DISCOS › “CARIOCA”, DE CHICO BUARQUE
El cantautor prescinde de la postal turística para retratar a Río de Janeiro.
› Por Fernando D´addario
El flamante cd de Chico Buarque, Carioca, aparece ocho años después de As cidades. La apelación a temáticas explícitamente urbanas para bautizar sus últimos discos excede la declarada afición del músico por la arquitectura y por los juegos de simetrías. Hay en esa coincidencia, sin embargo, una evidente analogía identitaria. El mejor cronista que ha dado la música popular brasileña eligió refugiarse en el territorio que más conoce –en este último caso, Río de Janeiro– para describir su universo íntimo. Carioca ayuda a revelar los sueños, las nostalgias y las frustraciones de un artista que suele esconder segundas lecturas tras la aparente sencillez de sus composiciones.
En este trabajo –conceptualmente homogéneo pero desparejo, tal vez, en su resultado final–, hay un puñado de canciones que sintetizan la apuesta estética de Buarque: “Suburbio”, “Ode aos ratos”, “Ela faz cinema” y “As atrizes”. Los dos primeros aluden, con diferentes herramientas musicales (“Suburbio” es una típica apertura Buarque, disparadora de una épica a media voz; en “Ode aos ratos”, escrita junto con Edu Lobo, se permite rapear sobre percusión programada, en su más jugada opción estilística) a la ciudad que se escapa de la postal, adoptando un tono de urgencia realista. “Ela faz cinema” y “As atrizes”, en cambio, están sostenidas por un pasado idealizado, que vuelve en el recuerdo de aquellas películas que enriquecieron la infancia de Chico. El disco todo transcurre en esa tensión dialéctica, entre la nostalgia por una historia que fue y la certeza de una realidad actual mucho menos acogedora.
Buarque no le canta a Ipanema, sino a Penha, Irajá, Olaría, Madureira, Inaúma, barrios cariocas suburbanos que no están contemplados en los paquetes turísticos. “Casas sin color / calles de tierra, ciudad / que no se pinta / que no tiene vanidad”. Les canta a esas calles de tierra sin caer en la tentación del romanticismo proletario, sabedor de que no son sus habitantes quienes escuchan su música. Con el mismo espíritu, en “Ode aos ratos” retoma su clásica secuencia de aproximación poética a los “malandros”: “tenaz roedor de toda esperanza” especula sobre su personaje.
Aunque sobre el final pierde algo de vuelo, el disco es un fiel retrato de este Chico Buarque de 61 años, dueño de una melancolía amable, nunca abandonada a la complacencia. Su música expresa un sosiego atento, como si su madurez estuviese observada permanentemente por la curiosidad. Esos atributos hacen de Chico un artista al mismo tiempo clásico y contemporáneo, capaz de borrar fronteras genéricas (su voz, bien protegida por los cuidados arreglos de Luiz Cláudio Ramos, parece estar levemente por encima de sambas, bossas, choros y boleros) y seguir mirando con dignidad el futuro, amparado por ese umbral de calidad que jamás lo deja mal parado.
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