DISCOS › LIONESS: HIDDEN TREASURES, EL áLBUM PóSTUMO DE AMY WINEHOUSE
Está claro que se trata de un ejercicio frankensteiniano que combina grabaciones de toda clase que quedaron en el cajón. Y aun así, el mutis por el foro de la enorme cantante británica consigue dejar a un lado todo el cinismo, gracias a esa gola inolvidable.
› Por Eduardo Fabregat
¿Cómo separar a Lioness: Hidden treasures del morbo del Club 27 al que Amy Winehouse tuvo el dudoso honor de ingresar en julio de este año? ¿Cómo desprenderse de la incómoda imagen de familiares y productores exprimiendo una caja registradora? ¿Cómo hacer para disfrutar este mutis por el foro de una artista excepcional que se fue demasiado pronto? Los tesoros ocultos de la cantante son, al cabo, lo que se impone en este lanzamiento póstumo que, como era de esperar, llegó esta semana al número uno en varios países. Habrá que tener claro el contexto y las particularidades: entre versiones alternativas, demos y alguna grabación realizada con vistas al sucesor de Frank y Back to black, los productores Mark Ronson y SaLaAMReMI (sic) le dieron forma a una producción frankensteiniana, que en rigor no puede ser entendida como “álbum” sino como, bueno, un rejunte. Un rejunte sin estética unificadora, con diferencias de sonido y ecualización vocal, un aprovechamiento de la oportunidad.
Pero hasta allí llegan los reparos. Porque lo cierto es que, cuando empieza a sonar la jamaicana “Our day will come”, esa voz negro-blanca viene a recordar por qué Amy Winehouse alcanzó resonancia planetaria, y el disfrute les gana a todas las consideraciones cínicas. Esto es un negocio, sí, y es imposible saber si Amy estaría de acuerdo con que viera la luz. Pero su capacidad de estremecer no tiene que ver con que la cantante ya está muerta (aunque algo de eso hay), sino con el poder interpretativo que la distinguió desde el comienzo. Amy canta y raja las piedras, y eso es lo que importa.
Lioness no ahorra momentos que recuerden qué clase de artista fue Amy. Allí está el ejercicio anacrónico de “Between the cheats”, el rescate arqueológico de “The girl of Ipanema”, la preciosa “Half time” (de la época de Frank), la relajada versión de “Wake up alone”, radicalmente diferente de la de Back to black, o ese cierre sencillamente demoledor con “A song for you”, homenaje de Amy a uno de sus músicos favoritos, el pianista soul Donny Hathaway. Un punto final en una rendición tan emotiva, tan sobrecogedora, que deja todas las consideraciones sobre el oportunismo de este disco póstumo de un tamaño insignificante. Reducidas a casi nada, frente a la enormidad de una artista inolvidable.
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