Jue 14.06.2012
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DISCOS › LO NUEVO DE PATTI SMITH, SHIRLEY MANSON Y REGINA SPEKTOR

Canción de tres generaciones

A ocho años de su anterior disco de temas originales, Patti fija otro mojón creativo en Banga. Not your kind of people, de Garbage, ofrece una frescura inesperada; la cantautora rusa confirma en What we saw from the cheap seats que es una voz a seguir.

› Por Eduardo Fabregat

No es un ejercicio sexista ni facilongo, sino el producto de una mera casualidad. Incluso una rareza: en eras de fragmentación, de desguace de las obras en archivos a vender en el gran mostrador digital, entusiasmarse por la salida de tres álbumes ya empieza a sonar a cosa anacrónica. Afortunadamente, los artistas insisten en esa antigüedad de pensar en obras integrales, en continuidades y hasta en el desarrollo dramático de un paquete de canciones. Y cuando la cosa sale bien, se produce una de esas apuestas seguras que no es tan fácil hallar hoy en las tiendas –virtuales o físicas–, y que se agradece sobre todo a la hora de pasar por caja. Ese ya es un punto a favor, y entonces aparece la otra casualidad: esos tres discos que no deberían quedarse a dormir en la batea llevan una impronta femenina. La marca de tres mujeres bien diferentes, pero vinculadas por el aire de libertad que campea en sus canciones más recientes. Tres mujeres de diferentes generaciones, diferentes países, diferentes estilos, igualadas en su capacidad de producir una conmoción en el oyente: Patti Smith, Shirley Manson y Regina Spektor.

Una nació en Chicago, Estados Unidos, en 1946. La otra en Edimburgo, Escocia, en 1966. La tercera en Moscú, Rusia, en 1980. Difícil encontrar un abanico tan encantador de orígenes en la feliz coincidencia de esos discos que hoy aparecen como primeras referencias a la pregunta de ¿Qué salió bueno últimamente? Hay que empezar, claro, por esa mujer que se emperra en seguir grabando obras esenciales, que da gusto tener enfiladitas y juntas en la discoteca. La señora que ganó el premio nacional de literatura en su país por Just kids (su emotivo relato de los días de Robert Mapplethorpe) y que se ríe francamente de su etiqueta más célebre: “Es muy feo que te digan la abuela del punk”, dijo hace poco entre risas. “Alguna vez fui la princesa del punk, y es triste: de pronto te hacés mayor y pasás de princesa a abuela”. Pero lo único “mayor” en Banga es eso que la convirtió en una compositora ineludible en la música estadounidense de los últimos cuarenta años. Creer o reventar, reza la contratapa del librillo, y hay que creer nomás, porque desde que empieza a sonar “Amerigo”, el soberbio track de apertura de Banga, queda claro que Patti no ha perdido nada de lo necesario para el arte de la canción.

Con la buena compañía de siempre (Lenny Kaye en guitarras, Jay Dee Daugherty en batería y Tony Shanahan en bajo), con invitados como el eterno Tom Verlaine, su hijo Jackson y su hija Jesse, un cuarteto de cuerdas que eriza la piel y Johnny Depp metiendo guitarras y batería en “Banga”, Patti hace que los ocho años transcurridos desde Trampin’ (Twelve, de 2007, es un disco de versiones) parezcan nada y hayan valido la pena. Con la naturalidad que da el no haberse conformado nunca con una única tonalidad, Smith va del luminoso midtempo de “April fool” y la adrenalina eléctrica de “Fuji-san” al extenso hechizo final de “Constantine’s dream”, poema musicalizado que remite a las primeras apariciones de la poeta en escenarios neoyorquinos. “La grabación de Banga fue una experiencia singular, diseminada en el tiempo y discontinuada por mis intensas actividades”, cuenta Smith en el librillo del disco, donde relata que todo comenzó cuando Jean-Luc Godard la invitó a ella y a Kaye a participar de la filmación de Socialism a bordo del barco Costa Concordia. “Las canciones fueron escritas en el mar, en Hoboken, New Jersey, en Electric Lady, en el camino, de Assisi a San Juan. Reflejan nuestros viajes, nuestras preocupaciones y la evolución musical de cada miembro de la banda.”

Ese reflejo se traduce en momentos musicales de alta intensidad y belleza, como los homenajes que rinde a dos mujeres atormentadas: para Amy Winehouse, la más reciente integrante del Club de los 27, es “This is a girl”; para Maria Shriver, a quien Patti supo tratar, es “Maria”: los dos momentos con mayor carga melancólica, en una obra donde de todos modos campea un espíritu leve, de disfrute ante lo que la vida tiene para ofrecer, antes que recargado de sensaciones opresivas. “El rock and roll sigue siendo necesario”, dijo la cantante y escritora en la misma entrevista con un sitio web español. “Hay pocas formas de arte tan accesibles, sencillas y directas. El rock and roll supo aunar diversión, revolución, sexualidad... aunque ya no hacen falta las grandes estrellas, hoy cualquiera puede tocar y grabar su propia música. Es muy saludable: la propia gente cambió el negocio musical.”

