DISCOS › STANDARDS SEGUN KEITH JARRETT
En My Foolish Heart, Jarrett, Gary Peacock y Jack De Johnette hacen gala de un inusual sentido del humor para visitar clásicos.
› Por Diego Fischerman
Todo disco de Keith Jarrett es diferente de los otros. Pero el que acaba de llegar a la Argentina, editado el año pasado por ECM con el título de My Foolish Heart, lo es mucho más. Una clasificación somera permitiría hablar de las grabaciones en vivo y de las realizadas en estudio, de las efectuadas a solas o con el trío que incluye al contrabajista Gary Peacock y el baterista Jack De Johnette. O, antes, las de su cuarteto “americano”, con Charlie Haden, Dewey Redman y Paul Motian o las del grupo “europeo”, con Palle Daniellson, Jan Garbarek y Jon Christensen.
Están las piezas que se acercan al free (su Survivors Suite), las que se detienen en cierto espíritu contemplativo (su concierto de París) o las que coquetean con el rhythm & blues (largos pasajes de sus registros en Köln y en Bremen y Lausanne). Están los temas propios y los ajenos. Este último disco, con la actuación del trío de standards en el Festival de Montreux, el 22 de julio de 2001, corresponde a varias de estas categorías. Aquí, como en cada una de las grabaciones desde aquel fundante Standards Vol. 1 de hace veinticinco años, el trío parte de materiales preexistentes –esa enciclopedia llamada standards– para obtener un resultado aparentemente paradójico. El fondo en común es lo que permite destacar la figura, eso que a partir de un tema –y construido con sus materiales– es lo que se diferencia del tema.
Jarrett, Peacock y De Johnette, sin embargo, en este caso tocan con una libertad y un sentido del humor absolutamente inusuales. Y la evidencia ya aparece en los títulos: dos sorprendentes temas de Fats Waller, “Ain’t Misbehavin’” y “Honeysuckle Rose”, tocados por Jarrett en impecable estilo stride (con el bajo alternando entre dos notas). “Esta es la grabación de un concierto para cuya edición esperaba el momento propicio. Muestra al trío con una soltura única, en el swing, en lo melódico y lo dinámico”, cuenta Keith Jarrett en el folleto del disco. Y completa: “No hubo otra noche en que sintiéramos que, literalmente, debíamos tomar al público por el cuello y sacudirlo para que escuchara lo que estábamos haciendo. Cada canción que tocábamos se las arreglaba para sonar mucho mejor que lo mejor que podíamos lograr normalmente en situaciones similares (calor, problemas de iluminación y de sonido). El público, sin embargo, no fue realmente nuestro hasta que tocamos, por primera y única vez en concierto, tres versiones ragtime de temas clásicos... Aquí está todo el abanico de lo que hemos hecho en veinticinco años y ahora es el momento de escucharlo”.
Las dificultades, cuenta Jarrett, crearon para ellos una especie de mandato. Los tres estaban en estado de gracia. En el final, Jarret agradece a sus compañeros por “compartir el esfuerzo para mantener la supervivencia del arte en un mundo de falsedad, apatía, inconsciencia, virtuosismo vacío, pereza, ignorancia y autotraiciones”. El oyente comparte el agradecimiento.
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