DISCOS › NUEVO ALBUM DE CERATI
En Ahí vamos, con guitarras omnipresentes, Gustavo Cerati logra su mejor trabajo solista.
› Por Roque Casciero
Tras la disolución de Soda Stereo, la carrera de Gustavo Cerati se disparó en direcciones diferentes, como si el cantante pudiera darse al fin el gusto de intentar con sonidos e ideas que el corsé de la banda le restringía. Entonces hizo electrónica con Plan V y Ocio, se reinventó como crooner al frente de una orquesta e integró las máquinas con canciones (sin estribillo) en el espléndido Bocanada. Pero el último álbum de estudio, Siempre es hoy, había mostrado una imagen algo desdibujada de un artista central para la historia del rock argentino. Era como si hubiera perdido el foco por un rato. Todo lo contrario sucede con el flamante Ahí vamos, un disco de reencuentros, de guitarras, de notable vitalidad y, sobre todo, de muy buenas canciones. Se trata, sin dudas, del mejor trabajo de Cerati como solista, y de uno que pide urgentemente ser tocado en vivo ante un público encendido por los riffs demoledores. Un vibrante disco de rock, clásico y moderno al mismo tiempo, en alturas similares a las de Canción animal y Dynamo. Y eso, como cualquiera que no sea un sordo o un obtuso lo sabe, es mucho decir.
La guitarra que enarbola Cerati en la tapa del álbum es el arma de destrucción masiva de Ahí vamos. La omnipresencia de este instrumento, que había quedado relegado en los discos anteriores del músico, carga de energía cada track, en especial cuando Cerati se entrega al intercambio de solos, riffs y arreglos con su viejo compinche Richard Coleman. Hay que recordar que esa dupla tiene historia: fue el núcleo de Fricción, que Coleman continuó cuando su compañero decidió concentrarse en Soda Stereo. La excepción, segundo track de Ahí vamos y serio candidato a corte, tiene esa magia distorsionada de Canción animal, con las dos guitarras inventando el camino sobre el que pisa la banda a medida que crece la canción. “Llevame a un lugar con parlantes/ y que nos vuele la sonoridad por el aire”, canta Cerati. La producción del propio músico y de Tweety González (quien tocó teclados en la última versión de Soda Stereo) es meticulosa en su trabajo de demolición: se superponen decenas de capas con coros y guitarras, con un concepto que hace pensar en el wall of sound de Phil Spector, pero en el que cada instrumento cuenta con el aire suficiente para hacerse notar. Y por encima está la voz, por supuesto. La de un Cerati con ganas de rockear, pero sin ceder ni un centímetro de elegancia pop.
Al fin sucede abre el disco con una vitalidad que se le extrañaba al ex Soda y Uno entre mil trae uno de esos estribillos que le salen como a nadie (y que, en su cadencia, recuerda a Hombre al agua). En esa canción, Cerati también recupera su habilidad para poner esos punto y aparte que dejan sin aliento: después de plantearse “abrir un hueco en el futuro”, cierra con la frase “mientras tanto, yo me encargo de evitarlo”. Si Caravana reactualiza a aquel viejo fan de The Police en un track burbujeante y cargado de arreglos, en Otra piel sobrevuela la influencia (admitida por el propio Cerati) del Charly García de Clics modernos, con una atmósfera similar a la de Plateado sobre plateado. El deseo es la temática de la canción, igual que la “amenaza” de excesos amorosos de Dios nos libre, que plantea un interesante duelo entre guitarras machacantes y software desequilibrado. “Estoy condenado a errar/ de amor en amor.../ Poseídos por el más allá”, canta Cerati en Médium, una canción de trance y espíritus, justo antes de que Bomba de tiempo lo instale en la Londres de Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs y Bloc Party, bandas que le deben mucho al pop de los ’80.
Justo antes del cierre, la power ballad Crimen (un primer corte poco representativo) trae la impronta de un himno britpopero, que crece en intensidad a partir de un piano desnudo, y una letra que puede imaginarse como una mirada algo acre sobre su separación de la modelo y cantante Deborah De Corral. Y luego hay lugar para la bella Jugo de luna, en la que el coro final repite “voy por más”. Es como la reafirmación de una frase de la balada Me quedo aquí que se convierte en declaración de principios de un hombre de 45 años y casi 25 de carrera: “En mi corazón todavía queda tanto por decir...”. Ahí vamos es la mejor prueba.
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