Sábado, 12 de junio de 2010 | Hoy
TELEVISION › JUAN GIL NAVARRO Y ADRIáN NAVARRO RETORNAN A LA TELENOVELA
En Secretos de amor, que el lunes estrena Telefe, los dos actores vuelven a coincidir en una novela con anclaje en la realidad, después de haber trabajado juntos en Vidas robadas. “Queremos ser un vehículo de calidad de un género que está subestimado”, dicen.
Por Emanuel Respighi
Representantes de una generación intermedia entre aquella camada de actores para los que todo teatro es (debe ser) un hecho político y ésta otra a la que la actuación representa (casi exclusivamente) la posibilidad de conseguir fama, dinero y repercusión mediática, Juan Gil Navarro y Adrián Navarro rondan los cuarenta abriles con la conciencia de coincidir en que su único compromiso es con aquello que hacen arriba de un escenario o frente a una cámara. Actores de cine, teatro y TV que alguna vez fueron galancitos, los muchachos supieron correrse de ese incómodo sitio a puro trabajo y constancia, rechazando una y otra vez las tentaciones del circuito mediático para concentrarse únicamente en la actuación. Una decisión que compartieron sin conocerse, y que –casualidad o causalidad– hizo que sus caminos se cruzaran en el elenco de Vidas robadas (2008), poniéndose en la piel de personajes emparentados por altas dosis de maldad. Esa dupla se reeditará desde el lunes, ahora como protagonistas de Secretos de amor (lunes a viernes a las 14), la nueva telenovela que continuará la línea social que inauguró Telefe con Montecristo.
“Los Navarro”, dueños de una relación que trasciende la faceta profesional, se prestan a encarar la entrevista con Página/12 para hablar del nuevo proyecto (ver recuadro), envueltos en bromas que se retroalimentan y respuestas que se complementan como si se tratara de “viejos conocidos”: una percepción certera pero equívoca para un vínculo que nació en Vidas robadas. En la tira que protagonizó Facundo Arana compartían el mismo camarín, donde desde un primer momento sus personalidades congeniaron. Hubo un hecho iniciático, cuentan, que marcó y facilitó su relación. “Sucedió que cuando comenzamos las grabaciones, la producción había puesto un cartel en la puerta del camarín en el que estaba el nombre de Juan arriba y el mío abajo”, relata Adrián. “Entonces Juan, que era protagonista y yo secundario, en un gesto invalorable para conmigo, decidió quitar ese cartel y poner otro que decía Los Navarro”, agrega, ante la mirada pudorosa de su compañero.
Juan Gil Navarro: –Adrián había pasado por todos los escalafones de la actuación y pensé que era lo más adecuado. Bah, en realidad, yo no soporto ser el Gil de los Navarro (risas).
Adrián Navarro: –Aunque no quiere que diga esto, Juan me abrió un camino como nunca nadie antes lo había hecho. Juan estaba tan seguro de lo que es como actor y de lo que tenía que hacer su personaje, que no remarcaba las diferencias de cartel.
–Esos gestos no son muy habituales en un ambiente hipercompetitivo e hipócrita como el artístico, ¿no?
J. G. N.: –Todo lo contrario. Formamos parte de un medio en el que las palmadas en el hombro y las sonrisas se convierten al mismo tiempo en dagas por detrás.
A. N.: –Desde ese mismo momento nació una relación muy linda y natural, en la que empezamos a consultarnos y a trabajar en el camarín situaciones de los personajes. Y creo que esa unión fuera de la pantalla se terminó trasladando a la relación que en la ficción tuvieron Dante y Nicolás en Vidas robadas. Creo que se dio también porque ambos compartimos la idea de que el gran protagonista debe ser la escena misma: si la escena está bien, nosotros vamos a brillar. El problema surge cuando un actor antepone su propio papel a la armonía de una escena. Nosotros siempre tratamos de potenciar la escena y no dejarnos llevar por egos personales. Muchas veces los técnicos nos felicitaban por la escena que habíamos hecho en Vidas..., y nosotros sentíamos que había una conexión, una química muy fuerte en la escena.
–¿Es posible mantener el concepto de hacer brillar la escena en una tira diaria, donde se “meten” doce escenas diarias y siempre se corre detrás del aire?
J. G. N.: –Tiene que ver con el entrenamiento del actor, con su mayor o menor capacidad de mística respecto del oficio, que es algo que hoy no se ve. No sólo en la actuación: en la carpintería, en el periodismo, en la fotografía o en la docencia también pasa. La clave en cualquier profesión es no perder el entusiasmo. No importa si es una obra de teatro, una película de Scorsese o una tira televisiva. Durante mucho tiempo se instaló un discurso de coartada referido a que no se puede hacer calidad en tira diaria. Y ésa es una gran mentira. La calidad televisiva puede lograrse siempre con la prepotencia del trabajo, como decía Roberto Arlt, no con esa otra tilinguería instalada.
