Los grandes sellos históricos del jazz tratan de disimularlo y publican cosas cada vez menos parecidas a lo que podría esperarse de ese género. Y es que el jazz acaba de aparecer, en una encuesta estadounidense, como el segundo género más impopular de la industria. Si lo que se mide, además de las ventas, es influencia, asistencia a los conciertos, prestigio y otras yerbas, la cosa cambia. Pero, como con los viejos y buenos huevo y gallina, resulta difícil determinar si la impericia de los sellos discográficos es la causa o el efecto de la baja en las ventas. Por lo pronto, unas pocas marcas “chicas” son hoy las que hoy dominan ese mercado de ventas pequeñas pero fieles y repartidas entre todo el mundo. En el campo de las novedades, el líder sigue siendo el alemán ECM, con algunos de los grandes consagrados –Keith Jarrett, el argentino Dino Saluzzi– y varios pertenecientes a las generaciones posteriores –Vijay Iyer, Craig Taborn, el cubano David Virelles, Aaron Parks, por sólo citar pianistas–. Otro sello alemán, Act, nuclea gran parte de las nuevas propuestas, junto con un sello magnífico e íntegramente dedicado a las tendencias más modernas del género, el portugués Clean Feed. El territorio de las reediciones corresponde casi exclusivamente a un sello español, Fresh Sound, que ha sabido hacer suya aquella máxima de Cocteau, según la cual el patrimonio es de quien lo sabe cuidar. Buceando con sabiduría en los repertorios históricos y, sobre todo, en el virtualmente abandonado de las grabaciones realizadas en la Costa Oeste de los EE.UU. en las décadas del ’50 y del ’60, poseen, hoy, uno de los catálogos más interesantes del mercado. Vayan como ejemplo algunas de sus últimas publicaciones: las grabaciones completas, entre 1956 y 1960, del legendario saxo barítono sueco Lars Gullin, los registros completos 1957-59 de Mose Allison y volúmenes dedicados a las sesiones en Brunswick de Tony Scott, los tríos de Mal Waldron (1958-60) o la discografía de George Russell, de 1956 a 1960 en un volumen y de 1960 a 1962.