PLASTICA › FOTOGRAFIAS DE ROSANA SCHOIJETT EN LA GALERIA ERNESTO CATENA
Una muestra de fotografías abstractas registra el efecto de los imanes sobre la limadura de hierro. El magnetismo, la atracción y el rechazo como metáfora de la intimidad.
› Por Fabián Lebenglik
Hace dos años, en la sección “Fan” de Radar, la fotógrafa argentina Rosana Schoijett publicó una nota sobre su foto preferida: un retrato de fines de los años sesenta, tomado por el fotógrafo William Eggleston en el que se ve una mujer vestida de azul eléctrico.
Al mismo tiempo que Schoijett explicaba por qué le atraía esa foto, estaba dando cuenta de su propia poética: “Eso me encanta –decía–: lo latente a punto de estallar, el presagio de la tormenta. La electricidad” [...] “Es esa ambigüedad contenida –sigue– lo que me fascina de la foto. Y algo de eso también busco en mi trabajo. Una superficie aparentemente agradable donde empiezan a aparecer cosas a medida que vas mirando. Algo que te atrapa, que te habla, que te dice que sigas mirando, que hay mucho más para ver”. [...] “Su fotografía –dice Schoijett sobre Eggleston– fue comparada con Terciopelo azul (1989), la película de David Lynch donde la evidencia del mal se esconde bajo el suave césped de los suburbios.”
En este caso, aquello que la seduce de la poética del célebre fotógrafo norteamericano sirve como clave de entrada a la propia obra de R. S. Rosana Schoijett nació en Buenos Aires en 1969. Exhibió sus primeros trabajos en 1989 y desde entonces mostró su obra en exposiciones individuales, grupales y colectivas.
Estudió cine en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda. Entre 1990 y 1992 asistió al taller de visión fotográfica de Alberto Goldenstein. Desde 1992 trabaja como fotógrafa para medios gráficos. Entre 1999 y 2002 asistió al taller de arte contemporáneo de Fabiana Barreda. Fue becaria del programa para las Artes Visuales Rojas/Kuitca 2003-2005, durante el cual publica Temporada, un libro de retratos de los integrantes de la beca. En 2006 forma parte del programa Intercampos II (2006) en la Fundación Telefónica.
En 2007 participa en RIAA, Residencia Internacional de Artistas en Argentina, y es seleccionada en el premio ArteBA-Petrobras 07 con el proyecto Entrevista.
Schoijett trabaja sus fotografías en series visual y conceptualmente muy elaboradas. Cada nueva serie avanza sobre la anterior, como si la incluyera, condensara y superara, para poder pasar a otra cosa.
Puede ponerse un punto de partida arbitrario en la serie: Estacionamientos, de 1999. Allí pueden verse rincones, ambientes, lugares vacíos, cierta sordidez, texturas visuales, ausencia de personas. La palabra que da título al conjunto remite a la quietud, la sedimentación, la inmovilidad.
En 2001 realizó la serie La voz del interior, en donde fotografía palabras y frases que encuentra en carteles, luces de neón, anuncios publicitarios. Palabras en la vía pública, como voces de la conciencia urbana que dicen algo sobre el entorno, más allá de la literalidad o la intención.
En 2003 sigue la serie Encrucijadas, donde aparecen por primera vez personajes solitarios en lugares ambiguos, de paso, incómodos o ajenos. Las series Kiosco y Temporada son ambas de 2005. En la primera presenta una galería caprichosa de celebridades –actores, vedettes, artistas, políticos, empresarios–, pero con un agregado: la presencia de la fotógrafa en cada toma. Según cada caso, Schoijett aparece como satélite, acólito, dama de compañía, fan... del retratado. Retratos y autorretratos en donde la fotógrafa funciona como una intrusa producto de una negociación. Su imagen al lado de cada “famoso” resulta corrosiva, irónica, y su papel inmediatamente pasa a ser, no tanto el de una admiradora del retratado, sino más bien el de un aliado del espectador. Mientras que en Temporada los becarios son “interpretados” de acuerdo con la obra de cada uno, según la luz del ambiente, la personalidad, el contexto... Allí el resultado es también irónico, pero es un juego de ironías compartidas entre retratado y retratista. Así, la serie está fuera del cinismo.
