PLASTICA › ANTOLOGICA DE EDUARDO IGLESIAS BRICKLES EN EL MUSEO SIVORI
20 años quedaron grabados
El sábado se inauguró la muestra que reúne buena parte de la obra realizada por Iglesias Brickles durante las dos últimas décadas: grabados, pinturas y “xilopinturas”.
› Por Fabián Lebenglik
En el Museo Sívori se inauguró el sábado una exposición antológica de pinturas, grabados y xilopinturas de Eduardo Iglesias Brickles (EIB) que reúne veinte años de su producción. Al mismo tiempo, el artista realiza otra muestra simultánea, en la Fundación Alberto Elía–Mario Robirosa, y acaba de lanzar un muy buen libro sobre su obra (publicado por Asunto Impreso), con edición de Alberto Petrina, también curador de la muestra.
Resulta evidente: se trata de un momento clave, de una mirada retrospectiva sobre un cuerpo de obra que si bien comenzó en los años setenta, se termina de definir y por lo tanto se hace inconfundible a mediados de los años ochenta. Estas últimas dos décadas de obra es la medida que EIB pone a consideración de la mirada en sendas muestras y en el libro.
Eduardo Iglesias Brickles vive en Buenos Aires, pero nació en Curuzú Cuatiá, Corrientes, en 1944. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Visuales “Manuel Belgrano” y en la de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”. Ejerció la docencia como ayudante del taller de su admirada maestra, Aída Carballo (durante 1977 y 1978), y actualmente es profesor de dibujo en la licenciatura en artes de la Universidad del Museo Social Argentino. Como diseñador gráfico ha sido jefe de arte en diversos medios periodísticos. Desde mediados de la década del setenta presentó más de viente exposiciones individuales, varias exposiciones grupales y participó en una treintena de exposiciones colectivas.
Fue invitado a la Bienal Internacional de Grabado de Cracovia (Polonia) en 1986 y 1988; a la Bienal de Arte de Ljubljana, Yugoslavia (en 1987 y 1995); a la IV Bienal de La Habana (1991) y a la Bienal de San Juan de Puerto Rico (1993 y 1995), entre otras muestras internacionales.
Ganó varios premios, entre ellos: en 1980, el premio adquisición (monocopia) del Salón Nacional de Artes Plásticas. En 1985 obtuvo el Primer Premio (grabado) del Salón Nacional. En 1997 ganó el Primer Premio (grabado) del Salón Manuel Belgrano. En el año 2000 obtuvo el Gran Premio de Honor del Salón Nacional.
En las obras de EIB el espectador se asoma a atmósferas de ficción, inquietantes, enrarecidas, metafísicas, mágicas, pero también detectivescas, forenses, enigmáticas. Usa colores chirriantes y fuertes contrastes. El artista construye sintéticos y teatrales escenarios urbanos en los que ubica un núcleo pictórico y narrativo que pinta y cuenta en clave algún suceso del mundo. El mundo del arte y el mundo real constituyen un horizonte continuo que se confunde y fusiona, como si se estuviera ante extrañas crónicas. La proyección de sombras se suma al relieve expresivo que en las “xilopinturas” dejan las incisiones de la gubia. Esos trazos marcados en la madera, esos canales y surcos se abren paso con la habilidad de un dibujante que va esculpiendo y tallando las líneas.
De sus obras emerge una teatralidad de historieta, acentuada por el trazo, la talla, la línea, el relieve y el color, siempre fulgurante, con acento en los colores primarios. La historieta es un género clave a lo largo de toda su producción –y de sus inicios en el mundo del arte–, que le sirve para tomar distancia y al mismo tiempo evocar el estado del mundo en clave irónica: pictórica y literaria. Ese acercamiento al cómic genera climas de serie negra, de modo que el espectador busca pistas para desentrañar aquello que parece anunciarse en clave en varias obras.
