Lunes, 23 de julio de 2007 | Hoy
PLASTICA › MUESTRA HOMENAJE A MARIO GRINBAUM
Se inauguró en la galería Rubbers una exposición dedicada al pintor, fallecido en marzo de este año.
Por Angel Berlanga
“Para mí pintar es un viaje, sé cómo comienzo y no cómo termino”, decía un año y medio atrás Mario Grinbaum, y citaba a Romero Brest, aquello de que la pintura “es la objetividad de la subjetividad”, algo que verificaba en su propia práctica, en su propio arte. Por entonces tenía en exhibición, en el Centro Cultural Recoleta, la muestra Cuestiones Urbanas, una serie de pinturas que componían un universo desolado que remitía a megalópolis devastadas, inútiles y, sobre todo, vacías. La muestra que se abrió al público la semana pasada en la galería Rubbers se llama Homenaje porque Grinbaum murió el 13 de marzo pasado; se trata de una treintena de cuadros –acrílicos, tintas– que ratifican y diversifican el tema sobre el que venía trabajando: la gran ciudad como matriz de un vacío preanunciado, como paisajes de civilizaciones aniquiladas, como sucesión de unidades de encierro. “Aunque me doy cuenta de que la jaula es personal, el ser, el yo”, decía.
Grinbaum nació en 1939 en Buenos Aires y empezó a exponer en 1990. “Mis orígenes son humildísimos”, contó en aquella entrevista con Página/12; a los 14 años empezó a trabajar dibujando planos. Su sueño, dijo, era ser arquitecto; en lugar de eso intentó con la actuación: estudió con Carlos Gandolfo y Jaime Kogan. “Actué en el teatro IFT, hice algún bolo en televisión: nada importante –recordó–. Pero sí estudié, bastante.” Un actor lo estafó, contó, y tuvo que hipotecar casa, cambiar de rumbo; encaró una inmobiliaria y le fue bien. Con los años pudo dedicarse en exclusiva a lo que quiso: pintar. Paradójicamente, muchos de quienes veían sus cuadros le preguntaban si era arquitecto. “Siempre pensé que las grandes ciudades, como decía Le Corbusier, son máquinas de vivir”, explicó. “De pronto fui encontrando un hilo conductor a la poética de mi obra –dijo–. Y aunque sé cómo comienza el viaje y no cómo termina, creo que el rumbo lo marca la cosa interior que uno tiene. Uno quiere decir cosas, pero son tan dialécticas... Uno se plantea problemas filosóficos en la vida, examina su jaula personal. Porque todos tenemos ataduras. ¿Qué es la libertad? La libertad no existe: yo llegué a esa conclusión. Lo único que uno puede hacer es ampliar espacios. Es amor-odio: es dialéctico el tema. ¿Sabés cuándo disfrutás? Cuando ves que una obra ya está. Son fracciones de segundo. Lo demás es trabajo, trabajo y discusión. Aprendí, sí, y por eso creció mi obra, a respetar la subjetividad del cuadro. Si me está diciendo algo, lo escucho. No digo que lo respete siempre, pero sí lo escucho.”
La perspectiva que repite series, estructuras, celdillas y compartimentos hacia el horizonte es un componente preponderante en sus cuadros; los elementos primarios de las series unas veces se derrumban, otras se agrietan, o se ven invadidos o aplastados por otra unidad de composición. Impresiona esto: el paso del tiempo ha hecho estragos sobre materiales y pretensiones de organización, de construcción. Los materiales que representa, diluidos, deformados o todavía sólidos, en pie, tienen algo en común: parecen inútiles. Nada los habita.
Diego Grinbaum, su hijo, se ocupó de montar la muestra. “Siempre me impactó su obra –dijo–. Es complejo, porque desde mi lugar también veo otras cosas. A medida que mi viejo desarrollaba su obra fue prescindiendo de elementos literales hasta llegar al vacío total. Tienen eso sus pinturas: te paran en el vacío. En sus cuadros la ciudad se ve como es, drástica, poética, extremista, oscura, pero a la vez real. Su pintura tiene muchísimas conexiones con otros artistas que él ni conocía; por la forma en que entró al arte, y a la altura de su vida en la que entró, no tenía los tics del artista, y eso está bueno: no había perdido cierto humanismo. El artista se torna más hosco, más ego, imagino que hasta por supervivencia.”
En la inauguración de la muestra –que permanecerá hasta el 9 de agosto–- estuvieron la esposa de Grinbaum, la escritora Liliana Arendar, y los pintores León Ferrari, Eduardo Stupía y Aníbal Cedrón. Fuera de “programa”, a Luis Felipe Noé le dieron ganas de evocar a Grinbaum y de decir unas palabras: destacó la singularidad y la extrañeza de su obra, “abstracta pero con una perspectiva envolvente”. En el catálogo de Homenaje, además, Noé dejó escrito: “No basta con ser pintor para ser artista, porque para serlo es necesario tratar de proponer una forma de entenderse con su entorno, pero el que supera el estado de búsqueda y puede formular una visión personal del mundo es un gran artista. Y éste era el caso de Mario Grinbaum”.
“Que esta modernidad que estamos construyendo, cuya tecnología está llegando a límites que no sabemos cuáles serán, despersonaliza cada vez más al ser humano, creo que es algo evidente –dijo Grinbaum en aquella entrevista–. A mí lo que me interesan son las personas. Dicen que mi obra es premonitoria; yo no me lo propongo, y si lo soy es porque quizás en algún lugar dentro mío algo me dice hacia donde está yendo el mundo. No lo sé. Tengo más preguntas que respuestas.”
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