–Esa idea que flota en el ambiente respecto de la calidad de las tiras de la tarde, ¿no es sólo una justificación en la que se escudan muchos productores?
A. N.: –No hay diferencia entre la manera de trabajar en Secretos de amor y cómo lo hicimos en Vidas robadas. La diferencia, en todo caso, será la historia, pero el tiempo y la calidad de trabajo son los mismos. Tiene que ver con la exigencia que cada una de las patas de una producción se impone. De hecho, estamos apuntando a hacer una novela atípica, que no sea solamente el culebrón de las dos de la tarde. Es una novela con compromiso y que pueda servir para concientizar a la gente en algunas temáticas que pasan en la vida real. Si bien la ficción no puede reemplazar a la realidad, nosotros apuntamos a abordar algunas problemáticas sociales, tratándolas con la mayor verdad posible.
J. G. N.: –Queremos ser un vehículo de calidad de un género que está subestimado.
–A nivel profesional, participar de proyectos que les suman a los objetivos propios de la industria cierta idea concientizadora sobre determinadas problemáticas sociales, ¿los predispone de diferente manera que si se trata de una ficción más tradicional?
J. G. N.: –Trabajar en un proyecto con anclaje social es un plus para cualquier actor. Creo que eso es así desde que alguien se puso una máscara y empezó a relatar: los griegos también denunciaban cuestiones sociales mientras narraban sus tragedias. Ni hablar de (William) Shakespeare, que es la quintaesencia de la denuncia social con la poesía. Tener algo para contar que no sea sólo entretener forma parte del ADN del actor. Hasta las frases de un bufón, al que tuve la suerte de interpretar en Rey Lear el año pasado, tenía la licencia del soberano para decir muchas cosas con una sonrisa. La telenovela social actual cumple el mismo rol que el bufón: camuflar detrás de la superficie otro tipo de mensajes o críticas.
A. N.: –Montecristo abrió una línea temática novedosa para la telenovela, en el que la ficción se permite aportar algo a la sociedad. Es algo que va más allá del entretenimiento, que tiene que ver con abrirle los ojos a la gente respecto de lo que pasa a su alrededor o de lo que puede llegar a pasarle. Eso me seduce y me hace parar de otra manera ante el trabajo. En este tipo de papeles uno aprende más allá de aspectos profesionales: Secretos... me hizo leer el Código Penal, por ejemplo, ya que era pertinente para el personaje. Los actores necesitamos contar cosas con verdad.
J. G. N.: –También es cierto que el que mira completa el sentido. No por vago, sino por una economía de recursos –que es otra cosa–, me gusta trabajar con la idea de no darle servido todo al otro, para que el televidente también agregue su conocimiento. Esa interacción hace más interesante el trabajo.
–En ese sentido, ¿el televidente argentino es activo? La telenovela social tiene una larga tradición en países como Brasil o Colombia, pero en la Argentina empezó a desarrollarse hace sólo unos pocos años.
A. N.: –Con una novela así, la gente se identifica más rápidamente. Tal vez no se identificará con los personajes como en la tradicional, sino que en este caso la identificación surgirá con el problema que se aborda de fondo. Todos tenemos problemas. Todos tenemos algún conocido con un hijo que fuma porro o chupa demasiado, la violencia familiar está presente, a todos alguna vez alguna prepaga nos estafó o nos cagó a la hora de necesitar algún servicio...
J. G. N.: –Los personajes de Adrián y de Solita (Silveyra) tienen mucha tela para cortar, porque desde su posición de abogados van en busca de la verdad. Ahora no basta con contar solamente una historia de amor y venganza. Eso es subestimar al público. Ese concepto bernardoneustadtista sobre Doña Rosa no se corresponde con la realidad de las mujeres.
A. N.: –A mucha gente le conviene que la gente no piense.
J. G. N.: –Mi abuela, que fue criada en un conventillo y no había terminado la primaria, miraba las novelas de la tarde y decía “estos tipos se creen que la gente es estúpida”. El saber popular es mucho más preparado que la idea que circula en la TV sobre el nivel intelectual de los televidentes. Hay muchos manuales de la TV que dicen, aún hoy, que hay que escribir para espectadores de un nivel intelectual de un chico de 12 años, porque si no, no van a entender. Esa idea es el principio de un fracaso.
A. N.: –Muchos productores o programadores que piensan eso deberían escuchar a mis hijos, que me hacen unos cuestionamientos impresionantes.
J. G. N.: –Creo que el hartazgo con esa idea falsa llevó a que muchos propongan otro tipo de contenidos. Empezó a abrirse la oferta, porque además había que vender los programas al exterior. Y en el exterior no se subestima tanto al público. La industria brasileña, por ejemplo, no subestima a su público. En Brasil, todas las clases sociales paran sus actividades para ver una novela. El anclaje social en las novelas brasileñas es una marca registrada y por algo es el principal país exportador de novelas en el mundo. Pensar que la telenovela es un género menor es desconocer el alto nivel de penetración que tiene en diferentes clases sociales.
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