Mié 14.05.2008
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DISCOS › MUCHO, EL NOVENO DISCO DE BABASONICOS

Convicción en diez canciones

Conciso y rotundo, el noveno disco oficial de la banda, lanzado primero por celular y luego en CD, exhibe una solidez estética conseguida a base de años de trabajo y convencimiento artístico. El resultado deja varios hits instantáneos.

› Por Eduardo Fabregat

“No tengo interior para mostrar / tampoco soy espontáneo / Y por más que me bañe en humildad / se evapora al rato.” No importa si en “Yo anuncio” Adrián Dárgelos habla de sí mismo o si recurre a las conocidas mentiras del escritor: lo que importa, al cabo, es que sus letras siempre tienen algo. En rigor, el concepto debe extenderse a Babasonicos en su totalidad, una banda que nunca siente la urgencia de reflejar coyunturas de la realidad externa –lo que no significa que vivan adentro de un frasco–, sino que compone y ejecuta sus obras con su propia convicción artística y estética como único norte. Y así, los discos del sexteto siempre tienen algo. En este caso Mucho, que es el nombre de su noveno álbum (sin contar lanzamientos paralelos y alternativos, cosas en vivo y remixes), y una buena síntesis de la sensación que dejan diez canciones muy Babasonicas, al menos en el sentido de los caminos ensayados desde Miami o Jessico.

Mucho es un disco conciso y rotundo, de personalidad bien afirmada y con algunos títulos que se pegan de inmediato a la oreja del oyente: no puede decirse otra cosa de esa apertura con humildades que se evaporan al rato de “Yo anuncio”, la relajada invitación al baile de “Microdancing”, la preciosa, delicada “Cómo eran las cosas”, el pequeño himno pop de “Pijamas” o el eléctrico rockito “Estoy rabioso”, que hace honor a su nombre y deja otro par de versos que podrían ser autobiográficos o no (“A la mierda lo que piensen de nosotros/ a la mierda lo que digan los demás/ voy a escupirte entre los ojos/ te vaticino un futuro cojo/ y no vuelvo atrás”). Babasonicos, que viene remontando la cuesta anímica que significó la larga enfermedad y muerte de Gabo Manelli, prefiere exorcizar el dolor a través del mero y natural acto de hacer música y sin explicitar nada, aunque el cierre de “El ídolo” hable de fiestas a la hora de la muerte y regresos “en la piel de una canción”.

Si de canciones se trata, entonces, este disco lanzado primero a través de una marca de telefonía y luego en CD y formato digital no necesita más defensas que dejarlo sonar. Un método en rigor aplicable al grupo que a comienzos de los ’90 se animó a cuestionar –desde la música y desde la actitud– el estado de las cosas en el rock argentino, y que hoy puede celebrar el camino recorrido y la habilidad para reinventarse sin perder un ápice de personalidad. Es, precisamente, mucho.

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