DISCOS › LA NEGRA SOSA COMPLETó LA SERIE DE DUETOS CANTORA
En el segundo volumen del díptico, la paleta musical es amplia y el resultado desparejo. Se lucen las versiones de “Zona de promesas” y de “Desarma y sangra”, junto a sus autores Cerati y Charly García, respectivamente. La producción de Popi Spatocco es impecable.
› Por Karina Micheletto
Más duetos provocados por la figura inmensa de Mercedes Sosa, cantantes, intérpretes y compositores tocados por la suerte de la compañía de su voz. En la serie Cantora (Sony Music), que acaba de completarse con el lanzamiento del segundo de los discos, la paleta musical es amplia y no siempre pareja –lo cual es esperable, con treinta y seis temas propuestos en total–. Si Cantora 1 incluía una gema como “Barro tal vez”, de y con Luis Alberto Spinetta, el reciente Cantora 2 abre el juego a otras delicias: versiones de Mercedes de “Zona de promesas” y de “Desarma y sangra”, junto a sus autores (Gustavo Cerati y Charly García), entre los préstamos del rock al repertorio, o una profunda “Canción de las cantinas”, de Manuel J. Castilla y Chivo Valladares, junto al músico y físico Alberto Rojo, entre lo que forma parte del repertorio natural de la tucumana, el folklore. Lo suficiente para que Mercedes vuelva a convalidar –si es que tal cosa es posible, o necesaria– su condición de “gran voz de América”.
La producción y dirección musical de Popi Spatocco es, nuevamente, decisiva en este trabajo. Un sello delicado con el que el pianista puede manejar una orquesta de cuerdas en un clima acústico, con arreglos que logran desnudar y volver a vestir, redescubriendo nuevos núcleos, temas como los de Cerati y Charly –este último, grabado en el estudio Los Pájaros, de Luján, en medio de la recuperación del músico en la quinta de Palito Ortega–. La voz de Mercedes, claro, hace el resto. Y en estos casos también las de Cerati (uno de los escasos casos de afinación en el rock argentino) y de Charly, que se eleva con algo de mántrico.
La misma comunión se percibe en el tema que la tucumana comparte con Rojo. Otro gran momento del disco es la versión de “Canción para un niño en la calle”, aquel poema que Armando Tejada Gómez recitaba con rabia arriba y abajo del escenario. Cantada por Mercedes al borde del llanto, su actualidad se revela conmovedora en el cruce con la improvisación del portorriqueño René Pérez, de Calle 13: ese niño sigue en la calle y fuma paco. También cantan bellamente con Mercedes la guitarra de Luis Salinas (“Insensatez”, de Vinicius de Moraes) y el acordeón del brasileño gaúcho Luiz Carlos Borges, desarmando un chamamé. Y brillan los duetos con Lila Downs (“Razón de vivir”, de Víctor Heredia, también con orquesta de cuerdas), y con Daniela Mercury, en el himno “O qué será”, que sigue propiciando reversiones.
Hay más: con Vicentico Sosa comparte “Parao”, de Rubén Blades; con Fito Páez y Liliana Herrero “Zamba del cielo”, de Fito; con Gustavo Cordera “El ángel de la bicicleta”, de León Gieco; con Marcela Morelo un tema suyo; con Rubén Rada y La Chilinga “La luna llena”; con su sobrino Coqui Sosa “Donde termina el asfalto”. Un par de duetos parecen servir más bien como legitimaciones del invitado –en la línea de lo melódico, con Luciano Pereyra, o con Franco De Vita–; una extraña versión de Joaquín Sabina sobre “La carta”, de Violeta Parra, parece invertir los términos, y adaptar a Mercedes Sosa a su estilo musical, y un final con el Himno Nacional junto a una serie de folkloristas jóvenes parece no aportar demasiado a la obra de López y Planes. Excepto, claro, la voz excepcional de Mercedes. Que es lo que hay que cuidar, y disfrutar.
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