TELEVISION › PORCEL, EXPERTO EN HACER REIR CON UN HUMOR LLANO
Desde La revista dislocada de Delfor Dicásolo hasta la rara despedida de Carlito’s Way, Jorge Porcel construyó una carrera en la que combinó un don natural para provocar la risa con una predilección por las formas más básicas del humor. Su dúo con Alberto Olmedo fue un símbolo de los ’70 y ’80.
Desde hace años, los humoristas coinciden en que hacer reír es cada vez más difícil. Quizá se deba al clima que se vive en las calles, donde hace rato que no hay plata dulce, ni uno a uno, ni deme dos. Pero Jorge Porcel, el hombre que murió el martes a causa de una complicación postoperatoria, pudo darse el lujo de cosechar carcajadas con la facilidad de quien posee un don natural. El cómico murió el martes en el hospital Mercy de Miami, tras una intervención de vesícula biliar que presentó problemas debido a la enfermedad de Parkinson que lo aquejaba desde hacía años. Su partida abre la oportunidad de recordar a un artista que lograba el humor aunque leyera una guía de teléfonos, y quizá también esté clausurando toda una etapa del humor argentino, en la que el trazo grueso, más de una vez primitivo, le arrancó risas a un país siempre al borde del naufragio. “¿No es fino...?”, solía preguntar en TV tras un remate especialmente escatológico. No, no era fino. Porcel nunca fue fino.
Aunque al cierre de esta edición se esperaba la llegada de los restos de Porcel para la ceremonia de entierro en el panteón de la Sociedad Argentina de Actores ubicado en el Cementerio de la Chacarita, el de anteayer fue un final opaco para quien supo estar en el centro de todas las miradas, y no solamente a causa de su contextura. Jorge Raúl Porcel de Peralta tenía 69 años. Había nacido en Buenos Aires el 7 de septiembre de 1936, en un hogar de clase media que vivía en pleno barrio de Avellaneda. Su madre era ama de casa, y su padre un taxista de origen español-francés que trataba a su hijo como a un amigo. Jorge pasó su infancia jugando al fútbol en el suburbio y yendo los domingos a ver a Racing: “De mi niñez recuerdo ese hedor inaguantable y casi familiar del Riachuelo, y el olor a lavandina, porque en mi casa eran fanáticos de la limpieza”, recordaría el actor. De los adoquines que atestiguaron su infancia el gordo se llevó un olfato afilado para el doble sentido, que se convertiría en el nervio central de la comedia picaresca local.
El plan de los Porcel era que su hijo fuera un estudiante serio. Sin embargo, durante toda su adolescencia el gordo les dio con el mismo entusiasmo a los buñuelos y a los tangos, siempre reunido con amigos en el patio de su casa. Su particular forma de cantar le hizo adquirir fama entre sus conocidos, y fue así que cierto día, en un restaurante, se encontró con Juan Carlos Mareco. Cuando los muchachos se acercaron a saludar al conductor, alguien se refirió al “cantor oficial” de la barra de amigos. Inmediatamente después de escucharlo, Mareco escribió en un papel: “Yo, Juan Carlos Mareco, digo que Porcel va a triunfar”, y adosó su firma. A los dos meses Porcel era una de las figuras de La revista dislocada, que en aquel momento (1956) era uno de los programas de radio más escuchados, bajo la batuta de Delfor Amaranto Dicásolo.
Con poco más de veinte años pasó al viejo Canal 7 con La revista..., que en 1961 se movió al entonces nuevo Canal 13. Su primer programa propio fue Los sueños del Gordo Porcel, en Canal 11, en 1964. Poco a poco, el desarrollo de su perfil humorístico lo condujo al éxito masivo. Después del popular Operación Ja Ja, Porcel empezó a trabajar en cine junto a Alberto Olmedo, componiendo la dupla más famosa y exitosa de la historia cinematográfica local. “Me llevaba muy bien con Olmedo, él me escuchaba. En los viajes yo le servía de almohada. El era el quijote de la noche porteña”, rememoraría Porcel.
