PLASTICA › SOPHIE CALLE EN EL CENTRO CULTURAL KIRCHNER (CCK)
La artista francesa presenta en el flamante CCK y en el marco de la Bienal de Performance su célebre obra Cuídese mucho, que exhibió inicialmente en la Bienal de Venecia de 2007 y desde entonces se muestra por 20ª vez.
› Por Mariana Lerner *
“Es un desafío más fuerte porque poner una expo de este tamaño sin poner un clavo es una experiencia. Exhibir Cuídese mucho en un sitio con fuerza propia, un sitio que no es una caja blanca, te hace las cosas más difíciles, pero más interesantes.” Es una mañana soleada y Sophie Calle habla tranquila, en español, en la suite de un hotel al final de un jardín. Esta tarde inaugurará en el marco de la Bienal de Performance BP.15 y en el edificio del ex Correo Central, el flamante Centro Cultural Kirchner, Cuídese mucho (Prenez soin de vous), la exhibición que la llevó como representante de Francia a la Bienal de Venecia en el 2007 y con la cual no ha parado de viajar por el mundo desde entonces.
Cuídese mucho surgió a partir de un mail de ruptura que le envió un amante y que concluía: “Me hubiese gustado que las cosas fuesen de otro modo. Cuídese mucho”. “No terminaba de comprender la carta, así que se la envié a una amiga periodista y empecé a filmar, porque la cámara es como una segunda piel. Inmediatamente tuve la idea: ¿si en vez de hacerlo como amiga lo hacés como periodista?” Y así continuó a través de 107 mujeres, cada una interpretando esa carta de acuerdo con su profesión: “Hay algunas que hicieron análisis muy precisos y otras han jugado totalmente... mi madre ha jugado con la idea de ser una madre. Han tomado las cosas de manera muy diferente”.
Está en el aire luminoso de la mañana: Sophie Calle se halla en la cima de la narración que es su vida. Ninguna muestra suya ha sido tan ambiciosa; ninguna ha sido tan difícil de trasladar, ninguna se ha trasladado tanto. Y es en esta exhibición en Argentina, la número 20 de Cuídese mucho, donde la artista ha decidido incorporar una variación. Se trata de la serie de performances Una mirada desde lo masculino, curada por Maricel Alvarez, en la que siete de nuestros hombres –Edgardo Cozarinsky, Marcelo Delgado, Emilio García Wehbi, Hugo Mujica, Diego Velázquez, Gustavo Lesgart y Marcelo Percia– interpretarán la famosa carta desde sus respectivas disciplinas. Se podrá ver mañana en el CCK, pero quedarán el registro y también las fotos que ella misma hizo de cada uno leyendo.
–¿Cómo surgió la versión masculina de Cuídese mucho?
–Yo no lo hago para probar nada: los motivos no son sociológicos. Fue para crear algo nuevo, para tener el sentido de hacer, aunque fuera pequeño, una cosa nueva. No quería repetir. Y bueno, pedirles a hombres era chistoso, era un juego más irónico. La verdad es que no lo había pensado antes y surgió hablando con Graciela (Casabé, directora de BP.15). Quería hacer el proyecto en una bienal de performance, en un país especial... y con todo esto junto me vino la idea.
–¿La sorprendieron?
–No. De la misma manera que no me sorprendieron las 107 mujeres. Es como un ejercicio. A veces me piden cuál prefiero, de cuál me siento más cerca... Para mí ése no es el problema. Mi respuesta a la carta es la adición, la acumulación. No hay ninguna que responda por mí. Y estos hombres son parte de esta acumulación.
–Respecto de Cuídese mucho, dijo que al abandonar la escritura, al no escribir en esta obra, perdió su lugar de siempre. ¿En qué lugar está en este trabajo?
–Perdí un elemento de trabajo, no me perdí yo. Cada artista se fabrica sus modos de intervención y a veces estás como tatuada: yo uso texto e imágenes. Al pedirle a mi amiga periodista que leyera e interpretara, perdí el análisis, el texto, y sucedió sin que lo pensara. Pero yo tenía que hacer algo. Si no hacía el análisis, tenía, por lo menos, que fotografiar. Siempre hubo mucho más esfuerzo sobre la escritura que sobre la foto, que siempre estuvo más ligada a la tarea de un detective. En éste tuve que hacer algo, tomar algo, y tomé la foto. Pero sin conciencia. Yo tenía mucho miedo cuando tenía que fotografiar a estos siete hombres. Había que ir con muchísima prisa y me dije: no sé si este período de gracia lo voy a encontrar con los hombres. Me daba miedo regresar a estos retratos con la carta.
