Hay algo de ritual recuperado, en pleno siglo XXI, en eso de sacarle el nylon a un vinilo flamante. “Parte de la religión”, escribe el periodista Alfredo Rosso en el interior de ese cuadrado de cartón de 31 centímetros por lado. Tiene que ver con costumbres de otra época, con recuerdos que parecen pasados por Instagram, con la “incomodidad” de pararse para dar vuelta el disco, con la “dificultad” de no acceder a toda la música del mundo en un par de clicks. Pero hay más que nostalgia: es el redescubrimiento del formato físico en el que la música suena mejor (no hay más que ver cómo se comprime el sonido en el paso a lo digital), con más “aire”, más allá del ruido a púa que algunos detestan y para otros es inherente a la escucha. Todas estas sensaciones se mezclan ahora que Charly García publica un resumen de su caja 60x60 en vinilo. Porque se regresa a esa forma de acceder a la música de un viejo conocido, que no se daba desde Filosofía barata y zapatos de goma (1990), pero también se cuenta con la posibilidad de escuchar como nunca algunas canciones de la era digital.

El álbum doble, con tapa negra y el nombre en relieve –lo único que se lee en blanco es “Charly García & The Prostitution”–, comprime en dieciocho canciones ese box set abarcativo con los conciertos por los 60 años del icono rockero argentino. Y en su duración limitada –si se ponen más temas, los surcos empiezan a quedar muy cerca y el sonido se empobrece–, el vinilo beneficia a García y su banda: menos, a veces, es más. Y la selección es impecable. Alguno se quejará de que Sui Generis sólo aparezca representado por “Tango en segunda” y que no haya nada de La Máquina de Hacer Pájaros, pero tras la escucha no podrá negar que hay una coherencia insospechada en la lista, que incluye desde “Cerca de la revolución” y “Eiti Leda” hasta “El día que apagaron la luz” (con la voz grabada de Juan Alberto Badía, a quien está dedicado el álbum) y “Asesíname”. Son canciones de etapas muy diferentes, con poética y búsquedas musicales hasta opuestas, si se quiere, pero que conforman un corpus de un nivel pocas veces alcanzado en la historia de la música argentina. Ok, lo anterior es una obviedad: se está hablando de Charly García, ¿cómo podría ser de otro modo?

Pero se intuye que hay algo más en el gesto de volver al vinilo: después del último disco que García publicó como solista en ese formato (después publicó Tango 4 junto a Pedro Aznar) llegó la primera internación y la interminable secuencia de situaciones más o menos desafortunadas, con conciertos brillantes y otros desastrosos y una voz que el tiempo empezó a castigar tanto como los excesos. El reencuentro con el redondel negro es con un álbum en vivo en el que, con esa garganta lijada y todo, García se encarga de transmitirle al oyente toda la profundidad de sus canciones. La banda que lo acompaña le otorga tanto una descarga a tierra –la solidez del trío de músicos chilenos– como cobijo para que despliegue sus alas, con roles destacados para el Negro García López, Fernando Samalea y Alejandro Terán. Así pasan, de aquellos conciertos del Gran Rex en 2011, versiones de “Anhedonia”, “Influencia”, “Rezo por vos”, “Promesas sobre el bidet”, “Yendo de la cama al living” y “Raros peinados nuevos”, entre otros temas que son un recordatorio constante del arte que creó García. Y el final con la “versión maravillizada” de “Desarma y sangra”, en el que la garganta de Charly parece hacer eso mismo que describe el título, cierra un reencuentro que probablemente tenga que ver con algo que va mucho más allá de un formato.