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Miércoles, 21 de julio de 2010

DISCOS › BATEA

Jarrett y Haden a solas

Cuando el pianista Keith Jarrett formó su primer trío, el contrabajista Charlie Haden, que había tocado en el cuarteto de Ornette Coleman, ya era una figura importante del jazz. Ese grupo, que también integraba el baterista Paul Motian y que luego se amplió a cuarteto (con el saxofonista Dewey Redman) fue uno de los grandes grupos del jazz de los setenta y uno de sus discos, The Survivors Suite, de 1977, es sin duda uno de los más bellos e intensos de la historia del género. Después, el pianista y el contrabajista siguieron rumbos separados. Es más, Jarrett se dedicó a tocar, exclusivamente, solo o con el trío que formó con Gary Peacock y Jack De Johnette (salvo en un disco, At the Deer Head Inn, de 1994, donde reaparece Motian como baterista). Hasta que, luego de una participación de Jarrett en un documental sobre Haden, surgió la idea de hacer una grabación juntos. Los registros se realizaron en el estudio que el pianista tiene en su casa y la música es, como la situación en que se produjo, íntima hasta el extremo de lo posible. En Jasmine, recién publicado por el sello ECM, se tiene la sensación de estar espiando un ritual privado. Y si Jarrett suele ser explosivo, en este caso se amolda al estilo de un músico que hace culto de la síntesis y que no en vano puso como título, a uno de sus temas más hermosos, “Silence”. En ocasiones, Jarrett y Haden hacen poco más que tocar la melodía del tema. Pero esa línea despojada se carga con una potencia y una expresividad únicas. Como sucede con el trío, el material sobre el cual se dibuja la obra es eso que en jazz se llama standards: canciones clásicas, sabidas por todos. O sea, lo suficientemente sabidas como para que la variación, aun la variación microscópica, se convierta en el centro de atención. Pero, además, hay un inocultable tono de despedida. El disco anterior del pianista, con el registro de los conciertos que ofreció en Londres y París se llama Testament y allí parece reunir las fuerzas del moribundo para ofrecer una de sus grabaciones más originales –y juveniles– de los últimos tiempos. Pero, por otra parte, en las notas que el propio Jarrett escribió para el álbum, no habla de otra cosa que de su enfermedad –la fatiga crónica–, del esfuerzo de tocar en vivo y el dolor ante el abandono de su mujer. Haden, por su parte, está casi retirado, y el fuego de la pasada Liberation Orchestra, donde tocaba entre otras cosas himnos revolucionarios de diversas partes del mundo, trocó en producciones familiares dedicadas a convencionales revisitas al country. Aquí, uno y otro se reencuentran entre sí y con la posibilidad de encontrar la música en los resquicios más pequeños. Ni más ni menos que en el espacio que un standard de jazz les brinda a dos de los actores principales de la historia de ese género.

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