Mar 01.04.2008
espectaculos

PLASTICA › RETROSPECTIVA DE AMEDEO MODIGLIANI EN EL MUSEO THYSSEN Y LA FUNDACIóN CAJA MADRID

Puente entre tradición y vanguardia

La retrospectiva del gran pintor de los cuellos largos, que murió de tuberculosis a los 35 años, demuestra que fue un inclasificable. Junto a su obra se exhibe también la de maestros, colegas y amigos: intensidades del cometa Modigliani.

› Por Fabián Lebenglik

Desde Madrid

El Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid exhiben conjuntamente una retrospectiva de Modigliani, Amedeo Modigliani y su tiempo, que abarca el período que va desde su llegada a París en 1906 hasta su muerte por tuberculosis, a los 35 años, en 1920. La muestra, curada por Francisco Calvo Serraller, se extenderá hasta el 18 de mayo y cuenta con 126 piezas entre pinturas, esculturas y dibujos. Si incluye la frase “...y su tiempo” es porque junto con las obras de Modigliani se exhiben obras de sus maestros y amigos, con la intención de establecer un diálogo, un abanico de afinidades y una puesta en contexto. La exposición está organizada en dos grandes capítulos que se relacionan, por una parte, con los maestros del artista –en el Museo– y, por la otra, con sus amigos y colegas –en la Fundación–. La doble exposición se estructura a través de un itinerario cronológico. Entre sus maestros: Cézanne, Picasso, Brancusi y otros. Sus amigos: Chagall, Lipchitz, Soutine, Kisling, Zadkine y Fujita, entre muchos otros.

Además de las obras de Modigliani, sus maestros y amigos, hay una larga sección de fotografías, ampliadas y montadas especialmente para la ocasión.

Modigliani nació en Livorno en 1884, en una familia de origen judío sefaradita. Estudió arte en Florencia y Venecia y luego partió a París en 1906. Se instala en Monmartre hasta 1909 y luego se muda a Montparnasse, donde se vuelve un personaje y un artista de la célebre bohemia del “barrio”.

El contacto con las vanguardias de París produjo en Modigliani un gran impacto a causa del contraste notorio con sus estudios académicos y la tendencia de los militantes de las vanguardias de negar a los artistas del pasado.

A través de esta exposición los visitantes pueden advertir cómo Modigliani produce un estilo propio tomando como punto de partida especialmente a Cézanne. Al poco tiempo de llegar a París, el artista italiano pudo ver una retrospectiva de Cézanne, cuya pintura, según Modigliani, podía pensarse como un puente entre los modelos académicos y las nuevas expresiones del arte.

El italiano quería ser escultor. Según les decía a sus amigos, se dedicaba a la pintura sólo para comer. Las esculturas que aquí se muestran exhiben claramente la doble influencia del Modigliani escultor: por una parte, el deslumbramiento que le produjo el arte africano; por la otra, la obra de su maestro y amigo Constantin Brancusi. Fascinado por el arte negro, durante varios meses de 1908 visitó largamente la sección Etnografía del Louvre. Ese mismo año realiza sus primeros estudios de cabezas y cariátides reinterpretando modelos africanos: algunas de estas piezas forman parte de la muestra.

En aquel momento, Modigliani veía la pintura como un modo de poder llegar a la escultura. Y fue así que se dedicó cinco años de forma casi exclusiva a la escultura. Pero a causa de la tuberculosis (que había contraído de adolescente) se le hizo imposible seguir trabajando como escultor. El polvillo de la piedra le producía una insoportable irritación que agravaba su enfermedad.

Durante la Primera Guerra mundial todo se complica horriblemente, también para el artista. Sus amigos se enrolan en el ejército o en la Legión Extranjera, su familia deja de enviarle dinero y los coleccionistas escasean. A partir de 1915 no le queda otra que dedicarse a hacer retratos para subsistir. Al mirar ahora esos retratos podemos percibir el itinerario estético que lo lleva del fauvismo al cubismo. Sin embargo, Modigliani evidenciaba un estilo propio e independiente, que maduró hacia mediados del año siguiente y se hizo pleno en 1917. De su obra temprana queda muy poco, porque el artista solía escaparse de los sucesivos atelieres que alquilaba, para eludir el precio del alquiler, pero en cada huida dejaba sus cuadros como “parte de pago”.

En conjunto se puede ver aquí una extraordinaria serie de retratos como los de Diego Rivera, Juan Gris, el de Max Jacob y el de su pareja: Jeanne Hébuterne, entre muchos otros. El retrato constituye el género de mayor producción del pintor. La gran cantidad de retratos que pintó Modigliani se transformó en una especie de censo visual del Montparnasse de 1910. Gracias a relevamientos de aquellos rostros se puede tener semblanteo, un “Quién es quién” de aquel tiempo y lugar.

