Vie 13.01.2006
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TELEVISION › NATALIA OREIRO, ANTES DEL ESTRENO DE “SOS MI VIDA”

“Estoy en contra de toda contaminación”

La actriz y cantante uruguaya manifiesta así su desacuerdo con la instalación de las papeleras. Enseguida aclara que la suya es una “opinión individual”, independiente de la campaña que hizo para Greenpeace.

› Por Julián Gorodischer

Natalia Oreiro sabe que su voz se escucha más que otras, sobre todo en Uruguay, donde es la niña mimada. Ella hizo lo mismo que muchos compatriotas: cruzó el charco con expectativa, asistió a montones de castings, brilló en novelas como Los ricos también lloran, Muñeca brava, Kachorra, editó sus discos en una carrera combinada poco común al sur del continente, al estilo Thalía, y –a fuerza de cantar candombes en sus discos, de participar en fiestas, recitales, entrevistas en su país de origen– ocupa un lugar central en la cultura uruguaya que ahora mismo, a pocas horas de estrenar su nueva telenovela Sos mi vida (desde el lunes a las 21, por Canal 13), decide qué la compromete a hablar. “Lo mío es una posición individual –dice Natalia Oreiro–, no es parte de una campaña de Greenpeace, con los que sí colaboré en una acción anterior contra la caza de ballenas. Por las cosas que hemos investigado, la instalación de las papeleras sobre el río Uruguay estaría aportando a la contaminación. Y yo estoy en contra de todo lo que contamine.”

A Natalia Oreiro (ex Cholito, actual Monita), la misma que tiene tendencia al diminutivo, la voz finita y la sátira de novelas, también le cabe un tono de voz profundo, casi carrasposo, una palabra que no tiene temor a marcar su disidencia con el Frente Amplio, en el que milita, cuando lo cree necesario. “Lo más contundente –sigue– es dar mi punto de vista independientemente de mi ideología política. Personalmente no se lo planteé a Tabaré pero estoy segura de que se debe haber enterado. No tengo nada que decirle, soy simplemente una ciudadana argentina de nacionalidad uruguaya que dice su punto de vista sobre ecología. Hay puntos de vista por el sí, por el no. Y lo que sería interesante es que se pudiera hacer algún otro estudio que a todos nos deje tranquilos. Yo soy ecologista –sigue, interrumpiendo el lanzamiento de la tira–. Y como lo que soy estoy en contra de todo proyecto que arruine el medio ambiente.”

Se desplaza por el salón del Hotel Alvear como una mamushka, más rusita que nunca, obligada a hablar con el pesado de turno que la acosa sobre si es cierto que no se quiere cruzar con Nancy (Duplaá, sic), en los pasillos de Pol-ka, sobre si hubo problemas con Facundo para definir el cartel dado que se trata de dos figuras internacionales (sic II). Y ella se deja llevar por su verborragia imparable pero culposa, cada vez que le pide disculpas a Facundo Arana (su coestrella) por estar robando cámara. Entre las chicas de la tele, Natalia es la encarnación de la integridad barrial, y se nota cuando se adelanta al cronista para dar vuelta el casete si se acaba, cuando acepta apartarse de los brillos de turno, del megalanzamiento que siempre es revolucionario y a veces termina en un fracaso como lo fue El Deseo (Telefé, 2004). Algo de lo que es trascendente y de lo que es banal debe haber aprendido Natalia Oreiro para aceptar dar un paso al costado y decir su manifiesto, que tiene poco que ver con su regreso a la telenovela tradicional después de un intento fallido de hacer el Twin Peaks argento (en El Deseo) y más con su futuro y el de todos nosotros. Entonces, su testimonio se vuelve menos acelerado y más gutural, más funcional a movilizar que a vender un producto (la excusa que convoca al Hotel Alvear). Que se acaben, por un rato, las sonrisas de ocasión para dejarla pelear con el capital transnacional, más precisamente con el que planea construir las plantas papeleras de la finlandesa Botnia y la española Ence de cara al río Uruguay. Sumada a la protesta de la comunidad argentina de Gualeguaychú (que teme a la contaminación de sus playas), disidente con el gobierno de Tabaré Vázquez al que ayudó en la campaña, Oreiro dice:

–Independientemente de que he apoyado al Frente Amplio, yo pienso que no me casé con nadie. Soy una persona libre, y lo primero que defiendo es el planeta en el que estoy viviendo. Y si considero que está en peligro, lo digo. Si hay un estudio que me demuestre lo contrario, bienvenido sea. Me parecería muy hipócrita decir que esto está bien porque es una decisión del Frente Amplio.

