TELEVISION › NICOLáS CABRé, BOTINERAS Y EL CANIBALISMO DEL MEDIO
El actor es una rara avis que evita a conciencia la sobreexposición y el mundillo chimentero... lo cual le valió más de un dolor de cabeza. “Yo prefiero obsesionarme con mi trabajo: hubo programas que anduvieron muy bien, en los que yo no estaba conforme.”
› Por Emanuel Respighi
Hombre de pocas palabras pero de convicciones fuertes. Así se puede definir a Nicolás Cabré, el actor que comenzó su carrera televisiva a los 10 años en Flavia está de fiesta y que desde ese momento no paró de protagonizar ciclos bajo la tutela de la factoría Pol-Ka (Poliladron, Carola Casini, Gasoleros, Son amores, Vulnerables, Sin código). Sin embargo, su exposición televisiva no le impidió nunca manejar su vida personal fuera de la pantalla chica, pese al asedio de los programas de chimentos, que nunca le perdonaron diferenciarse del resto de la jungla mediática y haberse plantado en solitario contra las reglas que ellos mismos impusieron en el medio local. El costo que tuvo que pagar fue alto: desacreditado a diario, Cabré fue señalado por los despechados comunicadores de “gay”, “drogadicto” y “sucio” (!). Nada lo hizo cambiar. Cabré prefiere seguir hablando a través de su trabajo. “Nunca me interesó una vida pública que no sea la de actuar y a lo sumo dar alguna que otra entrevista”, explica a Página/12. No es sencillo para una figura pública resguardar su vida íntima en la era del chimento. Cabré demuestra que tampoco es imposible.
Sin regalar simpatía pero sin perder los buenos modales, Cabré acepta la entrevista para hablar de Botineras, la comedia que desde hoy protagonizará junto a Florencia Peña, Damián de Santo y elenco (ver aparte), de martes a viernes a las 22.45, por Telefe. Con toques de suspenso y policial, el ciclo de Underground Producciones y Telefe vuelve a cruzar realidad y ficción: si en Lalola había abordado el mundo editorial y en Los exitosos Pell$ había hecho lo propio con el universo televisivo, en Botineras la trama girará en torno de la relación entre fama, poder y mujeres ligeras de ropa que rodean a los jugadores de fútbol. Allí, Cabré será “el Chiqui” Flores, un consagrado jugador que regresa al país desde España, huyendo de un asesinato que lo roza de cerca. Un crimen que servirá de excusa para que la ficción corra el velo al vínculo cada vez más estrecho entre futbolistas y botineras.
–¿Botineras estará más cerca de ser una parodia de la realidad, o será un reflejo más o menos fiel de lo que suele suceder entre los futbolistas y las chicas que se les acercan por intereses que suelen ir más allá de lo afectivo?
–El programa va a poner en pantalla el imaginario público que existe sobre ese mundo. No se hizo una investigación sobre el vínculo entre jugadores y botineras para ser fiel a lo que sucede. No sé si los protagonistas de ese universo se van a sentir parodiados o van a respirar porque nos quedamos cortos. Es más lúdico que real, sobre un mundo que da mucho lugar a la fantasía. Seguramente muchos futbolistas van a ver Botineras con más atención que los programas deportivos.
–¿O sea que cualquier similitud con la realidad, en el caso de Botineras, es más que una coincidencia?
–Hay quienes verán que entre el Chiqui y Tato (Damián de Santo) hay una relación como la de Maradona-Coppola... Yo no sé cómo es la relación entre ellos. No está basado en la historia de nadie, aun cuando algunas cosas pueden ser parte del imaginario social de rumores y “verdades” nunca confirmadas. En realidad, hace foco en los futbolistas pero podría hacerlo en otras profesiones. Las mujeres que buscan salvarse para toda la vida no buscan tanto a un futbolista, sino que cualquiera que gane millones se convierte en presa fértil. El que se sienta tocado, que lo haga: cada uno sabrá qué es lo que hizo. No está contado desde una mirada moralista o sociológica. Es una comedia para que la gente la pase bien, no para deschavar a nadie. Para eso están otros personajes. Es una comedia que tiene algo de policial y de suspenso, pero tampoco es una película de Hitchcock.
–La trama aborda la relación entre fama y poder a través de “el Chiqui”, su personaje, como máximo exponente.
–El Chiqui es un crack reconocido, millonario, con mucha exposición mediática y con un crimen que lo salpica. Sin embargo, pese a todo ese combo, se trata de un pibe que disfruta el lugar en el que está. Es un atorrante divino, se mete todo el tiempo en quilombos y prácticamente casi nunca habla en serio. El Chiqui disfruta cada segundo de su vida: representa al imaginario del atorrante. Lo interesante es que a lo largo del programa descubrirá que tiene todo lo que quiere –fama, poder, mujeres, dinero– pero no todo lo que necesita. La suspensión que le aplican por un acto de indisciplina hace que comience a remover aspectos ocultos de su personalidad y pasado que la vorágine del fútbol fueron ocultando. Antes no tenía tiempo para analizar el amor o su familia.
