DISCOS › “PRIMAVERA EN NUEVA YORK”
El nuevo disco de Martirio se embarca en los desgarramientos y pasiones del bolero, con óptimo resultado.
› Por Karina Micheletto
Tuvieron que pasar años de world music (ese último invento de la musicología que tan bien le calzó a la industria) para que se redescubriera al bolero, como materia prima apta para todo tipo de transformaciones. Como si la carga esencialmente dramática de toda una tradición hubiera quedado silenciada por un tiempo por cierto estigma de olor a naftalina. Por distintas vías, el bolero siguió carcomiendo corazones. Por la vía de las fusiones con otros géneros, el Lágrimas negras de Diego el Cigala y Bebo Valdés fue la última demostración de la potencia del género (y de que todo éxito puede terminar en bizarras fusiones de fusiones, como la del ex Nochero Jorge Rojas metiendo su versión). Con todas las diferencias estilísticas y de intención del caso, Primavera en Nueva York va en el mismo sentido que Lágrimas negras: tomar una tradición y acercarla a lo que tiene de común con otras, renovándola y realzando la fuerza de su origen a la vez.
En Primavera en Nueva York, Martirio hace sonar boleros añosos y desconocidos, reactualizando toda la densidad dramática del género. También suena el jazz más elegante, como en “Primera lluvia”, de René Touzet, o algún atrevido fondo de bossa, como en “No puedo callar”, de Mercedes Fernández. Y suena el swing de virtuosos músicos de jazz. Si los anteriores compañeros de ruta de Martirio fueron gente como Chano Domínguez, Javier Colina o Raúl Rodríguez, esta vez, con la guía de la producción de Nat Chediak y Fernando Trueba, la española se rodeó de un exquisito trío (el pianista Kenny Drew Jr., el contrabajista George Mraz y el baterista Dafnis Prieto) y de invitados como Paquito D’Rivera en clarinete.
En todo este viaje, la raíz trágica de Martirio –el mundo de la copla y el flamenco, aquel que en los ’80 supo cubrir de un aire pop y almodovariano– encaja y se potencia con lo más desgarrado del bolero (que, al fin y al cabo, nació en España, aunque ahora tengan que ir a pedírselo a los cubanos que lo cultivaron). Como es su costumbre, Martirio dota de cierta unidad teatral a su disco, para recorrer con cada tema las distintas estaciones del amor: su descubrimiento (“Ese sentimiento”), su explosión (“Primera lluvia”), su final (“No pidas imposibles”), lo vano del reencuentro (“Son cosas que pasan”), y por fin la esperanza de un nuevo amor (“Me faltas tú”). Más allá de las explicaciones racionales que pueda dar la mujer de las gafas y peinetas, lo que logra cuando canta estos boleros vestidos de jazz es una vibrante suite sobre los delirios del corazón.
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