Su primera aparición en pantalla grande, Disloque en Mar del Plata, con la troupe de Delfor, fue el inicio de una filmografía de más de 50 películas, en la que la regla fue un humor básico, directo, coronado por los gestos y mohínes con los que realzaba el efecto cómico de su anatomía. Fue, además, el principio de un proceso que decantaría hasta llegar al recordado team Olmedo-Porcel-Susana Giménez-Moria Casán. Juntos compusieron un equipo de innegable presencia en la cultura más popular, que estructuró gestualidades y bromas alrededor del único tema de dos piolas porteños metiéndose en enredos que siempre incluían a mujeres ligeras de ropa, y chistes de sentido apenas doble.
En 1965 se casó con Olga, con quien compartiría gran parte de su vida y tendría dos hijos, María y Jorge. Aprovechando el envión de la fama, siguió trabajando en TV, donde participó en Polémica en el bar y en La peluquería de Don Mateo. Eran tiempos de trabajos reconocidos por el público, que lo convirtieron en una celebridad reconocible a lo largo del continente. Una vez alguien le dijo que se había hecho tan famoso simplemente porque era gordo. Porcel respondió “empezá a comer y cuando engordes veinte kilos charlamos...”.
Tuvo muchos amigos, entre ellos algunos músicos de jazz, como Fats Fernández y el Gato Barbieri. También buscó expresarse a través de la pintura y organizó varias exposiciones para exhibir sus obras, en las que aparecían profusión de payasos y paisajes urbanos. Después de la dictadura –que lo utilizó repetidamente como promotor de una versión populachera de los “valores argentinos oficiales”–, el humor de Porcel tensó su cuerda erótica con Las gatitas y ratones de Porcel. En el programa había un sketch –Las vecinas, luego La Tota y La Porota, junto a Jorge Luz– que logró bocetar con elementos mínimos un vivo retrato de la típica ama de casa de clase media-baja. En los ’80 filmó Los fierecillos se divierten (1983), Los colimbas al ataque (1987), El profesor punk (1988) y Atracción peculiar (1988), entre otras.
Pero un nuevo giro cambiaría el rumbo de su carrera. La muerte de Olmedo, en 1988, dejó al personaje sin eje y al hombre en busca de una nueva vida. Empezó a criticar al mundo del jet set y la fama: “El éxito y el fracaso son dos impostores”, sentenciaba desde una fisonomía cada vez más marcada por la amargura. Porcel empezó a renegar de algunos aspectos de sus trabajos anteriores, como la omnipresencia del sexo, y poco a poco se alejó del cine. Con la salud frágil, se mudó a Miami en 1993, aprovechando la fama que tenía entre la comunidad hispana. Allí inauguró su restaurante A la Pasta con Porcel, ubicado en la Collins Avenue de Miami Beach. Las gatitas... le abrieron en el país del Norte las puertas de una de las señales más populares de Florida, el Canal 44, donde también hizo A la cama con Porcel.
Carlito’s Way (1993), película de Brian De Palma protagonizada por Al Pacino, significó su regreso al cine. Su personificación del mafioso Sasso sorprendió a muchos y mostró un costado casi desconocido como actor dramático. Luego tuvo algunos regresos al medio local: trabajó con Jorge Luz en La Piñata, y apareció en algunas emisiones de Polémica... En los últimos años, la imposibilidad de caminar hizo que se retirara del espectáculo y sólo se movilizara como pastor evangélico. Ultimamente había sido sometido a varias operaciones, entre ellas a una intervención por peritonitis realizada en diciembre pasado. “En la calesita de la vida –dijo en un reportaje– tuve la suerte de sacar muchas veces la sortija. Pero conozco bien las reglas del juego. Cuando la calesita para, la sortija la tenés que devolver.”I
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