–Usted se inició en la tele cuando era adolescente y desde ese momento no paró de trabajar en tele, teatro y cine. ¿Hay algún lazo de contacto entre el personaje que interpreta y su propia vida?
–Puede haber simetrías entre la fama de un actor y la de un futbolista, pero siempre depende de cómo uno se maneja en su vida íntima y en la mediática. De todas maneras, la fama que se le presenta a un futbolista, creo, es más repentina que la que puede tener un actor. La carrera de un futbolista es más corta, de un día para otro se convierten en millonarios y conjugan en su persona el ser famosos y el ser futbolistas. Yo tengo la suerte de trabajar desde los 10 años y nunca me la creí ni me interesó desarrollar una pública que no sea la de actuar y a lo sumo dar alguna que otra entrevista. Para mí lo importante siempre pasó por otro lado. Soy un privilegiado por hacer lo que me gusta en un país en el que pocos tienen esa suerte, pero lo que me preocupa no es salir en una tapa de revistas sino mi familia y mis afectos. Nunca me dejé llevar por el circo.
–¿Los flashes nunca lo deslumbraron? Ni aun cuando era adolescente, aunque fuera inconscientemente...
–A mí me gusta actuar y por suerte me gano la vida haciendo lo que me gusta. Cuando termino de trabajar me voy a mi casa y sigo siendo yo.
–O sea que “el Chiqui” es la antítesis de Cabré.
–Síííí, sin dudas. A él le gusta el circo, tiene un alto perfil y arregla todo con plata. No tiene nada que ver conmigo.
–¿Hasta qué punto le seduce actuar nuevamente en una tira diaria?
–Nunca hago las cosas porque huela el éxito o por dinero. Es un conjunto de cosas las que me llevan a tomar la decisión de subirme a un proyecto o no, desde mi situación personal hasta la del país, pasando lógicamente por el proyecto, mi papel, el elenco, el director, la productora... no tomo trabajos por un sentido utilitario. Por lo general, priorizo más embarcarme en proyectos que me puedan hacer crecer como persona y profesional que en aquellos que a priori parecieran ser más seguros. No me genera conflicto el rating, tampoco. Prefiero obsesionarme con mi trabajo antes que con el rating, en todo caso. Me gusta que a las cosas que hago les vaya bien, pero el rating no me modifica en nada. Tuve la posibilidad de hacer programas a los que les fue muy bien en el rating y donde yo no estaba muy conforme con lo que estaba haciendo. Mi estado de ánimo no me lo determina una planilla de rating o una boletería. Mi felicidad no pasa por el rating, sino porque el proceso creativo sea estimulante y divertido.
–El problema es que el rating se volvió el único parámetro para determinar la continuidad o no de un programa.
–El rating es un parámetro televisivo importante, pero tengo claro que mi trabajo es otro. Si me tuviera que fijar en el rating sería productor, no actor, y me preguntaría por los sponsors del programa. Mi trabajo es tratar de actuar lo mejor posible, hacer que las escenas sean creíbles, graciosas o tristes cuando tengan que serlo. Es cierto que en la TV argentina existe la ecuación que aquellos programas que hacen 30 puntos de rating ganan todos los Martín Fierro. Pero por eso, justamente, no voy a los Martín Fierro. He hecho programas que no alcanzaron el éxito de Son amores, como Ilusiones por ejemplo, y yo estaba recontra feliz con el programa, con lo que se hacía y se decía. El rating es un parámetro televisivo, pero no el mío.
–Usted se ha puesto en un lugar dentro de la jungla mediática muy diferente al de la mayoría de los actores jóvenes. Tiene un perfil muy bajo, casi no da reportajes y eso le generó todo tipo de enemigos, especialmente entre los chimenteros. ¿Tuvo que pagar un costo por tomar semejante decisión en un mundo en el hay quienes creen que la vida debe pasar por los medios?
–Yo nunca me traicioné. No fue una decisión; yo soy así. Me sale naturalmente. A lo mejor la que más sufrió mi forma de ser es mi familia, que tuvo que escuchar que se dijeran barbaridades sobre mí, desde que era gay hasta que era sucio... Todo por hacer valer mi derecho de elegir a quién darle una nota y a quién no. Creo no haberle faltado el respeto a nadie, si me preguntás, te contesto. Lamentablemente se impuso en los medios argentinas una supuesta regla de que si a determinada gente o medio no le das una nota porque no te gusta lo que hacen o dicen, tienen la libertad y el poder de hacerte mierda... Pero yo no soy ni tan malo ni tan bueno. Tampoco quiero convertirme en víctima. Ni siquiera me interesa escuchar a quienes hablan bien de mí, porque tampoco me conocen. Si alguien tiene la capacidad de evaluar mi trabajo, lo puedo escuchar o leer. Pero con las barbaridades que algunos dicen yo no siento la necesidad de salir a explicar nada a nadie porque ése es el juego que quieren imponer. Los que tienen que saber algo se enteran por mí. Mi gente sabe lo que soy y lo que puedo llegar a ser.
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