PLASTICA › RECORRIDA POR EL MUSEO DEDICADO AL ARTISTA NORTEAMERICANO CONTEMPORáNEO JAMES TURRELL
Emplazado en las bodegas Colomé, doscientos kilómetros al sudoeste de Salta, el Museo James Turrell ofrece una antología retrospectiva permanente de obras lumínicas del artista californiano que surgió en la década del sesenta.
› Por Fabián Lebenglik
El artista norteamericano James Turrell (1943) viene trabajando con la (materialidad de la) luz, el espacio y la percepción desde los años sesenta. Se trata de una obra que actúa sobre el espectador de una manera que resulta imborrable para quien ha podido verla.
En el caso de quien firma estas líneas, a lo largo de treinta años ha tenido la oportunidad de “experimentar” varias de sus obras en bienales o sitios específicos, pero nunca como en el Museo James Turrell de Colomé, Salta, dedicado íntegramente a su obra, de manera permanente. Es un museo comisionado por el empresario bodeguero y coleccionista suizo Donald Hess.
El museo James Turrell, donde se presenta una suerte de antología retrospectiva, fue inaugurado en 2009 y diseñado por el mismo artista. Alberga nueve obras de luz, recorribles y de gran envergadura: entre ellas Spread, que ocupa 1.229 metros cuadrados y Unseen Blue ubicada en el patio interior y hecha para ser vista durante la media hora que precede a la puesta de sol. También se exhiben en el museo una larga serie de obras sobre papel -casi tan hipnóticas como sus obras de luz-. La superficie total del museo es de unos 5.500 metros cuadrados y la entrada es gratuita.
Turrell nació en Los Angeles y se formó y graduó en psicología, matemática y arte durante la década que va desde los primeros años sesenta hasta los primeros setenta. Fue uno de los principales integrantes del movimiento californiano “Luz y espacio”. Entre sus exposiciones más importantes se cuentan las del Museo Stedelijk de Amsterdam (1976), el Museo Whitney de Nueva York (1980); el Israel Museum de Jerusalem (1982); el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles (1984); el MAK, de Viena (1998-99); el Mattress Factory, de Pittsburgh (2002-03); la Bienal de Lyon (2005), el Museo de Arte de Wolfsburg, Alemania (2009-10); la Bienal de Venecia de 2011; el Museo Guggenheim de Nueva York (2013); el de de Bellas Artes de Houston y el Los Angeles County Museum (2013).
La producción artística de Turrell, de gran refinamiento y perfección técnica (que en sus efectos poéticos podría pensarse como una versión inmaterial de los campos de color de su compatriota Mark Rothko) es una obra que se basa en la generación de atmósferas, gracias a los efectos ópticos y emocionales que produce el manejo y uso de la luz y, por supuesto, su contraparte, la oscuridad, tanto como la transición de la sombra. Sus obras (realizadas con un profundo conocimiento de la fisiología del ojo y los principios de la percepción visual) están hechas para ser experimentadas.
Cada instalación se corresponde con un tiempo ideal de recorrido, por debajo del cual no llega a abarcarse y por encima del cual, se va perdiendo el impacto inicial. Se trata de obras que deben ser experimentadas (lo cual requiere de cierta duración) porque cada una logra producir en quien las mira una sensación de materialidad de la luz y el color. Las obras de Turrell producen una epifanía laica gracias a la transformación de la luz en una sustancia.
Entre los proyectos de gran escala de este artista se cuenta el Roden Crater, que comenzó en 1979 en un volcán inactivo en el desierto de Arizona.
Una de las obra más impresionantes es Unseen Blue, en el patio abierto del museo de Colomé. Se trata de un trabajo de 2002, en el que el espectador debe sentarse o acostarse –durante el amanecer o el crepúsculo– en un recinto cuyo techo tiene una gran abertura cuadrangular central, a cielo abierto, y a cuyo alrededor toda una tecnología lumínica proyectas aureolas y campos de color que interactúan con los colores e intensidades del alba o el ocaso. Esta obra forma parte de las casi ochenta pertenecientes a la serie Skyspace, emplazadas por todo el mundo.
Las obras de Turrell son indescriptibles e imposibles de fotografiar, porque cualquiera de ellas eclipsa toda explicación, todo registro.
Cada una de sus instalaciones –al actuar por “inmersión” del espectador– logra manipular el espacio, la percepción y el sentido de duración.
Otra de las obras, mucho más simple pero también contundente es aquella que, de un primer vistazo, genera la sensación de ser un volumen ortogonal flotante, sólido y brillante, ubicado en un rincón de la sala, a la altura de la mirada y que, sin embargo, se trata de la proyección de planos de luz.
El efecto de muchas de sus obras es también arquitectónico, por su escala envolvente, carácter recorrible y “habitabilidad”.
“Mi trabajo –dice Turrell– no tiene objeto, ni imagen ni foco. Sin objeto, ni imagen ni foco, ¿qué mira el espectador? Mira su mirada. Lo que importa para mí es crear una experiencia de pensamiento sin palabras”.
“Mi obra –señala el artista– trata más sobre la mirada del espectador que sobre la mía, aunque es producto de mi mirada. Estoy también interesado en la sensación de presencia del espacio; un espacio en el que el espectador siente una presencia, casi una entidad, dada por la sensación física y el poder que brinda el espacio”.
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