Mié 18.05.2011
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DISCOS › AC/DC LIVE AT RIVER PLATE, HISTóRICO DVD EN VIVO

Baires, camino al infierno

AC/DC eligió la capital argentina para dejar un registro de su monumental Black Ice World Tour. El testimonio fílmico ratifica las dimensiones del romance con el público local y da cuenta de que Angus Young y los suyos se mantienen furiosamente vigentes.

› Por Fernando D´addario

Habrá que pedir perdón por cierta inclinación al ombliguismo rockero, y por algún súbito arrebato cabeza, y por la inevitable caída en los lugares comunes del infantilismo cultural, pero lo cierto es que el flamante AC/DC Live at River Plate provoca una cosa parecida al orgullo. Y eso en los momentos en que la piel de gallina se retrae y le deja su lugar a una módica racionalidad. Es que la flamante edición mundial del DVD que documenta los tres shows brindados por la banda australiana en Buenos Aires confirma un par de presunciones: 1) el público heavy argentino es el mejor del mundo (“mejor” en términos relativos; seguramente no si se sigue el esquema de valores de Mario Mactas...), 2) a fuerza de tickets vendidos, lejanía y exotismo, Buenos Aires es ya una referencia simbólica en el imaginario de los grupos que compiten en las grandes ligas.

AC/DC se pasó veinte meses girando por el mundo. Se presentó ante más de cinco millones de espectadores de 108 ciudades. Eligió Buenos Aires y a casi 200 mil fans argentinos para convertirlos en parte esencial de una película donde la música se retroalimenta con la fiesta de la multitud, sin ser anulada por ella (dato que viene a cuento para contrastarlo con la “futbolización bengalera” a la que apostó parte de nuestro rock barrial). El director David Mallet (al frente de 32 cámaras y de toda la parafernalia tecnológica a la que puede aspirar una banda como AC/DC) advirtió de entrada que el fervor inusitado de los fans argentinos era el complemento ideal para traccionar la locomotora rockera de un grupo de cincuentones/sexagenarios adictos a la adrenalina. ¿Cómo será un fan de AC/DC nacido y criado en Salzburgo?

“Me vine de Neuquén, hice 1200 kilómetros. Dejé trabajo, familia, todo. Pasé la noche acá, hizo frío, llovió, pero no importa. Todo para ver a AC/DC”, declara un treintañero en la cola de la entrada para el primer show de los australianos. El fan encarna ese estoicismo tan caro al espíritu barriobajero del rocanrol más áspero. Si no hay sufrimiento previo, entonces no merece llamarse rock. Como si todas las privaciones (las coyunturales, ancladas en la previa al recital y también, por qué no, las de la vida entera) fueran pruebas ineludibles en el camino al paraíso. Claro que la cancha de River, al momento en que se escuchan los primeros acordes de “Rock’n’roll train” (tras la proyección de un comic animado con todos los clichés del imaginario AC/DC) no tiene un aspecto precisamente celestial. Mucho menos cuando suena “Hell’s Bells” y el cantante Brian Johnson (61 años, alcanzados seguramente gracias a un oportuno pacto con el Maligno) corre cien metros y se cuelga de un badajo enorme para que una campana atronadora les recuerde a todos la naturaleza del encuentro.

El director parece filmar guiado por la incredulidad. Cuando se ve a 65 mil personas saltando al mismo tiempo para celebrar el himno (“Highway to hell”), se entiende que los estudios ordenados para medir las vibraciones en el Monumental hayan revelado cifras compatibles con los peores antecedentes de la escala de Richter. La banda pone lo suyo, claro: basta con decir que no hay modo de sustraerse a la aplanadora que representan, tocadas una detrás de la otra, “Dirty Deeds Done Dirt Cheap”, “Shot Down In Flames” y “Thunderstruck”, por citar apenas uno de los pasajes incendiarios del show.

Aunque la materia prima fundamental del DVD es el concierto, el bonus track supera el mero afán protocolar. The Fan, The Roadie, The Guitar Tech & The Meat incluye entrevistas con espectadores y con los integrantes del staff, desde los músicos hasta los plomos. Más de un miembro del equipo técnico de la banda manifiesta su amable extrañeza por los particularismos –aquí naturalizados– de la experiencia porteña: les llama la atención que una escuela funcione todo el día debajo de las tribunas del Monumental; tampoco les parece común que los aviones pasen tan pero tan cerca o que haya un polígono de tiro cruzando la calle. Brian Johnson dice, respecto de los fans: “Nunca había visto a 60 o 70 mil personas cantando una estrofa. ¡Eso sí que es un coro!”. También se muestran encandilados con el cementerio de la Recoleta y con el bife de chorizo. Un combo perfecto.

De este lado de la Historia del rock, AC/DC Live at River Plate asoma como un hito. No por su aporte estético: una película sobre Angus Young y compañía no admite manierismos ni esbozos experimentales. Sí por su valor emocional, que se ve reforzado, eso sí, por una factura técnica impecable y por una línea conceptual orientada a enfatizar el carácter ritual del encuentro. El guitarrista de 55 años vestido de colegial barriendo el escenario con su pasito legendario y su endemoniada Gibson SG no es verosímil. Pero todavía hay quienes se están pellizcando porque no terminan de creer que lo vieron en vivo, carne y hueso, después de 13 años. Ahora, encima, un DVD confirma que lo vivido aquellas noches no fue un sueño.

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