Mié 27.06.2012
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DISCOS › OáSIS DE BETHâNIA, OTRA JOYA DE MARIA BETHâNIA

Una artista curiosa e inquieta

La voz grave de la cantante brasileña les da vida a diez canciones de diez autores, arregladas cada una por un músico diferente. El álbum es la demostración de que la vocalista no tiene ninguna intención de dormir en sus bien ganados laureles.

› Por Diego Fischerman

“Ay, déjame llorar para suavizar lo que no se dice, pero se siente”, empieza cantando esa voz grave, maravillosamente enronquecida desde siempre, junto al acompañamiento tenue de una mandolina. La voz es la de una las artistas más importantes de los últimos cuarenta años, Maria Bethânia, quien después de algunos discos magníficos, dedicados al mar y a Vinicius de Moraes, logra otra joya más, esta vez a partir de una idea sencillísima: diez canciones escritas por diez autores y arregladas cada una de ellas por un músico diferente, que a veces coincide con el autor y, en ocasiones, con el intérprete. Tal es el caso de esa “Lágrima” de Candido das Neves, que abre el disco, y donde quien se le suma es Hamilton de Holanda.

“Velho Francisco”, de Chico Buarque, leída por Lenine, que acompaña a Bethânia junto al bajo de Jorge Helder y la percusión de Marcelo Costa; Djavan, como autor, arreglador e intérprete de “Vive”; la bellísima “Casablanca”, de Roque Ferreira, con arreglo de Helder y tocada por Vitor Gonçalves en piano y, en una intervención tan breve como definitiva, Marcelo Martins en saxo, son algunos de los puntos altos de este disco bautizado Oásis de Bethânia, con una frase extractada de “Carta de amor”, uno de sus temas. “Mis pies reciben bálsamos, ungüento suave de las manos de María, hermana de Marta y Lázaro en el oasis de Bethânia”, dice, o canta –o ambas cosas– en “Carta de amor”, una suerte de autobiografía en forma de río que compuso con Paulo César Pinheiro.

Publicado por RP Music con impecable presentación (este sello argentino es el editor local del catálogo de Biscoito Fino y de Sarapui Produçôes), este oasis muestra a una artista de estatura descomunal y, sobre todo, capaz de no dormir en sus bien conquistados laureles y seguir curiosa e inquieta por inquietar. Aquí no hay una canción que se parezca a otra ni instrumentación que haga adivinar la próxima. Como en mucha de la carrera de Bethânia, el bolero es una presencia fuerte. Y el sertâo, ese desierto nordestino en que el signo es la pobreza más extrema, aparece como fuente de inspiración y atraviesa, con sus vientos abrasadores, el espíritu de todo este oasis de Bethânia. Entre los momentos más intensos –y de cuya impresión más difícil resulta desprenderse– está la canción “Calmaria”, de Jota Velloso, acompañada descarnadamente por dos berimbaus, tocados por Marcelo Costa y Marco Lobo, y sobreimpresa con “No se cuántas almas tengo”, un poema firmado por Bernardo Soares, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa. La canción final, “Salmo”, de Raphael Rabello y Paulo Cesar Pinheiro, con un gismontiano acompañamiento de André Mehmari en piano, demarca con precisión, en todo caso, los límites del oasis. De aquella lágrima inicial al final “cantando además de mí, y más allá del allá, del fin”.

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