TELEVISION › EL PUNTERO, LA NUEVA FICCIóN DE EL TRECE
Aunque resulta bastante obvio el intento de transmitir un mensaje contra la política en un momento en que se reavivó la militancia y en que el Grupo Clarín sostiene un conflicto con el Gobierno, el ciclo demuestra la calidad esperable en Pol-ka.
› Por Emanuel Respighi
Como en cualquier otra ficción, el comienzo de El puntero (domingos y miércoles a las 23, por El Trece) fue precedido por la placa “Los hechos y/o personajes de este programa son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia”. En este caso, sin embargo, la aparición de la leyenda parece tratarse más de una costumbre con la que canales y productores se cubren de futuros problemas legales, que de una inscripción que se corresponda con la trama del programa. No sólo porque la ficción protagonizada por Julio Chávez cuenta la cotidianidad de un puntero político de corazón grande, pero corrupto desde un registro realista, sino fundamentalmente porque en esa construcción de connotación negativa la semejanza con el mundo real estuvo identificada con una clara intencionalidad política. Basta con señalar como argumentos que en el debut del ciclo escrito por Mario Segade ese grupo de choque que comanda Aldo Perotti estuvo signado por los colores celeste y blanco que remiten al Partido Justicialista, o que su principal ladero llevó durante buena parte del episodio una remera que llevaba la estampa de “Nestornauta”, la imagen con la que el kirchnerismo recuerda al ex presidente Néstor Kirchner a partir de su muerte. Sin otras referencias partidarias visibles, El puntero no parece, entonces, estar exento de la coyuntura política actual.
Si ya dejaba lugar a las suspicacias la decisión de El Trece de realizar, en un año electoral y en medio de un visible despertar de la militancia en la juventud, una ficción que aborda una de las facetas más sucias de la política, la emisión del capítulo inicial terminó por corroborar las presunciones de que El puntero iba a formar parte del explícito enfrentamiento entre el Grupo Clarín y el Gobierno. De otro modo no se explica que las únicas referencias con nombres y apellidos de la vida real hayan sido todas de dirigentes justicialistas, desde Antonio Cafiero hasta Carlos Menem, pasando por la imagen-símbolo de Kirchner. Si bien los políticos de la trama tienen nombres ficticios y las situaciones que allí suceden no remiten a la actualidad, el cruce entre la ficción y los aspectos de la realidad que se colaron pareció ser –por error o intención– al menos tendenciosa. Los punteros políticos no son potestad de un partido. Ni tampoco militar significa corromperse. En este aspecto, El puntero muestra sólo una faceta de la política: la más sucia. Y es en ese sentido donde el programa puede leerse como una propuesta antipolítica.
Atravesada la inevitable lectura política sobre el programa, también hay que señalar que El puntero vuelve a corroborar el altísimo nivel de calidad de la televisión argentina en general, y el de Pol-ka en particular, a la hora de producir ficción. Con una estética impecable que deambula entre la suciedad visual de Okupas, Un oso rojo o Pizza, birra, faso, y los recursos técnicos del mejor cine publicitario, la productora de Adrián Suar y Fernando Blanco profundiza en el programa la idea que había comenzado a mostrar en Para vestir santos: alejarse de los ámbitos palermitanos en los que solían transcurrir sus unitarios para adentrarse en historias y espacios más populares. Y lo hace, acorde con la historia que cuenta, metiéndose en el barro: buena parte de la trama sucede en escenarios naturales, preferentemente en villas reales. Esa ambientación, junto a la fina sensibilidad de Daniel Barone, le da al programa una potencia de verosimilitud pocas veces en la TV argentina.
En clave dramática, pero con mayor dosis de humanidad que de densidad, El puntero cuenta la vida de Pablo Aldo Perotti (Chávez), un puntero de tercera línea de un supuesto barrio del conurbano, que tracciona votantes y “muchachos” a fuerza de su activa presencia en la comunidad. Su trabajo no se limita a sus contactos políticos, no es un puntero de oficina: además de movilizar gente, Perotti les pone el cuerpo y el oído a los problemas de la gente, sabiendo que a veces hay que ir por fuera de la burocracia estatal para satisfacer demandas pequeñas de los ciudadanos. Pasional y sensible, Perotti también está salpicado por la mugre y los negociados de la política: recibe coimas y favores, pero no para usufructo propio sino porque sabe que así es el sistema. Junto a él están sus leales laderos: Levante (Luis Luque), un hombre parco, pero capaz de hacer temblar a todos cuando se altera; y Lombardo (Rodrigo de la Serna), quien se encarga del trabajo sucio y de la organización de la gente para las movilizaciones.
La trama escrita por Segade (Resistiré, Vulnerables) avanza su acción dramática a partir de que Perotti –fuerza de choque y movilización del intendente Hugo Iniguez– decide dejar la segunda línea de acción para competir por la intendencia de la ciudad, al mismo momento que alguien opera por sus espaldas para quedarse con su lugar. Claro que Perotti no es sólo un hombre político, ni tampoco residen allí sus principales problemas: debe lidiar con una hija (Belén Blanco) que le cuestiona su trabajo non sancto, y con la obsesión por recuperar a Clarita (Gabriela Toscano), su único y gran amor, perdido bajo el barro de su militancia y sus vicios. Así, entre la política y el amor, Perotti intentará no traicionarse a sí mismo ni a sus afectos.
Una de las principales causas que vuelve a El puntero una propuesta televisiva sumamente atractiva es el alto nivel interpretativo, con un elenco que le aporta consistencia y verosimilitud al relato. Haciendo recordar a su personaje de Un oso rojo, Chávez vuelve a revalidar su intensidad interpretativa, que en el último tiempo se pudo disfrutar en la pantalla chica en Epitafios y Tratame bien. Cada escena en la que él participa –que son muchas– es una invitación a dejarse llevarse por una composición llena de matices, ideal para un personaje que se dirime entre sus sentimientos y convicciones, y la practicidad y suciedad a la que lo expone la política. Lejos de limitarse a Chávez, el gran nivel actoral se completa con el trabajo de Luque, en un personaje medido, y especialmente en la fina composición de De la Serna de un pibe “zarpado”, que está en el borde de la marginalidad. Así se conforma una tríada interpretativa que es un lujo para la pantalla chica. Toscano en el papel de Clara, Blanco en el de la hija de Perotti y Pablo Brichta en el puntero que viene a minarle el territorio a Perotti acompañan con solvencia a los protagonistas.
Impecable visualmente, con un muy buen trabajo en la musicalización y las locaciones, y con un elenco que de por sí hace que valga la pena ver el programa, El puntero dirime la suerte de convertirse o no en un gran suceso televisivo en el grado de permeabilidad o impermeabilidad que la trama tenga con la coyuntura política actual. Trascendiendo el ciclo, sería esperable, también, que alguna vez la ficción aborde el trabajo desinteresado de centenares de trabajadores sociales que en distintos barrios y ciudades ocupan buena parte de su tiempo en ayudar a los más necesitados, sin otra ambición que la de mejorar la vida de alguna persona o grupo dentro de alguna colectividad. Que la búsqueda de atracción televisiva de las ficciones no sólo pase por retratar aquellas costumbres, situaciones o personajes podridos del conurbano. Porque eso, además de buscar el mero efecto, contribuye a estigmatizar lugares o grupos sociales que se anclan en el inconsciente de los televidentes como verdades.
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