Domingo, 7 de junio de 2009 | Hoy
TELEVISION › ESCANDALO POR UN “ARREGLO” EN LA FINAL DE AMERICAN IDOL
AT&T, sponsor principal del programa estadounidense, regaló celulares y enseñó a los usuarios a mandar power texts para volcar la elección final a favor de Kris Allen, un participante mucho más “presentable” para el gusto medio americano.
Por Guy Adams *
Lo están llamando Textgate, y es el mayor escándalo relacionado con una votación en Norteamérica desde la larga batalla legal que convirtió a George W. Bush en el 43º presidente de la nación. Kris Allen, el último ganador del programa televisivo American Idol, fue expuesto esta semana como el involuntario beneficiario de decenas, si no cientos, de miles de votos ilegales organizados por uno de los mayores sponsors del show de talentos. AT&T, el “socio de comunicaciones” oficial de American Idol, admitió haber provisto teléfonos celulares gratuitos y servicios de SMS a fans del cantante, guitarrista y pianista Allen, en fiestas organizadas en su Jacksonville (Arkansas) natal en la noche del episodio final del programa. La firma no hizo esfuerzos similares para sostener al otro finalista, Adam Lambert, quien finalizó segundo.
Para agregar escándalo, los representantes de AT&T también proveyeron a los seguidores de Allen de lecciones sobre cómo enviar los llamados power texts, que envían diez o más votos con una sola tecla. Bobby Kierna, una de los 2000 asistentes a una de esas fiestas, le dijo a la prensa que ella había votado por Allen –compañero de universidad de su hija– 10.840 veces en la texting zone de AT&T que se había instalado en el lugar. Sus comentarios fueron publicados el jueves pasado en el diario regional The Arkansas Democrat Gazette y se volvieron virales rápidamente, disparando los debates sobre irregularidades en el procedimiento de votación y acusaciones de que AT&T intentó arreglar el concurso. La compañía de teléfonos emitió una rápida disculpa, en la que señaló que algunos empleados se habían “pasado de entusiastas”, y prometió que no volvería a suceder. Pero eso hizo poco por disminuir la furia pública y las teorías conspirativas que especulan sobre qué pudo motivar a la cadena televisiva Fox para influir en el resultado del concurso. Allen, cristiano con esposa y un background de familia tradicional, está a un mundo de distancia de Lambert, un cantante sexualmente ambiguo de Los Angeles que en su primera audición hizo una performance de “Bohemian Rhapsody” (Queen): en la carrera final, su rivalidad fue presentada más de una vez como un choque político entre la derecha y la izquierda.
En ocho años, American Idol creció hasta convertirse en una institución nacional. Es, por amplio margen, el programa más popular de la televisión estadounidense, con picos de 40 millones de espectadores, y sirvió de plataforma de lanzamiento para artistas como Kelly Clarkson y Carrie Underwood. Pero este año, como muchos otros programas, sufrió caídas de audiencia: la final del 20 de mayo atrajo a 28,8 millones de personas, su rating más bajo desde 2004. Allen fue visto como el ganador más atractivo en términos de la futura capacidad del show para pegar en el lucrativo mercado familiar.
La teoría de un esfuerzo organizado para arreglar la final encuentra más combustible en la negativa de Fox a revelar detalles de cómo se cuentan los puntos, o cuántos votos consiguió cada finalista. Todo lo que dijeron fue que se registró un total de alrededor de 100 millones de votos. En un comunicado, la cadena señaló su “absoluta certeza de que los resultados de la competencia son justos, precisos y verificados”, y alegó que un monitor independiente fue convocado para preservar la integridad del proceso de votación. “De ninguna manera existió algún individuo que haya influido de manera injusta en el resultado de la competencia”, señala el comunicado.
De todos modos, el power texting, junto a la decisión de AT&T de regalar teléfonos en los eventos, parecen contradecir abiertamente la declaración en pantalla que aparece al final de cada episodio de American Idol, donde se advierte que los votos enviados utilizando “tecnologías mejoradas” que pudieran influir en el resultado podrían ser descartados. Hasta Allen describió la práctica como “aparentemente tramposa” y, en una aparición en el programa de entrevistas de Jimmy Kimmel, se mostró preocupado por el escándalo que echa sombras sobre su victoria. “No tenía ni idea de qué estaba sucediendo un textgate”, dijo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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