Los trabajos de Iglesias Brickles, sus xilopinturas (maderas talladas, luego pintadas) ponen el acento tanto en la imagen como en la realización y la técnica. El artista eligió pintar y exhibir los tacos a partir de la década del noventa. Se trata de una afirmación de lo manual y de la materialidad significativa del arte, a contrapelo de la época y en contra también del recetario más purista del grabado. Es un gesto que en los noventa resultaba saludablemente anacrónico y provocador y que ahora se sostiene por su calidad, por su lugar de género aparte, de híbrido entre el grabado y la pintura.
Su obra podría verse como una interminable serie de retratos urbanos, que el grabador y pintor sintetiza en su facciones más recias. Caras angulosas, sombrías, subrayadas en sus gestos y actitudes por notorias incisiones que se leen como arrugas; ojos que nos miran de manera frontal, muchas veces altanera, retando al espectador a que sostenga la mirada. EIB combina la bastedad de la madera tallada con la sutileza de su virtuosismo de dibujante y genera trazos tan elocuentes como sintéticos, con los que resume escenas, gestos y situaciones tan expresivos como enigmáticos.
Muchos de los rostros que talla y pinta emergen de un paisaje de la ciudad vista en ángulo apretado, poblado de edificios en bloque, un tanto asfixiantes. Esas caras están colocadas como si el paisaje fuera soñado por ellas, y a su vez funcionan como apariciones producidas por el paisaje. La trama y el revés de un recurso que en la historieta sirve para situar al narrador omnisciente asomándose al mundo para contar lo que pasa (pasó o pasará), es utilizado por EIB al mismo tiempo que establece una suerte de gramática del rostro para incluir en la obra caras familiares de su mundo.
A través de la impactante realización de sus xilopinturas, el grabador y pintor también realiza varios homenajes y citas, en los que evoca a maestros y amigos, a músicos y boxeadores: Aída Carballo, Leopoldo Marechal, De Chirico, Spilimbergo, Wynton Marsalis, Gauguin, Masaccio, De Pisis, Hockney, etc... Este repertorio heterogéneo funciona como un modo de afirmación de una tradición tan amplia como ecléctica, a través de la cual EIB divulga sus preferencias y sus fuentes. En este sentido el artista establece una galería de modelos artísticos y de vida que considera afines. Con ellos arma una suerte de árbol genealógico dentro del cual se coloca a sí mismo, a través de múltiples autorretratos.
Otra de las series está conformada por un conjunto de cabezas (colgadas teatralmente en una de las salas circulares del Museo Sívori). En oportunidad de un reportaje que el artista le concedió a quien firma estas líneas en 1997, EIB explicaba su atracción por las caras: “En principio me atrae la conformación que da el tiempo en cada persona. El tiempo real y el tiempo emocional. La edad y las cosas que le han pasado. Eso marca cada cara de una manera o de otra. Uno tiene esa frase, oída de chico, que dice que todos son responsables de su cara después de los treinta años. Al mismo tiempo, cada cara arrastra una historia y una tipología que la excede, así como una geografía. Uno siempre encuentra parentescos entre diferentes caras de distintos lugares del mundo. En este país de inmigrantes el tema de los rostros se vuelve especialmente interesante. Esa relación entre la historia personal y la historia general, entre la tipología y la antropología, me fascinan... Por momentos soy un poco lombrosiano y la mía es casi una fascinación malsana, aunque nunca llegué a pensar en una clasificación estatal de los distintos tipos de caras”.
Otra serie la constituyen las manos. Al modo de los viejos tratados de anatomía, este conjunto evoca las manos como herramienta y como mapa. En varios casos, la manos se acompañan de diversos instrumentos de trabajo: destornilladores, gubias, pinzas, tenazas, alicates, tijeras. La manos también expresan un alfabeto o revelan sus partes, funcionamiento, musculatura, estructura ósea, sus vasos, sus conexiones nerviosas.
Toda mirada retrospectiva supone un gesto consagratorio. Vale la pena acercarse a ver un cuerpo de obra imperdible, que Eduardo Iglesias Brickles pone a la vista de todos. (Museo Sívori –Av. Infanta Isabel 555-, y Fundación Alberto Elía–Mario Robirosa –Azcuénaga 1739–, hasta fin de octubre.)