TELEVISION › SOLEDAD SILVEYRA Y OSCAR MARTíNEZ ESTRENAN CONDICIONADOS
En el unitario que arranca hoy por El Trece, los actores encarnan a una pareja en plena crisis. Aunque el contexto es una familia dedicada a la industria pornográfica, Silveyra y Martínez coinciden en que Condicionados “habla sobre los vínculos afectivos”.
› Por Emanuel Respighi
Tienen todas las características de una pareja de años. Y algo de eso hay, aunque más no sea conformada por las múltiples variantes que les ofreció un escenario. En un rato de entrevista, son capaces de cruzarse miradas cómplices cuando el diálogo lo amerita, resignificando lo dicho a través de la palabra. El conocimiento mutuo es tan profundo que tienen la facilidad de complementarse en las respuestas de la misma manera que lo hacen sobre un escenario o delante de una cámara, aportando cuando es necesario la palabra precisa que el otro buscaba infructuosamente en el devenir de su relato. Y, también, como toda pareja de largo camino transitado, tienen la libertad y la destreza para discutir con vehemencia cuando la política saca a relucir sus diferencias, sin que uno u otro modifique su manera de ver la actualidad. Oscar Martínez y Soledad Silveyra se conocen, se admiran y se respetan. Pero además brillan cuando la cámara se enciende y los muestra como una pareja de 30 años de recorrido en plena crisis existencial, profesional y matrimonial, tal la dupla que interpretan en Condicionados, el unitario de Pol-Ka que se estrena hoy a las 23 por El Trece.
No hace falta tener una memoria pródiga para concluir que Condicionados no es el primer programa en el que Martínez y Silveyra trabajan juntos. De hecho, lo han hecho en reiteradas oportunidades. “Hemos trabajado juntos muchas veces, no sé cuántas, sólo estoy en condiciones de afirmar sin temor a equivocarme que la primera vez fue en 1975, en Tu rebelde ternura, la telenovela de Alberto Migré”, recuerda la actriz. Aunque Martínez intente hacer memoria cronológica de los encuentros artísticos, el repaso se volverá impreciso. “Hicimos en teatro La malasangre (1982), en cine La Rosales (1984) y en TV Entre el cielo y la tierra (1985), más varios capítulos de Situación límite”, rememora el actor, autor y director, no sin dificultad a la hora de fijar las fechas. “Hace más de 20 años que no trabajábamos juntos”, apunta Silveyra. “Más”, la corrige Martínez. Se le dice que hacía un cuarto de siglo que no compartían obra. “¡Uff! Eso sí que suena fuerte”, dirán, a dúo, sorprendidos ante el transcurrir de la vida cuando se toma un siglo como unidad de tiempo.
–¿Cómo fue ese reencuentro?
Oscar Martínez: –La química que tenemos está intacta. Nos entendemos de memoria.
Soledad Silveyra: –Hay una memoria emotiva que funciona inmediatamente a la hora de pensar una escena. Eso pasa mucho con aquellos con los que venimos laburando desde hace 40 años, que no son muchos.
O. M.: –Sí, pero no se da la misma química con todo el mundo. Con Solita tuvimos siempre una química que no ha cambiado. Ni el paso del tiempo ni las transformaciones que cada uno tuvo.
S. S.: –Yo dejé a un pibe que pedía laburo y ahora veo a un señor que actúa, escribe y dirige. Ha pasado toda una vida. A mí me emociona mucho eso. Me encanta el crecimiento del otro, el desarrollo personal y profesional de la gente. Y Oscar sí que ha hecho carrera.
–Y en escena, ¿cómo se dan cuenta de que la fibra actoral de uno y otro se sigue reconociendo como antaño?
