DISCOS › AHORA, EL FLAMANTE DISCO DEL MULTIINSTRUMENTISTA Y CANTANTE
La nueva obra de Pedro es más que un compendio de canciones: cada tema tiene su correspondiente retrato fotográfico y textos que acompañan, en un juego que sigue teniendo una base musical, pero ante todo es un ejercicio de libertad creativa.
› Por Cristian Vitale
Cada canción de las doce que pueblan Ahora, flamante disco de Pedro Aznar, va acompañada de un correlato visual. Fotos, seguramente tomadas por él, en ese bello y solitario páramo de la costa atlántica llamado Mar de las Pampas. Allí donde, entre fríos de sal y soles tenues –pleno invierno–, lo intuyó, lo compuso y lo grabó. Y lo adhirió a tales imágenes. A leves ondulaciones de arena, por caso, para visualizar –sonido de lado– “Panteras de polvo”, una linda oda topográfica al lugar de gestación (“Dunas movedizas, panteras de polvo, huyendo del viento, bravo mar”). A una concatenación de colores que sólo los rayos solares colándose entre los árboles pueden provocar para ilustrar el lumínico “Quiero decirte que sí”. A la cabeza de un pez muerto, con moluscos insertados, que bien podrían simbolizar esos objetos sagrados que circulaban libres en épocas prehispánicas (“Sobre las ruinas de una ciudad han construido una ciudad en ruina”, en “Ruina sobre ruinas”). A la grafía de un crepúsculo temprano, en medio de un bosque, que presenta una esperanza de amor... una llegada que tal vez nunca llegue (“Los días más cortos del año”). O a ese mar manso, en sepia, que surcado de nubes presagia la intención de “Cuando el amor”, tema que cierra el disco.
Tales fotos hablan del ahora. El ahora, cuyo significado trata de precisar el autor en el tema que da nombre al disco, que en música es una especie de power funk lúdico en el que Aznar juega a cantar un rap, en foto es un mástil que emerge de la nada y sin bandera, y en texto no es mañana ni después, “ni siquiera ya”. Refiere a nada. Es “presencia en el ahora”. Y aquí la clave del todo. Aquí lo que el ex Seru quiere mostrar ensamblando textos e imágenes. El ahora sin referencia. Sin contaminación pasada ni futura. Mente plena. Sabio budismo. Aceptación de una realidad que circunda en presente. Por ahí parece andar Aznar hoy. No hay versiones propias ni ajenas. Nada o poco, en términos conceptuales, remite al pasado. Todas las canciones hablan de un estado del alma en presente puro.
Pero las estrategias musicales que acompañan tal concepto unívoco son felizmente libres. Pendulares. “Par” y “Ruina sobre ruinas” le otorgan una licencia a un pasado que Aznar no puede soslayar. Una en su matriz beatle, y la otra zeppeliniana. O spinetteana, cuando su voz se funde con una orquesta de cuerdas para impresionar con “Cuando el amor”. O en “Un solo jazmín”, balada al piano que remite a lo más hondo de Seru Giran. Experto y preciso, Aznar acomoda cada emoción presente a cada sonido atemporal. Torna la irracional “Terrores nocturnos” en atrapante e irónica. Propone más instrumentos (dobro, sintetizadores, cuatro) al giro latinoamericano con aires de joropo –“Hydra”–, baja cambios para llevar la calidez de “Quiero decirte que sí” a categoría de fogón; o tensiona “Rencor”, bella balada, para contar todo lo que no es el ahora. Todo lo que mata de dolor... casi un compendio de terapia del alma atrapado en el corsé de una canción. Casi un extracto literal del disco.
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