Viernes, 26 de marzo de 2010 | Hoy
TELEVISION › LECCIONES EN LA OSCURIDAD, DE WERNER HERZOG, HOY A LAS 22 POR INFINITO
Son apenas 52 minutos, pero de una belleza e intensidad que sería injusto que los cortes comerciales se ensañaran con un film –como muchos de los del director alemán, desde Aguirre la ira de Dios hasta Un maldito policía en Nueva Orleáns– inclasificable.
Por Luciano Monteagudo
“El colapso del Universo estelar ocurrirá –como la creación– en medio de un grandioso esplendor.” Con esta cita (¿apócrifa?) de Blaise Pascal se abre Lecciones en la oscuridad, el film de Werner Herzog que esta noche a las 22 emitirá la señal Infinito y que debe ser saludado como todo un acontecimiento, considerando el creciente desinterés que suele demostrar la televisión por cable hacia el cine de calidad ajeno a la órbita Hollywood.
Son apenas 52 minutos, pero de una belleza e intensidad que no sería justo que los cortes comerciales se ensañaran con una película –como muchas de las del gran director alemán, desde Aguirre la ira de Dios hasta Un maldito policía en Nueva Orleáns– que es inclasificable. La voz grave, deliberadamente solemne del propio Herzog, nos introduce en “un planeta en el Sistema Solar”. Como si se tratara de un cosmonauta enfrentado a lo desconocido, transmite que “la primera criatura que encontramos trata de comunicarnos algo”, mientras se ve una silueta vagamente humana, envuelta en humo y lenguas de fuego, mirando a cámara y pasando su mano a degüello por la garganta, anunciando el signo de la muerte.
Dividida en trece capítulos cuyos títulos sugieren un Apocalipsis, el film refiere una guerra que duró apenas unas pocas horas y de las cuales se ven, a través de una cámara infrarroja, esquirlas como estrellas estallando en el cielo. El paisaje después de la batalla no podría ser más desolador: un horizonte yermo, lunar, plagado de cráteres y donde “sólo podemos encontrar huellas de humanos que alguna vez vivieron aquí”.
Los restos de una civilización extinguida y cubierta por el polvo y la arena hacen pensar en Arrakis, el desolado planeta que el escritor de ciencia-ficción Frank Herbert imaginó para Duna (y que David Lynch, ahogado por el productor De Laurentiis, no pudo materializar). Se ven bosques inundados de petróleo, se menciona a niños que lloraron lágrimas negras, brillan en la distancia hipnóticos géiseres de fuego. Un capítulo menciona un “Parque nacional satánico” y otro, titulado “Una fiesta de los dinosaurios”, exhibe monstruos metálicos: excavadoras como fauces y brazos mecánicos como garras, mientras un helicóptero sugiere el vuelo de un pterodáctilo. En la banda de sonido, se escuchan el Réquiem de Verdi y el Götterdämmerung, de Richard Wagner.
¿Qué estamos viendo? ¿Un documental sobre los días posteriores a la guerra del Golfo, de febrero de 1991, cuando miles de toneladas de petróleo crudo ardían diariamente, como anuncia la información de prensa del canal Infinito? “Hay que manejar el término ‘documental’ con precaución –declaraba Herzog en 1996, cuando presentó el film en Buenos Aires, invitado por el Goethe-Institut–. Se trata solamente de una tentativa de categorización. No hemos desarrollado un concepto más apropiado, pero pienso que un film como Lecciones en la oscuridad, filmado en Kuwait, no es en definitiva un documental. Es más bien una película de ciencia-ficción, un réquiem musical y algunas otras cosas. No existe una palabra para describirlo. Pero esto no tiene ninguna importancia.”
En todo caso, lo que hace Herzog, con un experimentado camarógrafo de la BBC (Paul Berriff) y un temerario helicóptero que le permite las más audaces tomas aéreas, es partir de la realidad y, a la manera de los románticos alemanes, transfigurarla. La naturaleza como expresión del tormento interior del alma, la lucha contra los elementos y una poesía oscura como la de Hölderlin son frecuentes en su cine, pero aquí alcanzan una expresión concreta, una materialización perfecta. Herzog subvierte –no parece aventurado afirmar que de manera genial– eso que se suele llamar documental para alcanzar su sueño: aquello que él define como “una verdad extática”.
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