Miércoles, 1 de marzo de 2006 | Hoy
TELEVISION › DETRAS DE LAS HISTORIAS DE “UN CORTADO”
A través de un elenco estable que interactúa con varios actores invitados y una serie de historias que entrelazan el formato de unitario con la tira, la ficción de Canal 7 encontró el tono justo para sus historias de café. Los habitantes del bar analizan cómo fue evolucionando el programa.
Por Oscar Ranzani
Dos hermanos cansados de la violencia de su padre planean una venganza. Un hombre y una mujer que fueron novios hace treinta años vuelven a encontrarse. Una hija angustiada porque su padre nunca conoció a su hermano decide contratar a un actor para que simule ser el desconocido por su progenitor. Un hombre que se quiere suicidar es aconsejado por un extraño en plena crisis psicótica. Una vidente recibe la visita de un cliente que sabe toda su vida y, a pesar de su clarividencia, ella ni estaba enterada. Un novio persigue a su chica infiel para saber con quién la engaña y el amante no es otro que su propio hermano. Una mucama le roba dinero a su patrona para jugar a la ruleta. Las mesas del bar de Un cortado. Historias de café (lunes a viernes de 22 a 22.30, por Canal 7) son testigos mudos de cómo se rompen y se recrean los vínculos humanos.
Si bien se trata de una ficción, la semejanza de las historias con lo que sucede diariamente en cualquier bar de Buenos Aires le termina dando a Un cortado... una aproximación muy estrecha a la cotidianidad que vive la gente en una ciudad grande. Para explicar este cruce entre la realidad y la ficción, nada mejor que la anécdota que cuenta el creador de Un cortado..., Leonardo Bechini (autor de Poliladron, Verdad/Consecuencia, Primicias y El signo, entre otros), cuando estaba realizando el piloto previo a la primera temporada en Canal 7 (2001). “En un café de Martínez yo estaba haciendo la puesta de una escena”, narra Bechini, actual director de Entretenimientos y Ficción de la emisora estatal. “De pronto, me voy afuera, para un auto y bajan cinco tipos con armas largas y nos roban a todos, con tiroteo incluido. Al único que no le robaron fue a Guido Gorgatti que lo confundieron con un mozo (en la ficción es el mozo de Un cortado...) y, entonces, no le sacaron plata. Con nosotros estaban Fernando Lúpiz y Cacho Santoro, que en esa época estaba haciendo de comisario en Poliladron. Los ladrones le dijeron ‘vos sos yuta, vos sos yuta’ y lo querían matar porque era policía. También estaba Pablo Echarri y le robaron. Así comenzó el programa: con un robo. Después del robo seguimos grabando porque, además, yo les decía ‘si paramos ahora pierdo toda la guita que puse para filmar’.” Si bien la historia fue violenta, el hecho de que Bechini pueda contarla genera las risas del elenco. Si Un cortado... nació para retratar en la ficción historias de experiencias de la vida real, durante su gestación la realidad hizo tambalear a la ficción por unos instantes. Con tiroteo incluido.
La torta del formato del ciclo tiene una porción de tira y otra de unitario, ya que hay una historia que evoluciona protagonizada por el elenco estable y otras que empiezan y terminan en cada emisión, a cargo de elencos rotativos. Pero no transitan por caminos divergentes sino que, en algún punto, siempre se produce una conexión temática. El elenco estable está integrado por Héctor Calori, Andrea Ríos (que no pudo estar en la entrevista con Página/12 por problemas de salud), Guido Gorgatti, Adrián Yospe y Guillermo Marcos. Además del elenco rotativo (ver aparte), hay participaciones con continuidad de Haydeé Padilla, Valeria Britos, María Fernanda Callejón, Mónica Guido, Francisco Prim, Julieta Magaña, Cristina Alberó, Silvestre y Luciana González Costa.
Calori compone a Héctor, un hombre que con 48 años ya es viudo y que lleva adelante el bar que heredó de su padre. Héctor se enamoró de Andrea (Andrea Ríos), una mujer de 40 años que llegó al bar buscando trabajo para mantener a sus dos hijos tras una separación. Ambos construyeron una relación amorosa que tiene sus vaivenes. El mozo más antiguo del bar es Pepe (Guido Gorgatti), un hombre de 80 años que pasó cincuenta de ellos recogiendo bandejas; es decir, desde que el padre de Héctor abrió el café. El otro mozo es Ricky (Adrián Yospe), un joven que empezó como lavacopas y que, poco a poco, fue ganándose un lugar. A su vez, Héctor tiene un amigo, Yayo (Guillermo Marcos), que trabaja cerca del bar como mecánico y que, además de ser habitué del lugar, es su confidente. “En el bar hay todo tipo de personajes: las personas que se manejan todos los días en ese lugar y clientes que entran y salen. Uno de los personajes principales, incluso, es un cliente eterno (Yayo)”, comenta Oscar Tabernise, responsable del libro de Un cortado... (coguionista de Poné a Francella y coautor de Poliladron, El signo y Verdad/Consecuencia, entre otros).
–El motivo de que las historias de los personajes estables continúan y evolucionan y las del elenco rotativo empiezan y terminan en cada emisión, ¿es por una cuestión operativa o estética?