–Dado que casi un 70 por ciento de uruguayos apoya a las papeleras, ¿no teme que su testimonio perjudique su imagen en su país?

–Al contrario: ¡Esto que hago es por los uruguayos! No es que piense que las papeleras tienen que cerrar. Pero tienen que instalarse como debe ser. Hay maneras correctas y legales de hacer las cosas. No podemos confiar en un solo estudio que lo diga. Que hagan todos los estudios que sean necesarios. Yo amo mi país y quiero que le vaya bien, y sé que cuanto más trabajo tengan los uruguayos y más inversión llegue va a ser mejor para todos. Y eso no me hace más argentina que uruguaya: no creo que en Uruguay todos estén a favor de las papeleras.

Por estos días, la Cholito es la nena más popular de Gualeguaychú; hace ocho años, con el elenco de Muñeca brava, había desfilado en sus carrozas, se había ganado a todo el mundo con el personaje que mejor le sale: la chica peleadora, medio bruta, con eses comidas y levemente masculinizada. Ahora que volvió a comer carne para hacer de boxeadora, este año que se la ve más fibrosa, más armadita, justo cuando retoma un éxito seguro (con el galán del momento, contando casi una segunda parte de la historia que la hizo famosa) ella se desmarca. “La expectativa ecologista –informa, convertida en una experta– apunta a después del 2007, cuando empezará a regir una legislación que impedirá que se utilice un tipo de cloro dañino. Aparentemente se dice que en este caso se respetaría la norma, y a mí me encantaría creerlo porque sé de la necesidad de trabajo de todos los uruguayos, pero me importa que ellos, sus nietos y sus bisnietos no sufran las consecuencias.”

Otras veces se subió a un arca de Greenpeace o interrumpió recitales en su gira rusa (allí donde es más popular que el argentino más famoso, Maradona) para apoyar la causa de una organización de conservación de cetáceos, encolumnada en la cruzada ecológica, anteponiendo la verde a cualquier doctrina partidaria. Rebelada (sólo en un aspecto) al gobierno que la identifica, cuyas relaciones con el de Argentina son más tensas cada vez que trasciende una declaración como la del senador Jorge Saravia (que comparó a Atucha II con el riesgo de un Chernobyl) o un coqueteo de Tabaré para sellar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, Oreiro no se oculta y da la cara. En 2005 se paró en la Plaza de Mayo junto a otros actores para apoyar la protesta wichí (que reclamaba por la preservación de una reserva indígena), y hoy se expresa con cierta displicencia (porque la excusa era otra), pero nunca reacia del todo. Natalia Oreiro siempre se comprometió con una cierta causa extratelevisiva. Cuando era más chica, en Muñeca brava, se la elogió por promover desde la tira el ingreso de la bailanta a la televisión, cada vez que la Cholito bailaba cumbia, rendía tributo a Gilda. En Sos mi vida, volverá a cantarle a esa ídola, cuando entone Corazón valiente en la apertura. Esa ligazón a la diosa bailantera muerta en la ruta y a su santuario la conecta también al paisaje mesopotámico. Defiende ese río Uruguay en sus dos márgenes (la de Gualeguaychú pero también la de su Fray Bentos), esos atardeceres que marcaron su infancia. Con su belicosidad atenuada, con un estilo de confrontación que no incomoda, sigue pronunciándose:

–Con respecto a las papeleras digo lo que me voy enterando, reclamo un nuevo estudio que demuestre lo que dice el Banco Central de mi país: que son inocuas. Quiero comprobar si es verdad que el impacto ambiental no sería perjudicial para el río.

–¿Y si las movieran más hacia el sur, como sugirió el gobierno argentino?

–A mí me parece importante que no se contamine y punto. No es que si las papeleras no coinciden con el territorio argentino está bien. El compromiso que siento es con la ecología, con los dos países, con el río, con ¡el planeta!, y no con una ideología política o con una necesidad de un país. Que quede claro que no es una postura, es una manera mía devivir. Si para conseguir trabajo, las próximas generaciones van a tener el río contaminado, no vale la pena.

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