TELEVISION › RESIDENTES, EL NUEVO DOCURREALITY PRODUCIDO POR ENDEMOL
El programa conducido por Joaquín Furriel propone reflejar el trabajo de un grupo de médicos residentes en diversos hospitales de la provincia de Buenos Aires. Las historias relatadas le dan al ciclo atracción dramática, pero todavía le falta ajustar la edición final.
› Por Emanuel Respighi
La temporada de verano suele ser el momento propicio para que la televisión se relaje más de la cuenta, se desempolven los programas de archivo y los programadores coloquen el piloto automático para tomarse vacaciones y terminar de planificar la temporada anual que está por comenzar. El verano es, en este sentido, un período que se elige atravesar sin mayores pretensiones ni exigencias. Bajo esa idea extendida en la industria, a veces la televisión argentina ofrece durante esa época alguna que otra propuesta interesante, pero cuyo umbral de calidad dista mucho de la media del medio. Cuando sólo se piensa en rellenar programación, lo que de allí surge puede no estar a la altura de los antecedentes de quienes lo realizan. Algo de eso parece sucederle a Residentes, el docurreality de Endemol que se estrenó esta semana (lunes a las 22.45, por El Trece) y en cuyo primer episodio se pudo percibir cómo una buena idea puede desperdiciarse en función de estrenarse precipitadamente, ante la necesidad de los canales de tapar huecos de programación.
El detalle no es menor: una cosa son los programas –particularmente los que se emiten en vivo– que encuentran su punto de maduración, tono y estilo en el aire y otra muy distinta son los ciclos que evidentemente se estrenan antes de tiempo. Esta última es la sensación que dejó el debut de Residentes, la nueva propuesta de docurreality de la productora que desde hace años se encarga de poner al aire el indigesto Policías en acción, que desde ayer (a las 22.45, por El Trece) volvió con nueva temporada. En este caso, el programa se propone reflejar a sol y sombra la tarea y las sensaciones de un grupo de médicos residentes en diversos hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires. Esos chicos y chicas entre los 25 y 35 años que, ya recibidos de médicos, deben enfrentar un período práctico de entre cuatro y cinco años, en los cuales intentan aplicar todo aquello que la facultad les hizo sufrir desde la tediosa lectura académica. La residencia es, para ellos, una suerte de posgrado práctico, el contacto con la realidad.
Lo más interesante de la propuesta es, justamente, esa transición a los golpes que los flamantes recibidos realizan al pasar de la universidad a los hospitales, de los esqueletos o cuerpos de experimentación a los pacientes “reales”, “vivos”, de “carne y hueso”. El paso de entrar al mercado laboral para terminar de especializarse en un área y adquirir el conocimiento necesario para ejercer definitivamente la profesión es, en medicina, un salto al vacío en el que los aspirantes con título se equivocan, dudan, se angustian, rinden examen a diario, reciben retos de sus superiores y hasta tienen que pagar derecho de piso dentro de ese extraño micromundo que es un hospital público. “Somos el último orejón del tarro, incluso menos que el camillero, que hasta te basurea”, dijo una de las residentes, entre la indignación, el cansancio y la resignación.
Cámara en mano, Residentes sigue en cada capítulo el trabajo diario de un grupo de residentes de diferentes especialidades. El primer envío acompañó la tarea y las historias de vida de tres profesionales: Santiago Scaracia, un santafesino que cursa el primer año de la residencia de clínico; Patricia Moreno, una tucumana que cumplía el último día de sus cuatro años como obstetra, y Sabrina Alfonso, una pampeana que da sus primeros pasos como neurocirujana. Si bien hubo otros testimonios, el envío hizo foco en ellos tres, que contaron sus experiencias, alegrías, emociones y sensaciones al frente de ese rol en el que no son ni profesionales ni alumnos, mientras se ocupaban de atender a diferentes pacientes.
La dureza de las condiciones –guardias de 24 horas día por medio, la saturación de trabajo, el escaso descanso y el hambre que apremia cuando la jornada es “movida”– dotan al docurreality de una atracción dramática altamente televisiva. La cotidianidad en el detrás de escena de un hospital público se cuela en el programa como nunca antes se había mostrado, entregándoles a los televidentes aquello que no se ve, como la despedida –retrasada por tres partos– que sus compañeras de guardia le hicieron a la obstetra en su última día o la manera en que muchas veces una simple sutura de un cuero cabelludo es sorteada entre los residentes para determinar quién realiza la curación. Intimidades de la cocina de quienes a diario se topan con la vida y la muerte.
Hasta ahí los aspectos positivos del ciclo. El problema de Residentes surge cuando se analiza el cruce entre la cautivante materia prima y la posproducción que acompañó a las imágenes. Es en ese punto donde el envío mostró claras señales de que aún le faltaba tiempo para salir al aire. En la TV del siglo XX no se concibe un ciclo que tenga los problemas de edición que tuvo el debut del docurreality: repeticiones de testimonios y abruptos cortes dificultaron el seguimiento del relato. Incluso, hacia el final del capítulo dio la sensación de que se anexaron inexplicablemente (o a los fines de estirar el capítulo) imágenes de cómo se festeja la Navidad en una guardia y una entrevista realizada por Joaquín Furriel totalmente descolocada. Incluso, aunque fue presentado como conductor del ciclo, la intervención del actor resultó mínima y forzada, al punto de que hace imposible realizar una evaluación sobre el rol en el que debuta.
Aunque a priori Residentes puede hacer recordar a E24, el docurreality que Cuatro Cabezas produjo entre 2003 y 2009, lo cierto es que sobre la base de lo que mostró el debut ambos ciclos sólo comparten el género y el ámbito en el que la cámara se desenvuelve. Mientras en E24 la atención estaba puesta en las emergencias médicas, dándoles protagonismo a los casos y a los pacientes, en Residentes el foco está puesto en las historias de los residentes y la manera en que estos futuros profesionales se desempeñan en un ámbito nuevo, tan apasionante como sacrificado. Ojalá quienes producen el programa dediquen sus esfuerzos a contar esas historias anónimas de seres comunes, en vez de caer –como ocurrió en la presentación– en primeros planos de testículos baleados o dedos sin falangeta a los que es necesario amputar. En definitiva, que ni la sangre ni el morbo terminen cubriendo la pantalla.
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