Lun 09.02.2009
espectaculos

TELEVISION › ENTREVISTA AL ACTOR ARNALDO ANDRé

“Dejé de ser el eterno galán y ahora soy el peor villano”

En Valientes, la nueva producción de Pol-ka que se estrena hoy por Canal 13, interpretará a “un tipo tramposo, al que no le importa nada con tal de obtener lo que desea”. André admite que el rol que más satisfacciones le dio terminó por desgastarlo.

› Por Emanuel Respighi

Probablemente cuando dentro de medio siglo se repase la historia de la telenovela, aquí y en el resto de América, su nombre sea uno de los primeros que surjan en la mente de los memoriosos, como uno de los actores más prolíficos del género. Inmediatamente también se reconocerá a Arnaldo André como el actor que más cachetadas repartió en la TV mundial. Es su karma. Su sello. Sin embargo, el hombre de las mil y una bofetadas adelanta que en Valientes, la nueva producción de Pol-ka que se estrena hoy a las 22 por Canal 13 (luego se emitirá de lunes a viernes a las 21.45), ha cambiado los modos en los que su personaje asume su poder. “Tal vez exista alguna cachetada en la historia, pero hasta el momento el uso de la violencia se manifiesta de modo diferente: ahora mando a matar directamente”, se ríe en la entrevista con Página/12. “Son los gajes del oficio: dejé de ser el eterno galán y me convertí en el peor de los villanos. Me tendré que acostumbrar a estos nuevos hábitos”, agrega, entusiasmado con la posibilidad de darle un giro a su carrera pese a sus sesenta abriles a cuestas.

Con Valientes, André regresa a la TV luego de cinco años de retiro voluntario. Su último trabajo en la pantalla había sido en Soy gitano, donde interpretó a uno de los tantos gitanos que le devolvió el culebrón –no sin retazos bizarros– a la TV argentina. Ahora, con Valientes, Pol-ka intentará alejarse del registro costumbrista para hacer una novela “de las de antes”. Y nadie mejor para protagonizarla que el actor paraguayo de nacimiento y argentino por adopción. “Me pone contento el regreso, no es un género que he olvidado, pero tampoco lo he extrañado”, señala, dando indicios de la nueva etapa que acaba de comenzar. “Fueron muchos años de hacer al típico galán. Uno puede hacer un galán más duro, más tierno, más vulnerable, más romántico, obsesivo, posesivo, pero el galán nunca deja de ser galán. Y los galanes tienen una línea discursiva muy limitada”, reconoce hoy, luego de toda una vida prisionero de ese rol que supo darle satisfacciones, pero que terminó por desgastarlo. “El actor –detalla– que uno lleva adentro es el que paga el precio por hacer de galán. Si bien el galán me permitió un reconocimiento único en todos lados, el juego que le brinda al actor es muy reducido.”

En Valientes, André interpretará a Laureano, un villano que supo amasar una fortuna a costa de un antiguo amigo suyo, a quien en su juventud dejó en ruinas y le arrebató sus tierras. Esa traición no sólo llevó a la muerte a su ex ladero sino que además dejó a la buena de Dios a sus tres pequeños hijos, que 30 años después vuelven a sus orígenes en plan de venganza. “Mi Laureano es un tipo tramposo, que no le importa nada con tal de obtener lo que desea. Es una de esas personas que defiende sus intereses con todas las armas posibles, pero que puertas adentro protege a su familia de cualquier daño que le puedan hacer”, cuenta. ¿Laureano es uno de esos villanos con humanidad? “Como todos los que tienen dinero y poder, él quiere tener más. Es un tipo frío y calculador, al que no le importa cómo obtiene su riqueza. No sé si el público lo perdonará o no. En mi opinión, por más que defienda y ame a su familia, Laureano no deja de ser un hijo de puta. Nada lo puede redimir”, puntualiza.

–¿Este regreso a la TV forma parte de su deseo de renovar su carrera?

