DISCOS › BACKSPACER Y EL RETORNO DE PEARL JAM A UNA SONORIDAD GRUNGE SOFISTICADA
Mientras Eddie Vedder sigue explorando su propia técnica, sus compañeros muestran una forma distinta de salvajismo en sus canciones. Con el quinteto ya maduro y curvilíneo, la ecuación da como resultado un álbum con aura clásica.
› Por Luis Paz
“Gonna See My Friend”, el tema que da inicio al nuevo disco de Pearl Jam, suena como si Eddie Vedder hubiera tomado clases de arengue con Paul Stanley, conseguido pistas inéditas de Johnny Ramone e invitado a Cliff Williams y Phil Rudd para ocuparse de la base rítmica. Kiss, Ramones y AC/DC en la ecuación arrojan un resultado irremediablemente clásico. Y así es como suena Backspacer, el décimo disco de estudio de la banda de Seattle: lejos de la densidad de Pearl Jam (2006) y la cadencia de la banda sonora de Into The Wild (Hacia rutas salvajes, 2007), que Vedder hizo como solista. Y cerca de la sonoridad grunge sofisticada que el quinteto mostró a fines de la década pasada, con el vocalista continuando el plan exploratorio de su propia técnica en un cóctel que resulta demoledor.
El título Backspacer es una referencia al backspace de los teclados, que borra lo anterior. Difícilmente Vedder quiera obviar el logro artístico y los dos Globo de Oro que le valieron sus creaciones para la película de Sean Penn, pero el título sí marca un regreso a un lugar que, al menos uno o dos lustros después del de referencia, es más complejo en lo musical y más luminoso a nivel retórico. Y eso más allá de que la muerte, eterna compañera de aventuras poéticas de Vedder, siga ahí.
“Got some”, segundo tema, muestra cómo el grunge pudo conectar al punk más elaborado con el stoner rock de Josh Homme (Queens of the Stone Age) y compañía. El folk norteamericano está presente en la hermosa “Just Breathe”: “Soy afortunado de sostener con ambas manos lo que quiero”. Los temas “The Fixer” y “Johnny Guitar” suenan muy cerca (en sonido y ubicación) uno del otro, con todos esos cortes, desapariciones y reapariciones del bajo de Jeff Ament que caracterizan al Pearl Jam más rastreable en veinte años. En la segunda parte del disco, con “Amongst The Waves” y “Unthought Known”, parecen bajar, pero vuelve a iluminar “Supersonic”, un rockazo de menos de tres minutos; “Speed of Sound” es puro oxígeno; y “Force of Nature” recuerda más a la senda “alternativa” de Incubus que a la grunge. Y en el desgarro vocal de “The End” se firma, sin dudas, la riqueza global de este disco, que sigue siendo uno de Pearl Jam, aquella banda de élite, de culto y popular a la vez.
Un Pearl Jam más clásico en el sentido setentista, pero inevitablemente maduro y curvilíneo en sus formas. No necesariamente manso y tranquilo, sino aún salvaje, pero de otro modo. Brendan O’Brien, que produjo antes al grupo entre Vs y Yield (1993-1998), vuelve tras las consolas sin obviar los toques precisos que en el último tiempo había dado Adam Kasper a las mezclas de la banda. Pero los sellos distintivos de esta obra siguen siendo los arreglos de guitarra de Mike McCready; la amistad, el amor y la rebeldía que Eddie detalla cada vez con más vuelo; y la contundencia de un estilo único. Al fin de cuentas, la que termina resumiendo todo es “The Fixer”, la canción que habla, precisamente, sobre apretar backspace y corregir: “Si algo está bajo, le pondré un poco de altura. Cuando algo se pierde, quiero seguir peleando para recuperarlo. Una vez más”.
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