DISCOS › WORKING ON A DREAM, DE BRUCE SPRINGSTEEN
Aunque fue grabado antes de las elecciones de los EE.UU., el espíritu de esperanza que atraviesa todo el CD puede ser reinterpretado como un signo de los nuevos tiempos políticos. Acompañado por la E Street Band, el “Jefe” entrega otro puñado de canciones épicas.
› Por Fernando D´addario
Que el nuevo disco de Bruce Springsteen, Working on a dream, empiece y termine con sentidos retratos de perdedores (“Outlaw pete” y “The wrestler”, respectivamente) tal vez obedezca a una suerte de ratificación culposa: un Springsteen en estado de máxima pureza no debe olvidar a quién representa, ni de qué lado del american dream ha decidido ponerse –para siempre– hace ya 35 años. Pero ocurre que Bruce está esperanzado. Puede que algún suceso de su vida personal lo haya iluminado. Pero en el imaginario quedará registrada otra cosa: el proceso político que condujo a Obama a la presidencia de los Estados Unidos condicionó el espíritu del disco hasta barnizarlo con un optimismo ingenuo, pero visceral. A lo Springsteen.
Las dos canciones citadas al comienzo admiten, entonces, otra lectura: “Outlaw pete” narra, en tono elegíaco, la caída de un hombre del oeste que vive fuera de la ley. En una entrevista reciente publicada por The Guardian, Bruce comparó esta historia con los ocho años “de pesadilla” que sufrió su país durante la era Bush. “The wrestler”, en tanto, es una apelación a la libertad a través del estoicismo. Pasado y presente se enfrentan, así, como el bien y el mal, en una concepción dialéctica (en cierto modo, también maniquea) que El Jefe, con talento para bajarlo todo a tierra, traduce en bellas canciones. Un par de detalles: la que abre el CD desnuda un parecido indiscutible con el estribillo de “I was made for lovin’ you”, de Kiss (más allá de la “coincidencia”: ¿habrá dos expresiones artísticas más antinómicas que Kiss y Bruce Springsteen). Y “The Wrestler” fue agregada a último momento como bonus track. No le faltan razones: incluida en el soundtrack del film homónimo (fue escrita por Bruce a pedido de Mickey Rourke), está nominada al Oscar en el rubro Canción original.
El disco entero luce como una gran epopeya amorosa. El regreso a un pasado idílico (¿los años ‘60?) como nuevo punto de partida. La redención romántica de Bruce no escatima incursiones en la épica (la notable “This life”) ni tratamientos naives (encantador el sonido Nash-ville de “Tomorrow never knows”) para expresar la seria esperanza de Springsteen en un futuro mejor. En Bruce no hay lugar para la ironía. Tampoco para el cinismo. Esos matices relativistas son incompatibles con su naturaleza. Cuando es necesario, sus fieles compañeros de la E Street Band añaden cuerdas y artificios a la rusticidad del formato convencional del pop/rock americano. Porque es mucho lo que Bruce tiene para contar.
La calidad de las trece canciones es despareja. Pero supera la media de Magic, el álbum anterior. Grabado en los descansos de la última gira, casi en un arrebato de entusiasmo, el disco se sostiene en su peso emocional. En “Working on a dream” canta: “Estoy trabajando en un sueño / aunque a veces parezca tan lejano / Estoy trabajando en un sueño / Y nuestro amor lo hará verdadero algún día”. ¿Quién no querría darle un abrazo al bueno de Bruce?
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