TELEVISION › HOY COMIENZA EN EL TRECE UNA NUEVA TEMPORADA DE SHOWMATCH
Desde hoy, cuatro días a la semana, el animador volverá a poner en el aire el acostumbrado circo que mezcla el certamen artístico con la búsqueda de escándalos prefabricados y un incorregible desprecio por las minorías, las mujeres y lo diferente.
› Por Emanuel Respighi
Es extraño lo que sucede una vez por año en la televisión argentina. En un rito que se repite entre mayo y junio, el comienzo de una nueva temporada de ShowMatch (desde hoy a las 22.30, los lunes, martes, jueves y viernes por El Trece) marca un antes y un después en la pantalla chica. Señal irrefutable del lugar que el ciclo ocupa en la historia de la TV argentina, su presencia en la grilla eclipsa la cotidianidad de un medio que en los últimos años eligió rendirse a sus pies y tributarle pleitesía absoluta. Su enorme capacidad para mantener cautiva a una audiencia transversal (socioeconómicamente hablando) durante más de dos décadas es la más clara prueba de que el del ciclo de Marcelo Tinelli es un fenómeno cultural imposible de pasar por alto. Es innegable que ShowMatch, o alguna de las múltiples piezas que el programa mueve en función de las necesidades del ciclo, representa a buena parte de la sociedad argentina. Un programa polémico que no sólo condiciona a la pantalla chica sino que también –y he aquí el riesgo– aporta mucho más que un granito de arena a la cultura argentina.
Un reciente estudio de Viacom realizado sobre el comportamiento de la audiencia en Estados Unidos, pero que bien puede trasladarse a estas tierras, podría explicar la tinellización de la TV argentina que se impuso en los últimos años. Según el trabajo difundido esta semana, la tecnología no siempre afecta negativamente a la TV; en todo caso, las nuevas herramientas de la comunicación modifican los usos y costumbres. Pero eso sí: siempre con el viejo y querido televisor como eje. El estudio de Viacom indica que la TV es una de las temáticas que más se comentan en las redes sociales, poniendo de manifiesto que se trata de un medio que, por más que se consuma en forma individual, la lógica de sus contenidos “necesitan” compartirse con otros. O sea: la TV es cada vez más social. El productor del siglo XXI, entonces, no debe pensar únicamente en función del contenido televisivo, sino en la capacidad que éstos tengan para generar comentarios por fuera de los límites de la pantalla. En países en los que se consume un promedio de entre 3 y 4 horas diarias de TV, hablar sobre la pantalla chica es casi tan importante como verla. Ningún productor-conductor argentino supo comprender mejor la metamorfosis del consumo televisivo, años atrás, que el mismísimo Tinelli.
Independientemente del consumo que se haga de la TV, como temática cotidiana que fue incrementando su espacio en la vida social, ShowMatch tuvo la capacidad de saber adaptarse a las necesidades que los televidentes argentinos tuvieron según las circunstancias del país. En plena década del noventa, el programa de Tinelli acompañó la pizza y el champagne como una suerte de esparcimiento ideal para una sociedad hipnotizada, que encontró en el ciclo la cuota de cancherismo argentino surgido a la sombra del 1 a 1. La incipiente quiebra del Estado y el tendal social generado encontró eco en el programa, que sin perder el tono humorístico supo abrir espacios de crítica social, en secciones como Los raporteros, y hasta inauguró la temporada de 2002 a tono con el país del “que se vayan todos”: el staff en su totalidad usando remeras con la inscripción “100% argentino”. La recuperación social, cultural y económica del país a partir de 2002 cambiaron el rumbo de ShowMatch, que volvió al humor popular y directo con el que había nacido. La era de los reality shows y el desgaste de su equipo de humoristas le provocaron un nuevo giro al ciclo, que incorporó los Bailando, Cantando y Soñando a su espacio. La búsqueda de conformar “un Gran Show al estilo de la RAI” iba a terminar pronto en cáscara, cuando en la primera de cambio se subió a la lógica chimentera, la institucionalizó en el prime time e hizo de los escándalos su principal foco de atracción.
Inflando su propio ego a puro rating, ShowMatch aplicó la fórmula de que el fin justifica los medios. Ni las multas dictadas por el ex Comfer y la actual Afsca ni las denuncias por su contenido dicriminatorio hacia las minorías hicieron mella en un programa que suma temporadas y no da señales de querer elevar el nivel de los contenidos de la TV argentina. Más bien lo contrario: a lo largo de los 22 años ininterrumpidos que ya lleva al aire, el ciclo profundizó ese estilo –manejado con guantes blancos por Tinelli– en el que todo puede pasar. Siempre y cuando genere audiencia y/o repercusión, que en la actualidad parecen confundirse todo el tiempo. Golpes, insultos, banalizaciones, tropiezos y miserias humanas sirven de ingredientes para que ShowMatch alimente su propio circo y el de buena parte de la TV abierta. Todo sea por mantenerse en la cima.
ShowMatch sigue siendo, en su esencia, el mismo ciclo que fue en los noventa. La cobertura que Tinelli encontró para imprimirle glamour a su depreciado contenido televisivo, donde la mujer es cosificada con total naturalidad y los participantes “personajes” que deben soportar cualquier cosa, es la envidiable producción con la que cuenta. Con cámaras y equipos de iluminación de última tecnología, el programa ha encontrado en su preciosismo visual la cobertura en la cual esconder su sentido. Puestos al servicio de generar rating y no de la excelencia, los millones de dólares invertidos no bastan para ocultar, sin embargo, su búsqueda de golpes de efecto que atraigan el morbo de la audiencia. Incluso, el supuesto sentido inclusivo del ciclo se desvanece cuando el diferente –una enana, un chico con síndrome de Down, una obesa que bajó más de 60 kilos serán parte de esta temporada– es tratado como tal y no como uno más, reforzando su condición.
En su vigesimotercera temporada, ShowMatch habría decidido inclinarse por empezar tocando las fibras de la emotividad y el humor de los televidentes, aunque reservándose los escándalos para sacarlos a la pista cuando sean necesarios. Desde la conformación de los bailarines y bailarinas famosas que danzarán en el Bailando..., el programa seguirá jugando al filo de lo ética y legalmente permitido, siempre corriendo los límites un poco más allá. Suerte de reflejo de lo que ocurre en la sociedad, Tinelli corre con la ventaja de una cultura que le permite al exitoso cualquier exceso. Una demostración de poder que, en su puesta en escena, termina avalando mediáticamente prácticas que erosionan la posibilidad de vivir en una sociedad inclusiva. En la era del rating minuto a minuto, eso es lo de menos.
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