Mié 10.04.2013
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DISCOS › DELTA MACHINE ES EL DECIMOTERCER áLBUM DE DEPECHE MODE

Una velada con viejos amigos

El trío ya no deslumbra por su apetito por la novedad sino que se asume como lo que es: una banda clásica. Entonces da la bienvenida, le aplica su sonido marca registrada a buenas canciones y se despide del oyente, que atraviesa el disco sin sobresaltos ni decepciones.

› Por Roque Casciero

Hace rato que Depeche Mode se asumió como lo que es: una banda clásica. Esto es, una que consiguió un sonido particular en algún punto de su carrera, que logró el reconocimiento con esa identidad y que, a esta altura, apenas le da algunos retoques como para mantener la frescura en las canciones que siguen fluyendo. De ahí que Delta Machine, su decimotercer álbum, no presente novedades demasiado estridentes, más allá de algunas incursiones en una suerte de blues electrónico (idea reforzada por el título del álbum) más que bienvenidas. No es mucho si se tiene en cuenta que Depeche Mode agitó las aguas con su synth pop en los ’80 y más tarde lo tiñó de una oscuridad (Violator, 1990) que de tan atractiva se tornaba peligrosa. Pero medir a cualquier artista con su pasado tan lejano no es justo: si uno no es el mismo que hace un año, ¿cómo pedirles a Dave Gahan, Martin Gore y Andy Fletcher que sigan construyendo la revolución permanente?

No es casualidad que Delta Machine abra con la frase “bienvenida a mi mundo” y termine con “adiós”: el álbum entero es una suerte de velada con viejos amigos, de esos con los que no hace falta contar viejas anécdotas sino solamente ponerse al día. Hay momentos para relajarse, otros en los que la conversación sube de tono, miradas cómplices y guiños a lo ya vivido, sin demasiados sobresaltos, pero también sin decepciones. Porque, claro, Martin Gore maneja a la perfección el arte de la composición, entonces puede abordar tanto el erotismo (“Slow”) como la necesidad de redención (“Soft Touch/Raw Nerve”) con la misma profundidad. Y si a eso se le suma la marca registrada sonora Depeche Mode, es difícil que algo vaya a salir mal, por más que no haya novedad implicada.

Como se dijo, lo que se sale de la norma son dos canciones con evidente estructura de blues, en las que no casualmente la guitarra hace su aparición más llamativa: “Slow” (“Despacio, despacio / tan despacio como puedas / así es como me gusta / me gusta”) y “Goodbye” (donde el alma vuelve a jugar un rol importante en la canción, como en buena parte del disco). También hay un aire blusero en “Angel”, con cierto parecido con “I Feel you”. Pero es un blues “maquinal”, en el que ese tempo que parece marcado por el pie de John Lee Hooker se ve “infiltrado” por el arsenal DM. Les sucede lo mismo a casi todas las canciones, que en su mayoría podrían ser tocadas con una criolla en un fogón (ciertamente no “My Little Universe”), pero que alcanzan una dimensión superior con la maraña de texturas electrónicas, crescendos que estallan a modo de estribillos, loops que se desarman como si fueran fichas de dominó puestas en hilera y toda esa imaginería que Depeche Mode instaló en las cabezas de medio mundo. Incluidos Gahan, Gore y Fletcher, por supuesto.

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