Mar 12.05.2015
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PLASTICA › LA 56ª EDICIóN DE LA BIENAL INTERNACIONAL DE ARTE DE VENECIA

Una versión chic y aplicada del marxismo

En la nueva edición de la bienal veneciana resulta menos interesante el planteo del curador que las muestras presentadas por los pabellones nacionales.

› Por Fabián Lebenglik

Desde Venecia

En la triple estructura de la bienal, dividida en una muestra de tesis del curador general, 89 exposiciones nacionales por países y 44 eventos colaterales, lo más interesante de esta edición pasa por las muestras de los pabellones nacionales y por algunos de los eventos colaterales.

La exposición de tesis, organizada por el curador nigeriano Okwui Enwezor, reúne a 150 artistas de todo el mundo, alrededor del tema convocante que el propio Enwezor propuso: “Todos los futuros del mundo”. El título es promisorio, pero su formulación es confusa y, según quien firma estas líneas, en las propuestas expositivas debería suceder que lo que bien se piensa bien se enuncia, aunque éste no es el caso. El tema de la bienal, según lo desarrolla el curador, al modo de un paper universitario, está construido en base a varios “filtros” –según los llama Enwezor–, de los cuales el más fuerte es el marxismo. Hay una serie de puestas en escena, lecturas y discusiones, y varias obras alrededor de la crítica del capitalismo, especialmente en sus formas más extremas.

Sin embargo, venir a hablar de marxismo a los europeos por parte de un curador un tanto pedante como puede leerse en los reportajes que ha venido dando últimamente, resulta poco creíble. La bienal, que ya lleva 120 años desde su fundación en esta ciudad bellísima, ineludiblemente ligada al arte desde hace siglos, funciona no tanto como una muestra del estado del arte en el mundo sino, más bien, como un atractivo turístico. No pareciera ser el lugar ni el contexto para rescatar la utilísima herramienta marxista.

Más allá de los varios focos puntuales de interés, la exposición de tesis reúne una gran mayoría de obras ya vistas o de remakes de obras presentadas anteriormente.

En un esfuerzo retórico, parte de las discusiones sobre marxismo sucede en un “teatro” muy especial. El mayor espacio del pabellón donde se desarrolla buena parte de la muestra central (llamado Padiglione Italia) se lo lleva ese “teatro” para presentaciones, con gran escenario y graderías –llamado Arena–, que además de complicar la circulación y el recorrido, resulta innecesario, dado que, sin restarles espacio a las muestras, la ciudad cuenta con varias salas que podrían haberse utilizado para los mismos propósitos, teniendo en cuenta que la bienal busca la descentralización, para que su recorrido se asocie al recorrido de Venecia. Las bienales son lugares de paso y pocos visitantes están dispuestos a darle más que unos minutos a cada espacio, dado que hay centenares de cosas para ver.

El efecto de la bienal anterior fue bien distinto. Llevó por título El palacio enciclopédico y resultó mucho más interesante y novedosa. En 2013, el curador italiano Massimilano Gioni (nacido en 1973, diez años antes que Enwezor) presentó una selección deslumbrante y muy rica, fuera y en contra de todo academicismo. Hace dos años Gioni tomó el concepto de “palacio enciclopédico” del autodidacta italonorteamericano Marino Auriti, quien, a mediados de la década del cincuenta, patentó con ese nombre un museo imaginario en el que pretendía albergar la suma del conocimiento humano, reuniendo en un mismo, gigantesco edificio (nunca construido), todos los grandes descubrimientos e inventos del hombre. Metido en su garaje en Pennsylvania, Auriti trabajó durante años en su idea y construyó la maqueta de un edificio que tendría setecientos metros de altura y ocuparía dieciséis cuadras en la capital norteamericana.

El plan de Auriti –como todo fascinante despropósito– nunca tuvo lugar, pero la intención de reunir todos los conocimientos es una ambición excéntrica que por desmedida resulta creativa y desbordante. Fue así que en 2013 la muestra central reunió a un gran número de geniales autodidactas (entre los que se incluyó a Xul Solar), con ese toque freak que tiene todo autodidacta.

El autodidactismo lleva a quien lo practica a recorrer los riesgos y beneficios de ser el maestro de sí mismo, porque obliga al esfuerzo de ejercer la práctica artística como si estuviera fuera de la historia del arte o, en todo caso, el autodidacta reinventa el (mundo del) arte. Se apropia de él, acumula y despliega su propio mundo como si allí estuviera el mundo completo, en un gesto que aparece como excesivo y desaforado. Porque los autodidactas aprenden todo por la vía de la experiencia, de una manera práctica. Y sin saberlo (o sabiéndolo a medias) recorren la historia aunque de manera aleatoria, en gran parte prescindiendo de los saberes y teorías previas. Lleva más tiempo, pero tiene un mérito diferencial. Y las reiteradas obsesiones se materializan en acumulaciones abrumadoras, en obras y puestas en escena que se acercan a lo artístico desde los márgenes.

De allí el enorme contraste con esta edición, que tiene mucho de refrito. La bienal de 2015 no sólo resulta conservadora sino que parece más afín con los museos y galerías que con el campo de experimentación que siempre ha sido esta gran exposición veneciana.

Para contrastar con el marxismo chic del curador, el jurado de esta bienal el sábado otorgó el León de Oro a Adrian Piper, artista norteamericano, cuya compatriota Joan Jonas recibió una mención especial por su muestra en el pabellón nacional de Estados Unidos. Y en un gesto de corrección política de manual, el León de Oro al mejor envío nacional lo ganó el pabellón de Armenia, casualmente cuando se cumple el centenario del genocidio de ese pueblo por parte de Turquía.

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