Mar 01.03.2016
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PLASTICA › LA MUERTE DEL ESCULTOR CUYANO CHALO TULIáN (1947-2016)

Entre drama, cotidianidad y humor

El escultor fallecido el jueves pasado, que nació en San Juan, se formó en Mendoza y vivió exiliado en México durante la última dictadura, fue maestro de varias generaciones de estudiantes en la Universidad de Cuyo.

› Por Laura Valdivieso *

El jueves 25 de febrero, a los 68 años, murió en Mendoza el artista Chalo Tulián. Había nacido en San Juan pero su vocación lo trajo a esta ciudad para estudiar artes en la Universidad Nacional de Cuyo. Como a muchos, la dictadura lo obligó a exiliarse y el lugar que lo acogió fue Puebla (México). Allí permaneció unos cuantos años, junto con su esposa, también artista, Estela Labiano. Durante ese período nació su primera hija y también desarrolló una gran parte de su carrera artística y docente. En los años 80 regresó a Mendoza. Tuvo aquí su segundo hijo. Pero no llegó con las valijas vacías, se trajo una cantidad de imágenes y experiencias que lo acompañaron hasta el final. Esos rastros se ven en su casa, en su vestuario y por supuesto, en sus obras.

Sus influencias mexicanas se mezclaron con las impresiones de la realidad local y así fue elaborando una mirada más amplia, de raíz histórica, pero que terminaría siendo una visión de la humanidad.

En aquellos años 80 escribió: “La realidad me conmueve cada vez con mayor efecto de instantaneidad, por eso debo asimilar toda la violencia de la historia en cada momento para interpretar la que circula permanentemente entre nosotros. Detenido a observar esa realidad veo cientos de rostros por segundo. Cada par de ojos descubre ese trágico signo de la humanidad. Ahora, este carnaval diario y multitudinario que desfila por las calles tiene nuevas máscaras incorporadas a la carne. Según mi necesidad interior, este es el momento de descubrir, descifrar y denunciar la realidad subterránea que camina junto a vosotros, por eso me miro hacia adentro y, sin darme cuenta, encuentro todos los elementos para representar esta súper realidad conmovedora. Luego serán dibujos o pinturas donde las formas y el color intentarán transmitir aquellos sentimientos con un solo objetivo: la comunicación.” (Autorretrato de mi generación. Texto de Chalo Tulián para la Revista Viernes N 1 - 24 de julio de 1981. Archivo documental del Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza).

La Universidad lo integró entonces como profesor en la carrera de Cerámica sin saber que iba a convertirse en el gran maestro de varias generaciones de estudiantes, entre las que se encuentra quien escribe estas líneas.

Pero además de haber tenido el privilegio de ser su alumna y después amiga, también me tocó acompañarlo en la producción de sus dos últimas exposiciones realizadas en la Nave Cultural, en los años 2011 y 2015. Ambas compuestas por una notable cantidad de obras, de mediana y gran escala, producidas en los últimos años de su vida.

Grandes esculturas que combinan diversas técnicas como la madera tallada, ensamblada, grabada y policromada, el hierro soldado, patinado, coloreado y niquelado, la incorporación de objetos encontrados, el bronce fundido y la cerámica. Acompañadas además por videos e instalaciones sonoras.

Todas están definidas por una fuerte materialidad y por la presencia de la muerte como tema central, poética que trajo desde su infancia y que tal vez México terminó de catalizar.

Para su construcción propuso una consustanciación semántica (y física) de varias cosas: la mesa, el animal, el hombre y las máquinas. La poesía hace equilibrio, sobre un hilo muy fino, entre el drama, la cotidianidad y el humor.

Para una de estas muestras, en 2011, escribió: “Debo agradecer a mi papá haberme enfrentado, desde niño, al rito primitivo de ejecutar para comer. Con ello me mostró la secuencia maravillosa y trágica de la vida y la parte oculta del espíritu humano que contiene un salvaje dormido que aflora para hacernos gozar y festejar. Con 6 o 7 años vi por primera vez transformar una mascota en un festín. Se trataba de un chivito mamón que crié junto a mis hermanos durante un par de semanas, amamantándolo con un frasquito de vidrio, cada vez que ese ser de pelaje blanco y suave balaba como llamando a su mamá.

“Bajo la luz tenue, una noche de verano partió la orden: uno irá por la piedra de afilar, el otro por un recipiente con agua.... mientras él apoyaba el cuchillo sobre la mesa. La suerte silenciosa estaba echada.

“Al otro día, muy temprano, una mesa pequeña y una olla diminuta, más la faca, colmaban el escenario. Los diez o quince metros que transitó el animalito me parecieron un instante. Ya recostado, uno se prendió de las patas traseras, otro de las delanteras, del hocico se encargó mi hermana, mi madre sostenía la ollita. Un espeso y agrio sentimiento se anudó entre estómago y garganta. No se me escapó ni una sola lágrima, todas se quedaron en mis párpados como queriendo alejarse de toda la imagen....

“Cuando se hubo colectado toda la sangre, un suspiro mío que nadie pudo oír me ensordeció, todo lo siguiente fue pura manualidad. Para la noche estuvo lista la chanfaina y asada la carne. ¡Había llegado el disfrute!

“Después de muchos años comprendí que conviven dentro de mí, como en toda la gente, un ángel y un demonio. No sólo para procurar el alimento, que generalmente delegamos en otros, sino también cuando construimos cualquier pensamiento, condenamos o absolvemos, cuando apoyamos o nos oponemos a tal o cual idea o acción y sobre todo cuando amamos y odiamos.

“¿Será posible materializar y reconocer ese mandinga que nos acerca la comida cada vez que nos sentamos a desayunar?”. Texto para catálogo de la exposición “La mesa donde desayunó mandinga” realizada en la Nave Cultural en 2011 (Archivo Documental del Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza)

Hoy, que toca despedirlo, pienso cómo Chalo Tulián decidió ocupar las últimas energías que la vitalidad dispuso para él. Fiel a sus principios, su pasión tomó el mando de estos años y se concentró en realizar ese conjunto de obras que reúnen como nunca todos los elementos que constituyeron su poética. Materiales y temas recurrentes que abordó en diferentes momentos.

Chalo Tulián fue el escultor que todos soñamos ser cuando alguna vez metimos las manos en el barro o empuñamos con mucho temor la soldadora eléctrica. Fue ese conocedor profundo de las posibilidades y rebeldías de muchos materiales y oficios. Y fue también ese poeta que habló de tantas cosas y que en el final se ocupó de la muerte. Materializó una mirada sutil que equilibró el drama con la naturalidad más impensada. Y, como si hubiera sido una premonición, así fue su despedida casi como una performance. El ataúd en su taller, rodeado de sus cosas y sus amigos, con música de fondo y conversaciones que traían hermosos recuerdos.

* Directora del Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza.

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