Luego sucederá lo mismo durante sus años en Cagnes y Niza (1918-19), en los que, a falta de modelos, retrata a los trabajadores, asistentes y gente de campo. Pero en Niza, una vez agotados estos “otros” modelos, el pintor se vuelca al paisaje. Para complementar la delicadeza, casi –podría decirse– el recato de los paisajes de Modigliani, aquí se exhiben también paisajes encendidos y oníricos de sus amigos Soutine, Utrillo y Chagall.

Otra serie impactante es la de los desnudos femeninos. Y aquí el itinerario de la imagen va desde cierto peso religioso y moral en sus primeros desnudos hasta una sensualidad y erotismo altamente inspiradores, en todos los demás. Dentro del género –cuyas mejores pinturas están fechadas en 1917–, se destacan los desnudos recostados, un subgénero muy desarrollado, aunque también pintó inquietantes desnudos erguidos.

También se exhiben aquí numerosos dibujos. Modigliani recorría los bares de Montparnasse retratando a parroquianos y comensales. Era una actividad de ganapán, para pasar el día y pagarse las comidas. Pero por la rapidez y cantidad, incluso por la “utilidad” de sus dibujos, éstos le servían como campo de pruebas, como fuente de experimentación y puesta a punto de ciertas ideas estéticas que el artista ponía en práctica en sus dibujos por primera vez.

“Pienso en Modigliani pintando de pie sus figuras –escribe el curador, Calvo Serraller–: cuerpos y rostros, cuerpos y almas. Apenas paisajes y casi todos al final, un poco recreativos, aunque cezanneanos. Le interesaba, sobre todo, el paisaje humano. Porque un cuerpo puede muy bien ser un país, que se estira hasta el infinito. El famoso alargamiento de sus figuras es ciertamente una estilización, que Modigliani recogió no sólo del manierismo, sino de la tradición rítmica que llega hasta Matisse.”

Modigliani participó de muchas exhibiciones grupales y colectiva, pero hizo una sola exposición individual monográfica en vida, a fines de 1917, en París. Los más apurados en llegar a esa muestra fueron los policías, que intervinieron para censurarla, porque uno de los desnudos del artista se mostraba en la vidriera de la galería.

En 1918, cuando se anuncia la posibilidad inminente de que el ejército alemán entrara a París, Modigliani se traslada a Niza con su pareja, Jeanne. Mientras, en Nueva York, Londres y París se produce su despegue artístico: distintas exposiciones panorámicas de arte moderno incluyen varias piezas (esculturas y pinturas) de Modigliani, colocándolo como uno de los grandes artistas de su época.

El 24 de enero de 1920 Modigliani muere por tuberculosis y dos días después se suicida Jeanne, su mujer, a los 21 años, dejando a la bebé de ambos.

Vicente Molina Foix escribe en el catálogo: “Modigliani tuvo en su corta vida devotos, protectores, algún que otro admirador y la propia insatisfacción o ansiedad que él sintió hasta poco antes del final respecto a su obra fue, naturalmente, reflejada en el desconcierto, envuelto a veces en palabras amables, de quienes sólo vieron en él a un artista prometedor sin logros definitivos. Tan marginal resultaba, tan anómalo, que incluso Gómez de la Serna, dotado de un ojo perspicaz y una generosa disposición a detectar corrientes y darles nombre, le negó al italiano un ‘estilismo’ propio, encajándolo a duras penas en su libro Ismos (1931) dentro del ‘lotheísmo’ y el ‘riverismo’ (siendo André Lothe y Diego Rivera pintores seguramente menores que él). Y también Ramón le aplica el tratamiento conmiserativo en unas breves líneas de resumen: ‘El pobre Modigliani, que se tiró por un balcón y detrás de él su amada, matándose los dos sobre las losas funerarias de la acera’”.

Durante casi todo el siglo XX a Modigliani se lo colocó en una u otra escuela artística donde nunca encajaba plenamente, porque no se sabía dónde situarlo. Su estilo único, en el que combinaba aspectos de la reposada academia florentina o veneciana, con las vanguardias urgentes, terminó ubicándolo en una categoría de un solo miembro: Modigliani. Y así ocupó un lugar absolutamente único pero al mismo tiempo relativamente marginal, más allá de toda corriente.

En sus memorias, Jeanne Modigliani, la hija del artista –que quedó huérfana de padre y madre a los 14 meses–, escribió: “Mi padre fue para mí esa invocación matinal a la devoción filial, mientras que, sentada ante la gran mesa de mármol negro, me esforzaba, todavía adormecida, en tomar mi café con leche y repasar las lecciones”. Como Jeanne conoció aspectos de su padre a través de los relatos e imitaciones de su tía (y madre adoptiva): “Ese tono, la mímica, las frases truncadas –escribe la hija de Modigliani–, sugerían que así son los genios: pueriles, un poco necios, egoístas e insoportables; nosotros, las personas serias, sensatas y conscientes de nuestras responsabilidades, podemos aceptarlos y llegar a admirarlos, pero no desde luego a comprenderlos”.

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