O. M.: –Automáticamente. El primer día que grabamos, la primera escena, es una en la que nuestros personajes comparten una salida a una whiskería. Es una escena que, por la carga emocional e histórica que tiene, a nadie se le ocurriría hacerla el primer día. Y, sin embargo, esa fue la primera que hicimos. Si no tuviéramos este encuentro natural actoral, probablemente por el oficio de uno y otro la hubiéramos resuelto. Pero, habiendo visto después la escena, sin pudor puedo decir que lo que se ve ahí son 30 años de relación de pareja. Y eso, en el primer día de grabación, por más actor que seas, no se logra. Eso se logró porque hay una historia emotiva que, décadas después, aflora con naturalidad. Nos reencontramos como si hubiéramos trabajado juntos ayer y no hace décadas.
Consagrados y reconocidos, Silveyra y Martínez vuelven a encontrarse en Condicionados, una apuesta que por su temática y por los papeles que les toca cumplir no está exenta de riesgo. Tanto para el canal como para los actores. Es que la trama escrita y dirigida por Marcos Carnevale cuenta la historia de una familia dedicada a la industria pornográfica desde hace 30 años, con todas las particularidades que ese universo posee. En la historia, Martínez y Silveyra se ponen en la piel de Dicky Cocker y Lorna, respectivamente, un matrimonio nacido y desarrollado en ese ámbito: en su carácter de director de películas porno en el caso de él y de porno-star en el caso de ella, juntos conformaron una “sociedad” que creció en los dorados años ochenta de la pornografía. Claro que, como sucede en la actualidad, el negocio porno está en franca decadencia. Tanto como el amor y la tolerancia que exhibían cuando todo era color de rosa.
–En Condicionados componen a un matrimonio de larga data que sufre una crisis no sólo de pareja sino también profesional y económica. ¿Es posible definir cuál de todas esas crisis desencadenó a la otra?
S. S.: –Fundamentalmente creo que la crisis que tienen es que uno de ellos, el personaje de Oscar, no acepta la realidad. Ante la imposibilidad de comprender que la pornografía ya no funciona en el mundo, llega el planteo de ella de querer separarse.
O. M.: –Pero además de la crisis matrimonial y profesional, los personajes sufren una crisis existencial. Ella le dice que ya no tienen la vitalidad que tenían antes, cuando eran jóvenes, que ya están grandes. Y, sin embargo, él le responde que sí tiene esa energía y que puede seguir. Nunca es fácil aceptar el paso del tiempo. Cuesta, también, aceptar los ciclos cumplidos. No son fáciles de asimilar ambas cosas. En mi personaje se manifiesta en su empecinamiento y en la lucha generacional que tiene con su hijo, que viene pidiendo una pista lógica en la empresa y él no le abre el juego. La relación crispada que tiene con su hijo se debe fundamentalmente a su imposibilidad de habilitarle el manejo de la empresa. Por las características de Dicky, la confluencia de la crisis matrimonial, económica y generacional lo vuelve más rígido e intolerante para el resto de los vínculos afectivos y familiares. Dicky va a tener que ir soltando la cuerda porque, de lo contrario, va a estallar.
–A Lorna le pasa lo contrario: ella sabe que algo se quebró y se lo explicita cuantas veces puede. Sin embargo, el personaje parece no poder dar el paso final después de tanto camino recorrido juntos.
S. S.: –Ella lo ama profundamente. El problema que tiene es lo que nos pasa a los humanos: cuando amás tanto a alguien no querés ver al otro golpeado. Por eso, pese al amor que se tienen, a veces es preferible irse antes de ver cómo al ser amado lo arrastra la ola. Algo de eso le pasa a Lorna. Está harta del empecinamiento de Dicky, se quiere separar porque no es sano para ninguno de los dos, teme lo peor, pero sin embargo nunca puede terminar de irse. Uno puede racionalizar el amor, intelectualizarlo, pero en la práctica las conductas suelen ser más pasionales. Además del amor, en ella juega también el hecho de que Dicky fue su mentor, quien dirigió su carrera durante años.
–¿Creen ustedes que en la relación de sus personajes, de alguna manera, se sintetiza la complejidad de los vínculos amorosos de años?