En la serie Entrevista, de 2006 –que resultó seleccionada entre los ocho finalistas de edición 2007 del premio ArteBA Petrobras–, el conjunto de fotografías revela un sistema de relaciones interpersonales. El ojo toma el papel del espía y surge la intimidad como dato, en muchos casos, duplicada o reflejada a través de espejos.
Ahora la fotógrafa exhibe su nueva serie, muy distinta en términos formales, pero que sigue avanzando conceptualmente en el sentido de las anteriores: del objeto al sujeto, de la soledad a las relaciones, de allí a la intimidad. Ahora la intimidad se vuelve absolutamente subjetiva.
Se trata de una serie de fotografías abstractas en las que la artista fotografía limadura de hierro sobre un lienzo, sometida a las fuerzas magnéticas de imanes colocados por debajo del lienzo. El resultado es algo que a primera vista luce como dibujos o pinturas abstractas, pero que luego el ojo va reconociendo en su cualidad fotográfica. Luego de una historia de casi veinte años de fotografía color, estos trabajos aparentan ser en blanco y negro (por el negro de la limadura y el blanco del soporte). Sin embargo, las partículas en color, la temperatura del aire, las texturas y matices del soporte, etc. revelan que allí el color se ausenta aunque no de manera absoluta. Junto con la serie de fotografías abstractas se incluye la de los imanes utilizados por la artista, con lo cual se revela el artificio usado para realizar la serie. Esto permite que el visitante pueda dedicarse a mirar la exposición fuera de la mirada del detective. El ojo queda librado a esos estallidos y nudos, a los “dibujos” que resultan de la exposición de las partículas de hierro al magnetismo. Es imposible no ligar esta obra a la anterior. Y precisamente a la luz de la obra anterior, la cuestión de la atracción y el rechazo en las relaciones interpersonales resultan clave ahora.
Si la intimidad quedaba presentada como un enigma en la serie Entrevista (aquello que apenas se ve, que sólo se entrevé), sin embargo había una objetivación en el tratamiento, en las propias figuras, en la “realidad” fotografiada, que aquí se pierde del todo para ingresar al terreno de la pura subjetividad. Ahora la intimidad es una metáfora que surge en cada trabajo. Schoijett elige un título preciso que a su vez es una cita: Una mujer bajo influencia. Si en la serie Kiosco la fotógrafa aparecía en relación ambigua e irónica con sus retratados, ahora la mujer bajo influencia es ella misma. Y aquí el giro de su fotografía es completo porque se vuelve introspectivo.
Las influencias son varias: inevitablemente la película de John Cassavetes (Una mujer bajo influencia) donde se juega la cuestión de las relaciones sociales, grupales, eróticas y de pareja, como en casi toda la cinematrografía de aquel gran director. También aparece aquí la influencia de la pintura, el grabado y el dibujo: Van Gogh y Goya, entre otros: tal vez los girasoles de uno o las huellas de las estampas del otro.
Siguen las influencias bajo cuyo signo se coloca la fotógrafa: la fascinación por la materialidad de los campos magnéticos en el comportamiento de la limadura de hierro, algo que casi todos descubrimos en ciertos juegos infantiles. Ante tal efecto de la física, puede ahora, en la edad adulta, pasarse de los corpúsculos magentizados al magnetismo de los cuerpos, su roce, al encuentro en la sexualidad. Estallidos, figuras arremolinadas, flores, capullos, mareas; líneas y acumulaciones de miles de puntos como vestigios de acciones previas o inminentes... toda una secuencia de asociaciones por supuestos múltiples y libres. Pero su evocación está primero allí, en los movimientos, en la onda expansiva de la fuerza que desencandenan los imanes, en los efectos de una atracción y en la reacción de un rechazo.
Según escribe Javier Villa en el catálogo, la serie “coquetea con la abstracción y la pura forma al disolver, en apariencia, la seducción del referente figurativo”.
Los movimientos de atracción y rechazo –y aquí volvemos a las influencias– pueden definir una poética, una personalidad, un sistema de gustos, una lista de rechazos; pueden trazar una genealogía, expresar una subjetividad.
Vale entonces volver al inicio de esta nota y repasar lo que la artista dice de las fotos de otro, ya no tanto para definirlo, sino más bien para leerlas con, claves sobre sí misma; más precisamente sobre su propio cuerpo de obra. (En la galería Ernesto Catena Fotografía Contemporánea, Honduras 4882, 1er. piso, hasta el 15 de marzo. Martes a sábado, de 12 a 20.)
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