–Cuando digo que no extrañé a la TV lo que quiero remarcar es que, después de un tiempo haciendo lo mismo, uno quiere hacer otras cosas. Quiero estar arriba de un escenario, estar frente a una cámara de cine... Eso es lo que hice durante los últimos años, donde filmé tres películas e hice una temporada de teatro importante. Y esa actividad no me permitió extrañar a la TV. Ya no necesito a la TV y, evidentemente, la TV tampoco me necesita a mí.

–Pero le habrá costado dar ese paso y correrse del rol que la industria le reservó durante años...

–Necesitaba un cambio. Ultimamente, las propuestas televisivas que me llegaban ni siquiera las analizaba porque sabía que iban siempre por el lado del galán. Me hablaban de una historia o un proyecto que, de entrada, ya no me interesaba. Cuando me propusieron hacer Soy gitano, encontré que era algo diferente. No dudé en embarcarme. Pero cuando toda la propuesta es que mi personaje está enamorado de una mujer y se hace imposible consumar ese amor, la rechazo porque no me resulta atractiva. Yo pagué un precio muy alto cuando en pleno esplendor de mi protagónico en las telenovelas me llamaban para hacer cine y no aceptaba porque sentía que me convocaban para hacer una versión reducida de lo que usualmente hacía en la TV. Y yo quería hacer algo diferente. Recién en los últimos años me llamaron para hacer otros papeles.

–¿Valora poder tomar decisiones que antes, en pleno éxito, no tomaba porque el destino de la industria era el galán?

–Mirá cuánto lo valoro hoy que yo en aquella época me he programado años sabáticos que nunca pude cumplir. Vendía el auto y alquilaba mi departamento para no tener ninguna ligazón ni compromiso y me iba a Europa, y a los dos meses llamaba desesperado a mi representante porque necesitaba trabajar. Sentía que si no estaba en la TV, iba a perder el lugar que ocupaba. Mi sensación era que si yo no lo hacía, lo iba a hacer otra persona. Y tenía que generar un trabajo porque, si no, me moría de la depresión. Era una locura. Pero a mí me parecía normal. En aquella época uno tenía una mirada diferente.

–¿Por qué?

–Por la inseguridad. No creo en el actor que cree controlarlo todo. El actor es un ser inseguro de por sí, con una sensibilidad a flor de piel que hace que cualquier cosa le pueda afectar. Por eso a veces reaccionamos ante cualquier pelotudez como otros no reaccionarían, o nos preocupamos por detalles que otros no. Y cuando uno es joven y el éxito es grande, la inseguridad de perder ese mundo de fantasía se vuelve inevitable. El miedo a que las luces se apaguen. ¿Cuándo uno debe parar? Recién con los años, los éxitos y los fracasos, uno comprende el destino de la carrera del actor. Uno puede nacer actor, pero termina de hacerse actor con los años.

–Hay quienes dicen que el primer trabajo del actor no es actuar sino ser desocupado.

–Totalmente de acuerdo. Nuestro trabajo es de los más inestables. Hoy, por ejemplo, fui al dietista y pensaba que, bien o mal, de enero a enero va a trabajar con cierta regularidad: tendrá 30 o 50 pacientes por semana, pero estará trabajando; nosotros no. Nuestra otra profesión es estar desocupado. Pero a veces hay que parar para tomar distancia y que el público pueda descansar de la imagen de uno.

–Mucho más si, como usted, estuvo durante años todos los días en pantalla.

–A mí me sigue asombrando la manera en que la televisión ha penetrado en la vida de la gente. A mí no paran de pararme mujeres de diferentes generaciones para pedirme un autógrafo o recordarme algunos de los tantos personajes televisivos que hice. Y eso sólo te lo da la TV. El reconocimiento televisivo es incomparable. No te lo da el teatro, ni el cine. No sé si es bueno o malo, pero si antes la TV era un medio para entretener o informar un rato a la familia, hoy se convirtió en un medio omnipresente y muy importante para la vida cotidiana familiar.