O. M.: –Ellos están en un punto en el que no pueden vivir juntos, pero tampoco pueden vivir separados. Las parejas que llevan muchos años juntos tienen una atracción, una dependencia, cierto círculo vicioso incluso, que vuelve difícil cualquier cambio. Incluso, la historia después lo determinará, pero aún “separándose” no creo que ellos puedan estar “separados”. Porque separarse no es sólo dejar de vivir en la misma casa, así como estar juntos no significa vivir en la misma casa. Es una pareja que compartió muchas cosas. Tienen un grado importante de deterioro y de neurosis.
S. S.:–Son personajes que vivieron una vida muy jugada y extrema. No se trata de una pareja de oficinistas. Han cometido muchos excesos.
O. M.: –Hay algo muy astuto en el libro de Marcos (Carnevale) y es que presenta cómo la mujer es más valiente que el hombre. En general, la que da el primer paso para romper una relación es la mujer. La que termina echando al otro de un hogar cuando la cosa no funciona más es la mujer. El hombre puede tener una doble vida durante años, pero es más conservador a la hora de tomar la decisión de separarse. La mujer es más frontal y suele ser la que toma el toro por las astas.
–¿Cree usted que esa valentía de la mujer a la hora de amar como de romper un vínculo tiene que ver con la propia naturaleza femenina?
O. M.: –La mujer no tiene escindido el afecto de la genitalidad, como pasa con muchos hombres. El hombre puede caretear más, puede separar el afecto de la sexualidad. Una mujer resuelta, que se autoabastece, no sigue con un tipo porque sí. Las estadísticas señalan que en parejas de muchos años es la mujer la que termina dando el primer paso de la separación.
S. S.: –El hombre es más proclive a tener un doble comando. Por miedo, por las dudas, o por ambas cosas a la vez. La mujer, en las relaciones de pareja, es más genuina, se expone más.
–¿Qué rol ocupará la pornografía dentro de la trama?
O. M.: –La pornografía ocupa un lugar aleatorio. Hace al carácter de los personajes, al color que tiene la historia, al escote, a la vulgaridad, al modo de hablar... Pero nada más. Condicionados cuenta la historia de una familia como cualquier otra, pero diferente.
–¿Creen que el contexto porno se puede transformar en una barrera para que el público de TV abierta le dé una oportunidad a Condicionados?
O. M.:–Creo que el árbol no va a tapar el bosque, básicamente porque lo porno no tapa las relaciones humanas en las que ahonda la historia. Lo porno es un ingrediente, un color, pero el peso de la trama avanza sobre las relaciones entre los personajes consigo mismos y con los otros. Condicionados habla sobre los vínculos afectivos, el trabajo, los hijos, la pareja, el paso del tiempo... de la vida, básicamente. Pero es una historia en la que desborda la pasión de sus personalidades. El mundo al que pertenece la pareja, la industria porno, le da a las situaciones y los conflictos cotidianos un extremismo mayor. Ese registro a flor de piel, más que piantavotos, vuelve atractivo al programa.
S. S.:–Si el que sintoniza Condicionados busca engancharse por lo pornográfico, se va a defraudar. De hecho, el personaje de Oscar en el tercer capítulo deja de filmar y empieza a hacer portfolios, revistas... El centro de las historias pasa por las relaciones, no por lo pornográfico.
O. M.: –Yo no le temo a eso. Entiendo, de todas maneras, que puede haber un tipo de público que sea reacio al contexto pornográfico, porque aún en el siglo XXI lo porno, el sexo, siguen siendo temas tabú para muchos.
S. S.: –¿Sí? Yo no me reconozco en ese público...
O. M.:–El año pasado hice una participación en El puntero. Mi suegra no veía el programa. Pero como participaba yo, vio uno de los capítulos. Ella no es pacata ni le falta mundo. Todo lo contrario. Sin embargo, se indignó porque decía que no podía escuchar las puteadas y el lenguaje del programa. No lo pudo soportar. Hay un público televisivo que no se banca algunos mundos ni una condición social expuesta de ese modo, con esa expresividad. Pero a El puntero no le fue mal. Evidentemente hay un público de TV abierta capacitado para dejarse llevar por una ficción que cuenta mundos y formas muy alejadas de su cotidianidad.
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