Mié 04.06.2008
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DISCOS › LOS MOCKERS, UNA BANDA INJUSTAMENTE OLVIDADA

Aquellos Stones rioplatenses

En su momento eclipsados por los Shakers y los Gatos Salvajes, quedaron relegados de la historia oficial. Un flamante compilado que reúne lo mejor de sus cinco discos hace justicia con uno de los primeros grupos que confrontaron con El Club del Clan.

› Por Cristian Vitale

Recurrencia: cuando se va a los orígenes del rock rioplatense, dos bandas tapan al resto: Shakers y Gatos Salvajes. Y entonces, Los Mockers no existen. Podría darse por real en otras decenas de bandas-producto que inundaron la época, pero en este caso se trata de un gravísimo error de la historiografía. Por eso, la edición de un compilado a través de La Vida Lenta Discos viene a poner las cosas en su lugar: 19 canciones formidables –no mucho que envidiarle al cuarteto de los Fattorusso brothers– más dos bonus tracks en vivo (“I just wanna make love to you”, del enorme Willy Dixon, y “Oh Baby, we got a good thing Goin”), grabados en Radio Ariel de Uruguay y en la televisión argentina, resumen el espíritu corrosivo de uno de los primeros rockers en “putear en la cara” al Club del Clan: antes, incluso, de bautizarse con un nombre que iba contra prejuicios, tonteras y convencionalismos. Vestían cardigans beige con vivos marrones, tocaban “Route 66” en bares de mala muerte, llegaron a llamarse ¡Los Encadenados!, salían a escena con las guitarras unidas al cuello mediante cadenas negras y tenían un cantante (Polo, el salvaje) capaz de expatriar la voz de Mick Jagger sin la más mínima impostación.

Con nombre homónimo al grupo, un bien elegido compilado de los cinco discos que pueblan la discografía original (del fugaz período 1965-1967) aporta gemas hechas cuando todo estaba por hacerse: “Sad” –track 11– es como implantar un pedazo de los primeros Stones en el paisito: cualquier marciano que desconozca cómo vino la mano preguntaría quién es quién; escuchar “Don’t go Hawaii” –track 3– es tener un Ray Davies tan podrido como aquél, cantando un rhythm & blues sin necesidad de atravesar el Atlántico; el sitar –aunque primitivo– de “Every night” –track 6– sumado a la voz fermentada de Polo le dan un aura cuasipsicodélica, que luego retomarían y perfeccionarían Los Gatos en temas como “Una nube en tu vida”, por caso; reflotar una rareza artesanal llamada “Can’t be a lie” –track 9–, donde un palillo de batería “rasca” la rejilla metálica de un amplificador; y la verdadera gema –track 16– resulta la más impecable versión de “Paint it black”, a tempo rápido, generada en el rock hispano. Es otro acierto –en la elección, claro– no contemplar ciertos temas en castellano del tipo “Quiero irme” o “Nena mía” que, pese a haberle significado al grupo la puerta de entrada a Buenos Aires, no resistieron el paso del tiempo.

En suma: si los Shakers fueron, según la historia oficial del rock, Los Beatles rioplatenses, entonces Los Mockers fueron los Stones, antes del baile del pollo... (re)comprobado.

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