Referente de los mayores éxitos televisivos de la década del ‘80 (El infiel, Amándote o Amo y señor, Amor gitano), André señala que no todos sus colegas son conscientes del privilegio de la profesión actoral. “El trabajo hay que disfrutarlo. Formamos parte de una actividad que nos permite jugar, o como dice Alfredo Alcón: de seguir siendo niños”, subraya.

–¿Y eso se perdió?

–Pasa que actores que alcanzan el éxito a muy temprana edad, y que se deslumbran ante las notas y la prensa, se olvidan de la suerte que tienen y no asumen su responsabilidad. Hay buenos profesionales y otros que no lo son. También hoy son tiempos en los que la TV mezcla o pone en la misma categoría a tipos que son públicos, pero no actores. Pobre de nosotros que haya gente que nos considera del mismo gallinero. Hay personajes mediáticos que no tienen ningún talento más que la capacidad de provocar escándalos y que hoy ocupan muchos minutos en la TV y líneas en revistas. Si a nosotros nos cuesta que los personajes y los programas no sean efímeros, apelando al sentimiento de la gente, cómo puede esta gente mantenerse tanto tiempo al aire con nada. Ojalá el público pueda hacer la diferenciación, y sea más selectivo y exigente con los actores como lo es con la producción.

–¿A qué se refiere?

–A que antes el público aceptaba cualquier efecto malogrado inserto en un programa. El público lo aceptaba todo en función de meterse en la historia. Hoy hay que darle credibilidad a todo lo que aparece en escena. El estereotipo del villano ya no lo cree nadie. Una vez que el espectador adivina los códigos que giran alrededor de un personaje, la atracción se disipa irremediablemente, por más interesante que sea la historia. Una historia puede ser mala, pero si los personajes son interesantes, el público se prende. Ahora, si la historia es buena y los personajes no, la escasa verosimilitud de lo que se cuenta aleja inevitablemente al público.

–En ese sentido, ¿cree que la TV actual es mejor que la de antaño?

–La infraestructura tecnológica y humana de la TV de hoy es impresionante. Ojalá en aquella época hubiéramos tenido los actuales medios. No podría decir que aquella TV fue mejor, simplemente era distinta: parafraseando a (Alberto) Migré, hoy noto cierta vergüenza a hablar del amor. Yo fui uno de los primeros en incluir el humor en las telenovelas, como en Amándote o El infiel. Siempre decía que nos teníamos que poner románticos, pero que no nos olvidásemos del humor. La TV actual tiene vergüenza de hablar de amor. Hoy, todas las producciones están signadas por cierto estilo jodón, intentando acoplar al público masculino. Pero en la época de Migré, el público masculino también veía sus novelas.

–¿Y a Valientes en qué lugar la ubica, dentro del género?

–Esta es una telenovela como las de antes, pero aggiornada: escenas más cortas, diálogos más fluidos... Con esta novela, Pol-ka puede ganar un mercado internacional que las producciones más locales le impedían. El nivel de producción de la TV argentina es altísimo. La diferencia es que mientras antes el peso de una historia caía en la pareja protagónica, hoy los elencos son más corales, como para garantizarse desde la producción diferentes líneas de acción. La duración de las telenovelas antes era algo estricta, no más de 130 capítulos, mientras que ahora no depende tanto de la historia sino de las necesidades del canal o la productora.

–¿Siente que ahora le llegó el reconocimiento que durante buena parte de su carrera no obtuvo porque la telenovela estaba bastardeada?

–En la época que empecé a hacer telenovelas, en la TV había dos tipos y categorías de programas de ficción: las telenovelas diarias y las telenovelas semanales. Yo hacía las diarias, que eran consideradas por los que hacían las semanales, como un género menor. Pasaban por el bar del canal y ni siquiera te miraban. Estos directores eran los que tenían la oportunidad de hacer alguna obra de teatro o película, y por ende no nos convocaban a los que hacíamos ficción diaria. La TV de antes se manejaba a través de clanes. Derribar esa división de categorías llevó muchos años. Fue una época muy dura.

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