagógica, siempre y cuando se entienda que, para mí, la pedagogía no es una transmisión unilateral hacia alguien que no sabe. Para mí, es dar a ver caminos. No me gusta ahorrarle al público ese momento, está bueno que tenga esa experiencia. Y después, que entre, que compare con lo que tiene a mano, con lo que le es próximo”, sostiene Baeza. En ese mismo sentido, Villanueva opina que abordar las obras de manera compleja no implica separarlas del público, sino todo lo contrario: “Me parece que ése es el lugar desde el que debe acercarse a una obra, desde la complejidad, y no tratando de simplificar capas para que el público que podemos considerar diverso llegue a entender. La simplificación de las obras es algo que no funciona como un acercamiento”.
Villa apela a construir un diálogo diferente con los visitantes del museo: “El eje está en encontrar un equilibrio: que el museo pueda hablarle a la escena y también al público general. Apelamos a un público más masivo sin subestimarlo. Hay que salir a batallar desde la producción de imagen, la producción de cultura. Me parece que está bien salir a atraer a la mayor cantidad de gente posible, tratar de que éste sea un lugar de pensamiento, de goce, abrirlo realmente. No hace falta bajar niveles. Podés hacer grandes proyectos que tienen gran solvencia conceptual y que tienen una efectividad tanto física como emocional, sensorial, neta”.
El “aquí y ahora” de cada proyecto es la materia prima principal del trabajo curatorial, lo que define la práctica. Ese orden elegido, esa selección de dispositivos, luces, espacios y vacíos constituye una experiencia que distingue a cada una de las demás. Pero, ¿puede considerarse obra al relato propuesto en una exhibición? Queda claro que el curador no es una persona que simplemente selecciona y ordena. Pero, ¿dónde está el límite con la obra? ¿Existe un límite? Es una vieja discusión, un debate que se va transformando en la misma medida en que las fronteras entre los lenguajes se van desdibujando. Santiago Villanueva responde a esta pregunta desde su lugar de historiador del arte y de artista con un taxativo “no”. “El curador tiene otro tipo de formación y otro tipo de intenciones: si considerara su trabajo obra, haría que se mezclen dos instancias que, para mí, no corresponden.” Aunque no parece estar muy de acuerdo con la idea del curador-artista, Reyes Franco matiza: “Hay curadores que, dependiendo del tipo de proyecto en el que estén trabajando, lo hacen casi artísticamente. No tengo una posición en contra de eso ni pienso que sea una herejía”.
“La obra siempre es un acontecimiento, un fenómeno que es interesante que se mantenga abierto a las múltiples lecturas”, señala Baeza. “Entre cómo la pensó el artista y cómo el curador lo propuso para ser leído hay siempre una tensión, un conflicto, una puja. El curador actúa en un plazo más corto y las obras de arte a veces pueden trascender el ámbito de una curaduría y ser releídas por otros investigadores, otros curadores, otras instituciones. Las obras se mantienen abiertas y siempre son interpeladas por un momento presente. No creo en intenciones originales que pervivan en el tiempo, creo que hay un umbral del presente que las actualiza, que las pone en una trama de debates que siempre es contemporánea”. Villa entiende al trabajo curatorial como una producción de sentido. Desde ese lugar, y sin atreverse a llamarlo “obra”, advierte el costado autoral como una parte importante de la práctica del curador. “Si no hubiera cierta pretensión autoral, no sé si habría algún avance, alguna búsqueda. Cierta irreverencia. Tiene que existir un balance”, arriesga.
Así como el arte se expande, se expanden sus términos. En los últimos años, la palabra “curador” empezó a ser utilizada más allá de las artes visuales. Más allá de las artes en general. ¿A qué responde este fenómeno? ¿Se puede curar cualquier cosa? En artes escénicas, la curaduría opera de manera similar aunque con reglas propias del lenguaje (ver aparte). Pero también se “curan” festivales de música, ciclos de cine, ediciones de libros, sitios web... y hasta tuits. “Ahora se puso un poco de moda el término. Al considerar esas prácticas como curadurías se está reduciendo demasiado la tarea del curador a la selección. Nosotros también investigamos, escribimos y gestionamos”, aclara Reyes Franco.
En un campo cultural cada vez más complejo ante la aparición de nuevos públicos y nuevas instituciones con nuevos objetivos, se gestan nuevas problemáticas acerca de cómo comunicar o construir. Baeza opina que el curador intenta tener en cuenta todos esos factores juntos a partir de un bagaje muy heterogéneo de saberes. Su función es vertebrar todas esas variables para que la propuesta tenga la mayor potencia posible. En ese sentido, opina que sí, que es posible curar cualquier cosa. Habrá que preguntarse qué es lo que vale la pena.
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