La música argentina ha dado voces femeninas sencillamente maravillosas: no es exageración, cualquiera con los oídos inquietos ha podido comprobarlo una y otra vez. Por eso fue una gran noticia el regreso al pago, a mediados de la década pasada, de Isabel de Sebastián: en los ’80, la cantante aportó a lo mejor del pop local gracias a Metrópoli, una banda que buceó en profundidades no tan habituales para el género. Aun antes que eso, había salido al toro en más de un escenario con las Bay Biscuits, grupo que compartía con Celsa Mel Gowland, Vivi Tellas, Fabiana Cantilo y Diana Nylon, y que supo hacerles frente a públicos no del todo receptivos a la propuesta, como invitadas de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Seru Giran.

Pero fue en Metrópoli, al principio con Celsa y luego como encargada exclusiva del micrófono, donde Isa marcó una huella. Junto a Ulises Butrón y Richard Coleman (que luego se dedicó a tiempo completo a Fricción, y por ello no llegó a grabar), Isabel puso su bella voz en dos discos, Cemento de contacto y Viaje al más acá, que merecieron mejor suerte comercial, pero al menos portan el honor de una excelente suerte artística. El tiempo le alcanzó para participar nada menos que en Privé, en un hasta entonces inédito duetto de Luis Alberto Spinetta con una voz femenina; después vino su etapa neoyorquina, y el primer regreso discográfico fue con el exquisito Trip, junto a su marido, Bob Telson, compositor –entre unas cuantas otras cosas– de la música de Bagdad Cafe.

Pero Isabel de Sebastián se debía, y le debía al oyente argentino, aquello que por hache o por be nunca se había dado en su carrera. Y que ahora al fin llegó a las bateas: un disco titulado con su nombre, el primer paquete de canciones presentado como producto de una solista. Por su voz de terciopelo, y por las canciones que elige, es una buena noticia por partida doble.

Y la cantante abre el juego con valentía: lo primero que se escucha es la frase “Te mataría, si pudiera, fríamente / te mataría sin sufrir y sin destino”, bolerazo de Carmen Baliero que sirve como excelente carta de presentación y estímulo a zambullirse en el disco. El que lo haga podrá nadar en aguas deliciosas, porque el disco de Isabel reserva momentos tan atractivos como “Aquí”, firmada junto a Telson y con un sugerente duetto de guitarras adornadas de charango, a cargo de David Bensimon y Mauro Cambarieri: esa voz puede transitar con comodidad los apuntes folklóricos y la canción inicial de Carmen, el arranque de cumbia peruana de “Cariñito”, la velada, bella melancolía de “Corazón y hueso” o “Skatango”, de Roberto Marcelo Delgado, que aunque parezca una deformidad termina haciendo exacto honor a su nombre.

Y, claro, el disco de Isabel incluye pasajes ineludibles, que conectan pasado y presente sin anomalías y sin giros forzados. Allí está “En camino”, canción que De Sebastián escribió junto a Gustavo Cerati y Charly Alberti para Signos, en una versión que la vuelve de algún modo nueva; también busca hacer justicia revisitando el universo de Metrópoli con “Héroes anónimos”, hit de Viaje al más acá que supo versionar Catupecu Machu y que incluso presenta al baterista original del grupo, Javier Miranda. Y cuando los efectos de ese rescate todavía flotan en el aire, el disco cierra con un golpe de gracia, un momento de pura magia: Isabel, que sufrió especialmente la partida del Flaco, pone el moño final con “Canción del ángel sin suerte”, tema que le compuso Luis con letra del poeta Rafael Alberti. Con esos dos minutos que suspenden el tiempo se cierra un álbum que la voz de Isa merecía, y que permite recordar de qué se habla cuando se habla de grandes voces argentinas.