Vemos los retratos de los siete hombres y, sí, su período de gracia continúa. En 2010, recibió el prestigioso premio Hasselblad. “Cuando recibí el premio, ni sabía quién era Hasselblad, ellos me llamaron pensando que me habían dado el Nobel. Y yo: ‘¿qué es?’. Casi se mueren. Y me he dado cuenta de que me lo habían dado, si había que dármelo –esto no lo sé–, precisamente en el momento en el que me encontré con la imagen, sin pensarlo.”
La espontaneidad en las ideas es algo sobre lo que Sophie Calle cae una y otra vez, como si fuera un águila y un canario al mismo tiempo: voraz, ingenua, sistemática. Su obra ordena, archiva, colecciona situaciones con candorosa obsesión.
–Usted tiene animales embalsamados en su casa, ¿colecciona algo más?
–Muchas joyas de duelo del siglo XVIII, joyas para el pelo. Tengo una MOTHER, que no es de duelo, pero bueno (muestra un anillo con esa palabra). La artista trabajó sobre la muerte de su madre en Rachel, Monique, 2010. Muchas imágenes, cosas sobre la muerte. Tengo una colección de obras en miniatura de artistas. Y estoy coleccionando errores. No leo realmente todo lo que se escribe sobre mi obra, pero me gusta verlo, sentirlo... y busco errores. Me gustan mucho. Creo que voy a hacer un trabajo sobre los errores de los análisis sobre mí. Me interesa cómo se fabrica un retrato falso.
–Siempre hay alguien que habla por usted, que la sigue, a quien usted sigue, que le escribe, la abandona... como si construyeran una Sophie Calle ficticia...
–Quizá la genero. Quizás. Por ejemplo, esta mañana me mandaron algo de la web muy chistoso, es una descripción mía que me encantó: “Sophie Calle es una artista francesa sin hijos por propia decisión”. Punto. Para mí esto es maravilloso. (Risas.) No hay que tocar nada.
–Le propongo otra definición: Sophie Calle, la artista cuyo motor no es perseguir hombres sino su propio deseo.
–No sé cuáles son mis motores. Un sistema de vivir, ése es mi motor. Eso es lo que quiero, y es difícil decir que no a lo que quiero. Funciona. No es una mala vida. Además, yo no he abandonado la idea de una familia, nunca la quise. Para mí la idea de familia, niños, una casa, es espantosa, horrible. Cuando me siento muy mal, deprimida, sucia, miro parejas que parecen felices, con un niño, en un parque, por ejemplo; inmediatamente pienso “¡Pobres!”, y me siento mejor. Cuando me siento mal, lo mejor que puedo hacer no es buscar ropa o joyas, es mirar familias.
–¿Le molestan las preguntas de género sobre su obra?
–No me molestan, pero no sé qué responder. Es feminista y no lo es. Soy yo quien tiene un pasado feminista y tengo una actitud en la vida feminista, un modo de vivir que está más relacionado con mi independencia que con un encarcelamiento. Entonces, yo me siento, en este sentido, una mujer. No sé si mis obras reflejan esto, creo que sí. Ya no soy militante ni hago nada en especial. Pero mi público es de mujeres jóvenes. Es así.
–¿Tiene figuras de autoridad? ¿Personas o ideas ante las que responda?
–Mi padre. El estilo. La economía de palabras, de sentimientos. También, tratar de evitar la idea de la crueldad. Pensar si algo es cruel o no lo es. No me gusta tanto la idea de la crueldad. Aunque a veces la idea de la crueldad es parte del proyecto y me entusiasma más de lo que me angustia, por ejemplo, en el proyecto de Libération, de la agenda telefónica (The Address Book, 1983). La gente vio que había una crueldad en el proyecto, pero yo sentí que tenía más entusiasmo en hacerlo que temor a fallar.
Y no ha fallado. En realidad, parece haber conseguido lo que quería exponiendo su inteligencia para actuar con hechos e ideas que apuntalan la sensibilidad contemporánea: las dimensiones épicas y coreografiadas del drama amoroso del yo burgués; el azar, el juego y los rituales como una liturgia moderna; los estados laterales –ausentes– como indagaciones de herencia surrealista; la traducción infinita sin tierra firme, que es la realidad (en imágenes, en palabras, en ambas); y, por fin, el atrás de todas las cosas que es la muerte y frente a lo que su madre dijo: “Ne vous faites pas de souci”([“No te preocupes”). Una frase que se repite en Rachel, Monique, el único trabajo del que la artista no se separa, donde sea que ocurra, todo el tiempo que se exhibe.
Estar en la cima es ver otro paisaje, y Sophie Calle pareciera querer detenerse y tomar notas: “Me gusta el número redondo, es la 20ª exhibición. Ya es una locura. La expo nunca volvió a mi casa. Nunca”.
* Artista visual y coordinadora editorial.
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