La imposibilidad de cambiar un negocio conducido por cabezas duras fue lo que precipitó el final de Garbage, hace siete años. Paradójicamente, también fue responsable del reencuentro entre Shirley Manson, el baterista Butch Vig y los guitarristas y tecladistas Duke Erikson y Steve Marker. Es que haber vendido millones de discos desde su debut hizo que Garbage quedara bajo una presión que lo desvirtuó todo. En 2001, la gira de Beautiful Garbage fue un tormento, con la cantante atravesando un divorcio muy difícil y los ejecutivos preguntando qué pasaba que la banda ya no era lo más grande del planeta (“¡Nosotros no queríamos ser la banda más grande del mundo! Habíamos grabado para un sello independiente y de pronto éramos una pieza más de una corporación que nos engulló”, se enoja aún hoy). Cuatro años después, el tour de Bleed like me fue demasiado, los ladridos de backstage hicieron su trabajo y la banda anunció una pausa indefinida. Para Shirley fue momento de juntar los pedazos, iniciar un nuevo matrimonio y gozar la vida en Los Angeles, donde se instaló mientras actuaba como uno de los robots de la serie de TV Terminator: The Sarah Connor Chronicles.

Al cabo, las peleas con la industria produjeron el regreso de Garbage. “Los ejecutivos a los que les mostré mis canciones no las quisieron, les parecían ‘demasiado oscuras’ –contó Manson al sitio web Pitchfork–. Querían que hiciera un material pop, que fuera Gwen Stefani o Katy Perry. En un momento me dijeron ‘Vos tenés que ser la Annie Lennox de tu generación’, y ahí me di cuenta de que estaba jodida. Digo, con todo el respeto por Annie, que es maravillosa en lo que hace, pero a mí no me interesa ese tipo de carrera.” Ante la imposibilidad de hacer lo que le interesaba como solista, el camino quedó allanado para atender un llamado de sus compañeros y que empezara a tomar forma Not your kind of people. Un disco que declara principios desde el título, ganado por una frescura sorprendente para una banda con tantas cosas en su espalda, y que ha generado varios grupos que cultivan un similar pop anabolizado por máquinas de ritmo y sintes llenos de matices.

Pero Garbage consigue ser Garbage y tener una nota distintiva: si el single “Blood for poppies” ya había dejado caer pistas interesantes, entre la base bailable y un riff de guitarra de gancho inmediato, el resto del disco consigue reforzar la sensación de que no se trata de un regreso vacío. No se trata solo de la personalidad de Manson –que por momentos puede traer el recuerdo de Debbie Harry, pero está bien lejos de ser un clon–, sino de que hay canciones con sustancia, como “Control”, la climática “Not your kind of people”, el aire New Order de “Felt”, la preciosa balada “Beloved freak” o las piñas sonoras de “Man on a wire”. Los siete años de pausa han dejado un efecto benéfico y una enseñanza: esta vez Garbage grabó bajo su propio sello, y Manson señala que “es el momento de llevar mis caballos a las gateras, y ponerlos a correr. Nacimos para eso”.

Correr, o al menos recorrer grandes distancias, es lo que hizo la tercera protagonista femenina de la batea de estos días. Los padres de Regina Ilynichna Spektor aprovecharon la apertura que produjo la Perestroika en la Unión Soviética y tomaron el camino del exilio. La joven Regina terminaría continuando sus clases de piano en Nueva York, donde con el correr del tiempo alimentó la “escena anti folk” del East Village: su dominio del piano, del scat y de los efectos vocales, sumados a su sensibilidad para melodías que no sabe cómo bajar al papel (“Yo no sé escribir las canciones, simplemente las toco”, dice), alimentaron dos discos independientes y luego pegaron el salto planetario con Begin to hope (2006) y Far (2009), disco que propició una visita a la Argentina. Con What we saw from the cheap seats (Lo que vimos desde los asientos baratos, otro título encantador), la moscovita rescata viejas canciones que le fueron quedando en los bolsillos, pero a nadie se le ocurriría hacer algún reclamo. Basta sumergirse en la hermosa “Firewood” y la juguetona “Don’t leave me (Ne me quitte pas)”; ese extraño, magnético single llamado “All the rowboats” y sobre todo “Patron saint”, perfecta elección para mostrarle a alguien de qué se habla cuando se habla de la señorita Spektor. La más joven de un trío de mujeres que viene a echar por tierra unos cuantos preconceptos sobre quién, en el mundo de la música, tiene las notas bien puestas.

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