Oscar Tabernise: –Uno de los desafíos y de las cosas más importantes es que jugamos con los géneros. El género está muy vinculado al efecto que uno quiere lograr: si se quiere lograr reflexión, diversión, que la gente tome conciencia de un problema. Esto va generando distintos formatos, comedia, tragedia, drama. Nosotros jugamos con distintos géneros. Necesariamente por una cuestión de la historia en continuidad los personajes centrales tienen que ver más con la cosa cotidiana. Pero no siempre. Además, trato de que la historia del día tenga algo que ver con lo que les está sucediendo a los personajes estables. Hay un punto de conexión. No quedan cosas desperdigadas. No es que la historia del día va por un lado y lo que sucede en el bar va por otro. Si bien no se cruzan, tienen puntos de contacto con por lo menos algunos de los conflictos que están teniendo los personajes. Y esto es para homogeneizar cada capítulo.
–¿En qué cambiaron sus personajes en estos cinco años? ¿Modificaron sus maneras de abordarlos?
Adrián Yospe: –Va cambiando porque vamos creciendo. Ricky, mi personaje, está más aggiornado al bar. Antes era como un poco más lumpen. A mí lo que me gusta de esto es que, a pesar de los cinco años, se sigue sosteniendo un mismo elenco, cosa bastante difícil de lograr. El mismo elenco estable sigue intacto. Ahí también está puesto el punto homogéneo, y eso ayuda a que todos vayamos para un mismo lugar con el correr de los años. A mí lo que me ocurre es una sorpresa día a día.
Guido Gorgatti: –Pepe es un gallego octogenario de muy mal carácter y muy sensible a todas las cosas que pasan en el bar, que se enriqueció con las nuevas historias. Es un personaje muy variable y muy cómico.
Héctor Calori: –En cuanto a los cambios, son los mismos que uno modifica como persona. No hay una gran variación en los perfiles de los personajes. Se mantienen de acuerdo a la tónica de hace cinco años en todas las circunstancias de sus vidas. Héctor está en relación directa con Andrea. Se ven las alternancias que va teniendo la relación. A su vez, la relación con Yayo sigue siendo la misma. Sólo que hubo un paso del tiempo.
Guillermo Marcos: –Yo no he notado que haya habido cambios en la tipología de ninguno de los personajes fijos. Lo que sí noté es un crecimiento, una evolución en haber ganado más relación y más cariño con el personaje. Utilizo la palabra “cariño” porque es una forma linda de abordar al personaje y de dialogarlo. El cariño que uno tiene por el personaje se hace extensivo a los demás y al programa. Dentro de ese contexto de afecto en el que estamos trabajando, el personaje tiene una evolución.
–¿Por qué el café de Un cortado... funciona como el escenario ideal para contar historias de relaciones humanas?
H. C.: –El pretexto del bar (y creo que es una de las ideas geniales que tiene el proyecto) es que es precisamente un lugar de encuentro. Si se mira con atención, cada uno está con su historia pero están todos en ese lugar de encuentro. Además, sintetiza el alma de la ciudad, más precisamente de esta ciudad donde el bar es un lugar emblemático para producir el encuentro con alguien, o... el desencuentro. Es un lugar donde la gente se junta para que pase algo. Y esto de estar espiando en cada mesa, más lo que sucede en cada situación, es realmente atractivo.
–¿El principal mensaje de Un cortado... es que la gente vuelva a escucharse?
L. B.: –Lo que refleja el programa fundamentalmente es esta única posibilidad que tenemos los seres humanos de comunicarnos, de volver a escucharnos, de volver a valorizar la palabra. La gran fuerza del programa está en la fuerza de la palabra como recurso actoral y expresivo.
–¿Cualquier historia se puede contar en Un cortado...? ¿Cuáles son los límites?
O. T.: –El límite es el buen gusto y se mide por uno mismo. Si uno tiene mal gusto el límite se corre. ¿Cuál es el referente como para escribir una historia y pensar en las consecuencias de esa historia que cuenta? Uno. No tiene otra medida. Entonces, el buen gusto de uno es el que se va a emplear. Salvo que, a veces, el mal gusto de uno se atempera porque los actores te llaman y te dicen: “Che, te fuiste un poquito al carajo”. Pero el buen gusto de todos los que estamos haciendo el programa es el límite porque la medida que tenemos es nuestro propio sentido común. Por otro lado, en Un cortado... puede entrar cualquier historia. El tema es cómo la contás. Por eso yo decía que la cuestión de los géneros tiene que ver con lo que uno quiere lograr del programa: uno puede contar una historia de acuerdo al costado o al matiz que quiere darle, en dónde ponerle el acento.
–La escasa disponibilidad de recursos económicos, ¿funcionó como un acicate para la creatividad y el ingenio, y para consolidar una identidad propia del ciclo?
O. T.: –Absolutamente. El concepto de límite, muchas veces y aunque parezca mentira, produce ese efecto. Cuando la libertad es tan absoluta que podés ir para un lado o para el otro, cuesta mucho definir para qué lado. Entonces vos te autolimitás. Cuando decís “voy para allá” estás poniendo límites. Si voy para el norte, quiere decir que no voy para el sur, este ni oeste. A mí me gusta jugar con los límites. Y cuando son más pequeños, mayor el desafío. Cuando estás muy acotado, estás obligado a poner más creatividad en eso: “A ver, en este ámbito chiquito donde pueden pasar tan pocas cosas, ¿cómo hacemos para que ese límite se estire y surjan cosas cada vez más interesantes?”. Es un lindo desafío. Si no es aburrido.
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