Mar 02.06.2009
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TELEVISION › ENTREVISTA CON EL ACTOR GERMáN PALACIOS

“Hoy sigo siendo el mismo bicho raro de siempre”

Es el protagonista de Mitos, crónicas del amor descartable, un ciclo que Palacios define como “una metáfora oportuna de la Argentina”, en términos de la relación que la sociedad establece con el éxito. “Hay que desmitificar el poder del dinero”, señala.

› Por Emanuel Respighi

Al hablar, Germán Palacios no suele subir el volumen de su voz. Tampoco se trata de esa clase de entrevistados que empalaga la conversación a puro slogan en busca de algún efecto. Mucho menos tira títulos: no le interesa ni lo necesita. Sin embargo, a lo largo de un relato que nunca pierde cierta cadencia pausada, el actor dice cosas. Muchas. Amigo de la reflexión, puede afirmarse que el protagonista de Mitos, crónicas del amor descartable (que estrena mañana, a las 22.15, por América) se define a sí mismo a partir del lenguaje con el que se expresa. Palabras en desuso para los actores de su generación como “compromiso”, “compañero”, “política”, “inclusión” y “responsabilidad” son una constante en una retórica que nunca olvida su lugar de origen, más bien lo reafirma. Una manera de ser que también se expresa en la forma en que encara cada uno de los trabajos que realiza. “Me hago cargo plenamente de que soy un bicho raro”, dice. “Pero siempre me manejé así: desde que empecé a trabajar hasta hoy, nunca me interesó otra cosa que no sea actuar”, afirma.

A lo largo de la entrevista con Página/12, que duró exactamente lo que dura un termo completo de agua tibia para mate, Palacios no brinda ninguna muestra de su poco apego a dar entrevistas. Lejos de ser una pose, lo suyo tiene una explicación lógica: el actor que en la pantalla chica debutó en Aprender a vivir dice que le interesa “tener una vida civil” fuera de la actuación, a la vez que cree que la mejor manera de que la gente sepa de él es verlo arriba de un escenario, en una pantalla de cine o por medio del aparato de televisión, ese que lo tendrá nuevamente entre sus filas en Mitos, crónica de un amor descartable (ver aparte). Su último trabajo en la TV argentina había sido también en América, en Tumberos (2002).

“Me gusta ir eligiendo qué hacer y qué no. Tengo tiempos santiagueños, en un punto. Me gusta esperar a que caiga algo que cuaje con lo que pase en mi vida. Además, como actor, yo me aburro de mí mismo. Creo que tomarme esos tiempos fuera del circuito renuevan mi imagen con el público y la que yo tengo conmigo mismo. Esa es mi manera de manejar mi carrera para que siempre pueda disfrutarla”, explica Palacios, uno de los tres mosqueteros (junto a Ricardo Darín y Oscar Martínez) que desde hace más de una década reponen una y otra vez –a sala llena– la obra Art de un lado y otro del océano Atlántico.

–¿Hasta qué punto esa manera de planificar su carrera no la vuelve aburrida, monótona?

–Me ofrecen trabajos todo el tiempo. Pero a veces tiene que ver en qué momento me agarra y qué tengo ganas de hacer. Mi espera tiene que ver con que aparezca alguna propuesta que me motive. No es que planifico trabajar dos años y luego me refugio otros tantos. Se da espontáneamente. Como también hago teatro y cine, no tengo esa necesidad que sienten algunos de estar en la TV. En realidad, tengo la necesidad artística y económica de trabajar, pero no la ansiedad de tener que estar en el medio para no perder lugar. Hoy sigo siendo el mismo bicho raro de siempre, sólo que más depurado. Soy una persona que puede estar sin trabajar porque no me aburro. Desarrollé otros aspectos de mi vida por fuera de la actuación.

–¿A qué aspectos se refiere?

–A que tengo una vida civil además de ser actor. No soy actor las 24 horas del día, por suerte. Yo oficio de actor, pero no me siento actor. En ese sentido, también soy un bicho raro. Y me interesa el aspecto civil de mi vida. No lo relego al rol actoral. Quiero vivir en este país, comprometerme con mi realidad, caminar por la calle, mezclarme con la gente. No me interesa, ni me permito, que el actor limite mi vida personal y social. Todo lo contrario, es un diálogo equilibrado.

–El ejercicio básico del actor es, en definitiva, la observación de la realidad.

–Trabajar de actor es una gran responsabilidad por la relación que tenemos con la gente. Está bueno tomarse el subte, exponerse, saber qué está pasando y conocer cómo es la mirada del otro respecto de uno y la cotidianidad. Yo me entreno observando. Es una técnica muy personal. No juzgo a nadie: cada uno debe hacerse de sus propias herramientas. No soy de adoptar poses. No sirvo. Soy una persona que va muy de frente. Si no lo hice de jovencito, menos ahora. Me siento muy querido en el medio. Me gusta trabajar con los otros. Cuando me invitan a un proyecto colectivo, valoro mucho el intercambio con los demás.

–¿Siempre fue así?

–Tiene que ver mucho con mi formación. Estudié teatro en plena dictadura en el Teatro del Centro, que era un sótano de gente que hacía Brecht o autores argentinos que estaban en la misma línea precursora de Teatro Abierto. Mi maestro, Luis Rossini, el director de la escuela, me marcó a fuego. Soy un auténtico discípulo de él. Me dio las herramientas con las que decidí desarrollar mi carrera, como ver la actuación como un hecho lúdico, con la obligación creativa que debe tener un actor, de tener una opinión sobre lo que uno hace y sobre la realidad.

La Argentina artificial y la real

–¿Qué lo atrajo de Mitos... para aceptar el protagónico?

–La manera en que me transmitieron el proyecto. Están trabajando con mucho respeto y cariño. Promediando las grabaciones, la idea que me propusieron cuando me convocaron se sigue manteniendo, justamente porque este proyecto tuvo un tiempo de maduración previo que la TV no tiene o no permite. Mitos... tiene una ascendencia cinematográfica, tanto en la producción como en la estética. Mitos... cuenta una historia nueva en busca de estos símbolos sexuales de los ’80 y que tiene una trama familiar muy rica.

–En Mitos... se hace más foco en el regreso al medio de ex chicas Olmedo que de la historia en sí.

–Es un proyecto que tiene muchas capas de lectura. La trama de Mitos... sucede en un mundo de dinero, poder y countries, de una Argentina que habla mucho de nosotros, que tiene como contrapartida una crisis que cuestiona ese universo. El personaje se inventa otro rol para buscar lo que cree que va a ser su satisfacción y decide caminar por el lado oscuro de la luna. Y ahí se encuentra con la otra Argentina, mucho más profunda y frágil, más sucia en un punto. En el traspaso de un mundo a otro el personaje sufre una transformación. Va a perder económicamente, pero se va a convertir en un personaje más rico, más real. En algún punto, Mitos... es una suerte de metáfora oportuna de la Argentina.

–¿Por qué?

–La pauperización que viven la sociedad argentina y sus instituciones es insoslayable. Salud, educación y trabajo son tres ítems que deberíamos tener resueltos hace tiempo, por su elementalidad para la vida social, y ni siquiera están puestos en marcha planes a largo plazo que los contengan. Mitos... trabaja en la relación instalada de que el dinero se liga con el éxito. En un país donde la gente no puede satisfacer sus necesidades básicas hablar de que es exitoso el que tiene dinero es obsceno. Hay que desmitificar el poder del dinero. Preferible pobre pero digno a rico pero corrupto. Sin bajar una línea antipática, con el hecho de plantearlo como conflicto, me parece interesante la propuesta de Mitos..., que desde la trama incluye a los que menos tienen. Aunque sea torpemente, la mirada de la ficción está puesta en otro lado. En ese sentido, el programa intenta sumar. En tiempo de tanto discurso por la campaña, está bueno que la tele al menos plantee la inclusión social desde la acción.

–¿Pero cree que la TV actual, globalizada, puede servir como una herramienta de cambio social?

–Lo triste de la TV actual es que tapa lo que nos constitye como identidad. Lo que más me duele de la globalización es cómo lima los aspectos culturales que nos constituyen. Yo quiero vivir en Argentina, soy argentino y quiero morirme en mi país. Trabajo afuera, me enriquece el contacto con otras culturas, pero cada vez que estoy en el extranajero tengo más necesidad de volver a mi país. El dinero, el boom económico, es un castillo de naipes que se derrumba en cualquier lugar del mundo. Lo que pasa con España y Estados Unidos en este momento basta como ejemplo. Lo interesante del contraste es que en Argentina estamos más acostumbrados a convivir en crisis, y la creatividad y solidaridad humana de los argentinos multiplican a la de un español. Afuera ése es un valor que se les suele reconocer a los argentinos, pero que acá, sumergidos en nuestra compleja cotianidad, no vemos. Como sociedad, necesitamos querernos un poquito más. Darles protagonismo a los que más lo necesitan es un compromiso que vivo desde mi humilde lugar de ciudadano y actor. Ser humilde y honesto es siempre mucho mejor que ser millonario y trucho.

–Pareciera que la realidad, desde su lugar de actor, le afecta demasiado.

–No más que a cualquier otro argentino. Lo que me pasa es que en tanto actor siento un compromiso tal vez mayor con esa realidad que nos rodea, nos condiciona y nos determina. Es el compromiso de no aislarme en mi función de actor. De todas formas, la construcción de un personaje, aunque me toque hacer una tragedia, la vivo como un hecho lúdico.

–¿Esa manera de construir un personaje es consecuencia del prestigio logrado a lo largo de su carrera y de la posibilidad de poder elegir qué hacer y qué no?

–Lo hice siempre. Obviamente, nadie me regaló nada. El del actor es un trabajo en el que hay que decir más no que sí. Nunca privilegié lo económico. Como tantos compañeros, pasé momentos muy duros, sin trabajo, también. Si privilegiás lo económico, el tiro que elegiste ya es otro. Si privilegiás lo artístico, lo que querés comunicar, vas a trabajar menos, pero vas a recoger cosas muy lindas. Y no se tarda una vida en cosechar el cultivo: lo cosechás antes.

–Sin conocerlo en profundidad, desde afuera se percibe que se trata de un actor más racional que apasionado. ¿Es así, realmente?

–Cuando digo que me aburro de mi discurso es porque parezco más racionalista de lo que soy. A mí me gusta jugar a la pelota, comer un asado, emborracharme... hago lo que hace la gente común. A nivel laboral, lo racional aparece en la lectura previa, pero después me tiro de cabeza. Soy de poner el cuerpo y no me interesa la prolijidad. A veces hasta “me gusta estar mal”, porque es parte de la vida. Lo que uno no puede perder, en este oficio y en la vida, es la pasión. Hay una película de Ingmar Bergman, Después del ensayo, que muestra un ensayo teatral en el que una actriz joven no da pie con bola. Al finalizar, la joven se queda a hablar con el director, quien le dice que la había visto en un trabajo donde la notó muy mal pero que, sin embargo, la eligió para este papel porque había visto su talento. La había elegido por lo mal que estaba. Esa es una idea que sintoniza mucho con mi trabajo. No soy de los actores que necesitan interpretar y controlarlo todo. Necesito sentirme vivo.

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